En días recientes el presidente de la República de Colombia, Iván Duque, en el marco de la visita al país de un funcionario del gobierno de los Estados Unidos y con ocasión a la conmemoración del Bicentenario de la Independencia, aprovechó la oportunidad para agradecer “el apoyo de los padres fundadores de los Estados Unidos a nuestra independencia”.
Más allá de lo curioso y anecdótico que pareciese esta, más que engorrosa, situación, lo cierto es que el mandatario no acertó en su apreciación respecto a los hechos históricos ocurridos y a las proezas realizadas por Bolívar y sus aliados en la gesta independentista que culminaría en el épico año de 1819 con la Batalla de Boyacá.
Situación que pone en entredicho el adagio popular que reza: “el que no conoce su historia está condenado a repetirla”. Ojalá el desconocimiento de estos hechos históricos por parte de Duque nos condenara a gestas al menos similares como las de los próceres de aquella época. Muy por el contrario, la ignorancia de la historia de Colombia por parte del mandatario solo ha evidenciado una actitud servil, dependiente, aduladora, fetichista y despolitizada.
La historia es un campo de luchas y decisiones políticas. No es una simple sucesión de hechos sin sentidos; es el escenario donde se gestan las relaciones sociales, de producción, pero además donde se juegan las posiciones de poder, los privilegios, el acceso a lugares de incidencia, etc., todos estos asuntos políticos. Darle la espalda a la historia es seguir permitiendo, como lo ha mostrado la actitud de Duque, no solo la invisibilización de actores que han dinamizado la acción política, como en el caso de las guerras de independencia de la Nueva Granada, por ejemplo, sino además las luchas por la reivindicación de derechos colectivos de pueblos y comunidades que “históricamente” han sido subordinados.
La historia es materialidad, no es una determinada serie de desarrollos sociales. No es la simple realización de progreso dirigido por una “razón universal” que ha predispuesto el orden mismo de las cosas. Estas son, antes que nada, el resultado de la acción de los hombres. No corresponden a ningún criterio metafísico, sino al sentido mismo de las prácticas humanas.
Por ello, el olvido de la historia no solo como acto inconsciente sino, más aún, como gesto político, se constituye en la mayor barrera para generar las condiciones materiales para la emancipación, sublevación y la liberación de los pueblos. Pues tales condiciones, como dijera Marx, hay que buscarlas en el “seno de la historia”. Desconocer esto es el mayor problema de la historia de Colombia, que ha generado una sociedad “despolitizada”, “desprendida” de asuntos políticos y desesperanzada frente a un régimen que continúa generando brechas sociales, exclusión, discriminación, racismo y sexismo.
Por esto hay que volver a la historia para cambiar el orden de las cosas, que no ha sido un producto del devenir natural del tiempo, sino de la acción de los hombres, la misma que nos permitirá contrarrestar el orden de las cosas que nos aqueja como sociedad. Tal vez sea entonces el momento de llamar la atención sobre la importancia, no solo de tomarse en serio la historia en los colegios del país, sino en general la preponderancia de las ciencias sociales con espíritu crítico y su papel en este escenario de posacuerdo.
