Complace mucho enterarse de que ya tenemos a dos mujeres en campaña presidencial. Esperemos que muchas más mujeres, desde otros partidos, se lancen a la contienda. Ya va siendo hora. Por décadas, mientras los hombres hacían la guerra y nos convirtieron en víctimas, las mujeres hemos sido las que producimos, trabajamos, construimos, y hemos mantenido a este país en pie, a nuestras familias y a nuestras comunidades. Sí señores, ya va siendo hora de que las mujeres gobernemos, sin pena, sin complejo, con la autoridad moral de nuestro lugar como esposas, compañeras, madres y maestras.
No será fácil, pero hoy es más posible que nunca antes. Si la paz ha de consolidarse, debe empezar por la reconstrucción del tejido social, de la confianza y de la tolerancia. Desde la educación, en el hogar y en la escuela. Desde las artes y las formas de expresar el dolor por lo que ha pasado. Desde la planeación de un futuro sostenible, que proteja nuestra extraordinaria biodiversidad.
Las mujeres hemos construido movimientos de resistencia
humildes pero efectivos a lo largo y ancho de todo el territorio,
para proteger a los nuestros de la barbarie
No será fácil. Y nos gritarán que las mujeres somos las peores enemigas de otras mujeres. Cierto. Como es cierto que los hombres llevan seis décadas dándonos cátedra en como matarse entre ellos. Las mujeres, jamás lo olvidemos, hemos construido movimientos de resistencia humildes pero efectivos a lo largo y ancho de todo el territorio, para proteger a los nuestros de la barbarie. Hemos construido comunidades, hemos construido economías inteligentes de pequeña escala. Es ahora cuando podemos vincular esas pequeñas redes al trabajo por la paz.
El problema de la corrupción, más que un problema de trámites y de carácter burocrático, es un problema estructural directamente vinculado a la forma como se ejerce el poder en Colombia, es decir, es un problema de ejercicio político. El poder en Colombia se hereda y está en manos de muy pocas familias que lo controlan todo: la política, los medios, el sistema bancario, todo. Nuestro reto es romper con esa tradición rancia y asfixiante, y convertir esta en una sociedad vibrante, justa, equitativa, una sociedad de oportunidades, de sueños cumplidos, de valores comunes que sean honrados por todos y que restablezcan las fronteras éticas destruidas por la guerra. Esa tarea, es la tarea de una mujer, pero no de cualquier mujer, sino de una que sepa honrar lo femenino: el diálogo, la paciencia, la siembra, el cuidado de otros, la compasión, la solidaridad, la alegría, la protección de la naturaleza.
Los hombres están de nuestro lado. Como esposos, como amigos, como hijos, como hermanos, como compañeros, como víctimas ellos también. Los hombres colombianos valoran y admiran a sus mujeres, porque saben del peso que hemos cargado en silencio y de la necesidad de que tomemos las riendas e insistamos en un cambio fundamental que nos garantice que nunca más volveremos a pasar por el dolor de ver morir a nuestros hijos. Y no tengo duda de que saldrán algunos, hombres y mujeres, a sabotear semejante empeño. Nos dirán que el lugar de las mujeres es en la cocina. Cierto, es allí donde aprendemos a alimentar a nuestras familias y a hacer rendir nuestros recursos, y por supuesto, es en la cocina en donde se guardan los cuchillos.
Necesitamos a muchas mujeres aspirando a transformar a este país que recibimos herido y cansado. Necesitamos de lo femenino tejiendo con paciencia las redes de confianza y diseñando una sociedad que honre la vida, la vida que le hemos dado nosotras que la parimos, y que no estamos dispuestas a ver destrozada de nuevo por la injusticia.
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