Señor Iván Duque, ¡cuánto quisiera respetarlo! y ¡cuánto me gustaría estar equivocado sobre el pobre concepto que de usted tengo! Sin embargo, me es imposible ignorar sus múltiples muestras de banalidad e irresponsabilidad, además de su falta de calidades para el cargo al que llegó a fuerza de indignidad.
Estamos en pugna, todos sabemos cómo funciona el lado más oscuro de la política. La falta sistemática a la verdad para hacer del contrincante la fuente de los males del mundo. Ahí vemos cómo intentan algunos de sus copartidarios responsabilizar a la alcaldesa de Bogotá por unos muertos que hemos visto por meses tratar de evitar después del asesinato de Dilan Cruz frente a las cámaras.
Lo que puede escoger es qué comunicar, qué intentar representar al menos, qué puesta en escena y qué papel tratar de ejercer, qué asesores de mercadeo político contratar. ¿Podría al menos fingir que le duelen los muertos de Samaniego, Bogotá, Cali y la Colombia profunda? ¿No entiende que no garantizar verdad y justicia imparcial nos seguirá condenando a cien años de hojarasca?
¿Cómo es posible que siga replicando dogmáticamente la cartilla del desastre, de apoyar políticamente la represión de protestas legítimas y actos vandálicos por igual con brutalidad inconstitucional, ilegal, ilegítima, para luego clamar que se sale de las manos la muerte, como se salieran de mano los paramilitares, como se sale de control el país peligrosamente cada ante tanto ante sus ojos desconectados, sobrepasado por las circunstancias?
Con representar teatralmente los dolores de Colombia aportaría un poco en vez de avivar la indignación popular. Con que se intentara doler de tanta muerte, incluyendo la muerte de los más p obres, más viejos y menos privilegiados, algo haría.
Se ha dicho por años, colombianos, que sea una oportunidad para reiterarlo: de los resultados de nuestras elecciones cada cuatro años nos va la vida literalmente. Aunque tenemos piel curtida de sangre hermana, es imposible sobreestimar la incidencia de la política sobre nuestras vidas.
¡Cuánto daño vemos que puede hacer un niño perdido con podero un político avezado jugando a hacerse el tonto cuando opta por representar los intereses más retrógrados e improductivos del país, y cuando decide esconderse tras los argumentos de la soberbia minoritaria por encima del clamor de un pueblo que merece más respeto, devoción y un porvenir mejor que el que le depara la falta de agencia ética de sus líderes!
Los colombianos seguiremos empujando este país a pesar del tiempo que su falta de liderazgo nos hace perder y de los retrocesos que su inercia cómoda nos acelera; seguiremos recogiendo del suelo los pedazos en que salta el país de tanto en tanto, convulsionado, para juntarlos de nuevo, sanar esta patria huérfana de sensibilidad a través de los siglos.