Colombia, ese país que usted preside, está ad portas de vivir un quiebre histórico. Empezar el proceso de cerrar una de las más sangrientas páginas de su historia, para iniciar no el fin del fin, como aseguraron en el pasado, sino el principio del principio de la construcción de lo más deseado por todos, una sociedad distinta. Una sociedad comprometida en lograr el bienestar de todos, con un sistema político sano, con partidos nuevos limpios de intereses mezquinos, dispuestos a representar todas las ideologías de sus ciudadanos. Una sociedad donde sus contradicciones y diferencias se resuelvan realmente en paz y no a bala. Donde los que más tienen dejen de lado su indiferencia, las limosnas, y se conviertan en solidarios de verdad con esos sectores que necesitan de sus impuestos, de su capacidad de generar empleo decente, de su generosidad para apoyar realmente no sus crisis sino la dura vida de los más necesitados para que dejen de serlo.
Si usted logra firmar un acuerdo con la guerrilla —imperfecto, incompleto y con todos los defectos que señalan sus opositores— anuncie que no irá a la reelección. Si logra este paso trascendental que a pesar de lo difícil y doloroso que ha resultado negociar en medio del conflicto todavía conserva un apoyo mayoritario entre los colombianos, usted pasará a la historia como el presidente que logró el principio del principio de la paz. Sus detractores, por muchas fallas en muchas políticas, las borrarán de su memoria porque para ser justos, no entregará un país en crisis pero tampoco en el sendero pleno de la modernización. Sin embargo, alcanzará lo que todo presidente anhela, no pasar desapercibido para las próximas generaciones.
Además, no le tocará una tarea aún más compleja por realizar, el verdadero posconflicto, porque para tener éxito en esa, que será la labor de los próximos presidentes o presidentas de este país, se necesitan líderes muy distintos a todos los que esta sociedad ha tenido hasta ahora. La razón es muy sencilla. Para reconstruir los valores, adecuarse a los principios universales que deben regir el mundo actual, lo primero que se debe rehacer es el ejercicio de la política porque precisamente en la perversión de esta noble profesión está la base de muchos de nuestros males. Para usted, señor presidente y para la mayoría de los candidatos actuales, esta tarea es imposible, porque de una u otra forma, ha sido producto de esa manera de ejercer liderazgo.
Pero usted al decir No a un nuevo período de su gobierno, acaba con el desastre que es para nuestro país la figura de la reelección presidencial. Difícil que segundas partes sean buenas, pero además y es tal vez su mayor desventaja, el ejercicio de la presidencia gracias a la posibilidad de reelegirse, se redujo a casi nada en términos de tiempo. El primer año están aprendiendo sus equipos, y a veces ni lo logran; además, le toca seguir con el presupuesto de su antecesor. El segundo año arma su plan de desarrollo y empieza una tarea que se ha vuelto casi imposible, ejecutar. El tercer año que es en el que estamos terminando se inicia la campaña presidencial y usted ayudó a eso creando ya su equipo de campaña. Y en el cuarto todo se paraliza. Pobre país. Y pobres los pobres y las clases medias que tanto necesitan de un Estado eficiente y actuante.
Para la mayoría de los colombianos darle un golpe mortal a la reelección, lo convertirá en héroe nacional y nos olvidaremos de todas las falencias de su administración. Es decir, al decir No, señor presidente Santos a un nuevo periodo de gobierno suyo, tendrá lo que se llaman un acto gana-gana, no solo para usted sino para la democracia, y sobre todo para iniciar la reconstrucción de la sociedad colombiana.
Usted señor presidente, tiene la vara mágica para lograr que se una su beneficio personal con el de todo el país, algo que solo su buena suerte puede lograr. Por su propio bien, diga NO a su reelección.
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