Andaba yo en mis veinte años, recién desempacado en Barranquilla, empezando a disfrutar de mi engañoso sueldo mínimo y de una edificante bohemia cultural que hacía provechosas estaciones en el cine club Barranquilla que dirigía Braulio de Castro; en los conciertos del mes del profesor Assa; en las exposiciones de arte en la galería de Las Lara, en la Quintero y en el salón Avianca; así como de algunos sábados de salsa en la troja frente al parque Surí Salcedo, las incursiones en el Bar-Bar-O de Jose Rafa; y otros sábados en un piano bar que estaba al lado del Country Club en la calle 76 con carrera 56.
En ese piano bar, que era un sitio selecto para entonces, conocí a un joven pianista y cantante barranquillero, moreno, alto y delgado, que hacía un show central a media noche, pero que tenía la extraordinaria capacidad de poder cantar y acompañarse al piano y los teclados haciendo gala de extraordinaria propiedad y recursos.
Muchas fueron las ocasiones en las que tuve la oportunidad de escucharle pasearse por un amplio repertorio de blues, soul, rhythm & blues y todas las variantes de la música latina de entonces, de una manera que llamaba a la admiración y al respeto. No había en la ciudad quien pudiera ofrecer un espectáculo de la calidad y alcance musical como el que era posible disfrutarle a Alex Martínez en aquel momento. Acaso tampoco después. Ni ahora. Y era sin duda un referente indiscutible de la noche barranquillera. Y se hizo a un nombre que de verdad sonaba.
Ya metido en los años 80 viajó un tiempo a Estados Unidos donde produjo un disco a su nombre, con el que nada pasó, y volvimos a verlo de nuevo en Barranquilla un tiempo después, hiperkinético y ansioso, como siempre, con el talento consolidado y la voz intacta, pero ya mordido peligrosamente por la noche, el trago y la droga, aunque siempre queriendo hacer proyectos musicales interesantes y novedosos que la mala vida se iba encargando de dejar de lado.
A finales de los 80, a raíz de que en mi oficio de publicista por entonces necesitaba trabajar un jingle para algún producto que ahora no recuerdo, se me ocurrió la idea de llamarle para proponerle que hiciera un guajira con base a un texto y a una melodía que teníamos aprobados. Pues no importa lo que pasó con aquel jingle, porque lo interesante fueron los encuentros y las conversaciones que tuvimos la oportunidad de compartir.
Recuerdo que a mí me interesó mucho ponerle el tema de sus relaciones con la música. Y era, sobre todo, especialmente grato escucharle sus conversaciones acerca de su experiencia personal con la música, su encuentro temprano con el piano, sus sueños de cantante, sus músicos preferidos, sus géneros favoritos, sus proyectos de productor, su idea de hacer giras con por ciudades con una gran banda propia...
Pero los años fueron pasando. Él siguió el ritmo imparable de sus excesos y, pese a todo, su gran talento y sus condiciones musicales, con todo, le resistían los embates de su carrera autodestructiva y era asombroso verlo reactualizar y lucir sus condiciones de artista cada vez, antes de que la rumba lo venciera y opacara sus virtudes.
Por eso fue esperanzador y grato verlo a comienzos de la década del 2000 en un gran escenario del Festival de Jazz de Barranquilla, Barranquijazz, al frente de una banda que esa noche, además de las bondades de su presentación, nos sirvió para recordar las grandes cosas a las que Alex Martínez estaba llamado a ser, y para que muchos de los que estaban allí presentes que no lo conocían, preguntaran con la certeza de escuchar que era un invitado de otro lado. No fue un gran concierto, pero sí fue una clara demostración de lo que este músico barranquillero era capaz de hacer.
Y para valorar a esa hora lo que sin duda se había perdido.
Ahora me entero de que Alex Martínez acaba de fallecer. Regresaba a casa, seguramente ebrio, en una madrugada, y al ver que había olvidado las llaves trató de escalar una pared para poder entrar. Cayó, se fracturó una pierna y parece ser que un coágulo luego de la operación que le practicaron le produjo una de esas complicaciones insospechadas.
Rescato de mis recuerdos estas experiencias vinculadas con alguien a quien de verdad admiré y de quien pienso merecía llegar a grandes cosas. Pero ante todo lamento el final de una vida tocada por el milagro de la música, que sin embargo no pudo sobreponerse a una voluntad enferma pese a los propios intentos y a la preocupación y la ayuda de los familiares y los amigos.
¡Música, maestro!