A Óscar Cárdenas, el primer pulsólogo de Colombia
Llevaba diciendo, tal vez desde el mundial de Suráfrica, que quería dejar el fragor mediático para irse a refugiarse al lado de su esposa Maria Isabel, de sus nietas y cerca al campo de golf donde le pega a la pelotica en Cartagena. El fútbol lo sigue amando. Es un enfermo. Puede verse tres partidos al día y, a veces, los repite, congela jugadas, se graba movimientos tácticos con la pasión enfermiza que puede tener un loco como Carlos Salvador Bilardo, su amigo de tantas charlas futboleras amenizadas con Sello Negro. Iván Mejía Álvarez no está cansado del fútbol sino de las redes. Por eso, esta vez, está hablando en serio.
Contrario a lo que pueden pensar sus detractores Iván es un hombre sensible, de esos que todavía disfrutan los boleros de Bienvenido Granda o Tito Rodríguez. De esos a los que le afectan profundamente los trolles de redes sociales. Su posición coherente le ha granjeado más de un enemigo virtual. Yo no me pierdo El pulso del fútbol y, los fines de año, cuando regreso a Cúcuta, le propongo a mi papá, un viejo hincha del Nacional, que escuchemos los postcasts del programa. Aunque le hace gracia cuando Iván se mete con César Augusto Londoño, siempre lo termina madreando “Es que Iván no quiere a los paisas, por eso no lo dejan entrar a Medellín”. Si hay un sitio que extrañe el gordo Mejía es Medellín. Ahí se volvió hincha del DIM —su tercer amor después de Maria Isabel y del América— y aprendió de fútbol y de periodismo siendo aún un adolescente, hace 50 años. Mi papá no tiene Facebook y está próximo a cumplir setenta años. Si fuera usuario de redes sociales me imagino que estaría haciendo cola para la picota virtual que todos los días le propinan al último gran comentarista futbolero colombiano.
Iván se va para desaparecer. Cerrará hasta sus cuentas de Twitter.
Su retiro es una pérdida irreparable no solo para nosotros,
también para Caracol
Claro que se cansó de esos, “mequetrefes”, como él los llama, cobardes que en gavilla y escudados en los colores de un equipo, deciden acabar con una persona en Twitter o en Facebook. El retiro no será como el del doctor Peláez que aún tiene su rinconcito en internet con Álvarez Gardeazabal y su programa en Fox Sports. No, Iván se va para desaparecer. Cerrará hasta sus cuentas de Twitter. Su retiro es una pérdida irreparable no solo para nosotros, los que llevamos fumándonos un porro desde los mediodías del 2002 cuando empezó Goles y Maestros —te acuerdas Óscar Cárdenas—, la idea embrionaria de El pulso del fútbol. Los que aprendimos un poquito más del deporte que nos enferma. Su retiro será una pérdida para Caracol. Las directivas deberían empezar ya a tentar con la oferta que él quiera. Que se vaya para Cartagena y nunca más vuelva a este frío horrendo bogotano pero que siga haciendo el programa desde su cama, tranquilo, entre libros de Guardiola y Helenio Herrera.
Señores de Caracol, ya nos cansamos de rogarle a Mejía. Ahora les corresponde a ustedes la responsabilidad. Su retiro es inminente después de la copa del mundo de Rusia. El joven César Augusto ya maduró a sus sesenta años y cada vez lo hace mejor. Rafa Villegas ya no es tan aburridor. Todos crecen al lado de Iván, de mi maestro Iván. Por favor, necesitamos a Iván Mejía para vivir. No exagero, la voz de Iván Mejía los mediodías es el elixir con el que mucha gente soporta sus vidas de mierda. No nos quiten eso. Denle lo que pida, igual El Pulso del Fútbol, en este momento y por encima de La Luciérnaga, es el programa estrella de ustedes.
