Señor ministro de Hacienda: La sífilis no se cura amputando piernas
Opinión

Señor ministro de Hacienda: La sífilis no se cura amputando piernas

Por:
diciembre 03, 2014
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Colombia, como en esa enfermedad, se encuentra enferma en condiciones graves y vergonzosas.

Vergonzosas por lo social, ya que es el país que menos disminuyó y que mantiene la mayor desigualdad entre sus habitantes; el de mayor desempleo de Latinoamérica; con sistemas de salud y educación más que deficientes; y sobre todo con la rama de la Administración de Justicia no solo inoperante y en la práctica inexistente, sino que da vergüenza (presos sin sentencia, hacinamiento, corrupción, 'choque de trenes').

Y graves porque por haber escogido un camino errado su prospecto de desarrollo está haciendo agua.

En efecto, no contentos con haber adherido a un modelo en su momento cuestionado por los resultados sociales que presagiaba, se optó bajo el recetario del neoliberalismo por el peor modelo: nuestros dirigentes orientaron el país hacia la globalización por la vía de ofrecer petróleo para la exportación y con ello importar lo que necesitáremos en un mercado internacional, remplazando una economía de producción de riqueza en sectores generadores de valor agregado  (industria y agricultura), por un modelo de economía extractiva dependiente de los recursos naturales que encontremos, en especial del petróleo.

Pero, ¿a quién se le ocurre montar la economía sobre un producto que uno no tiene? Tuvimos sucesivamente Caño Limón, Cusiana, Cupiagua, yacimientos  con dos billones de barriles, pero nunca hemos superado unas reservas probadas para más de siete años.

Las órdenes del 'Mercado' son eminentemente coyunturales y lo que es atractivo en un momento (como los altos precios del crudo) es, por la naturaleza misma de la oferta y la demanda, transitorio. El aumento y ahora la disminución del precio, va paralela a la decisión de Estados Unidos de romper su dependencia de las importaciones, promoviendo la producción de biocombustibles, desarrollando la tecnología del fracking (fracturación hidráulica), y doblando y llenando el almacenaje de sus reservas estratégicas (cosa que nunca había hecho) mediante ley que las subía a dos billones de barriles. Hoy, de diez millones de barriles diarios bajó su importación a menos de tres, y va camino de volverse exportador. Este es el nuevo escenario.

Las primeras necesidades para promover este absurdo modelo mostraban ya su costo:

por un lado, la falta de infraestructura apropiada para esa actividad causó inmensos e incalculables costos, por ejemplo en el transporte; el llamado 'oleoducto sobre ruedas'  ha deteriorado las carreteras, acabado con la movilidad sobre ellas, y representado no solo molestias sino pérdidas de tiempo —y de capacidad productiva— y sobrecostos en el mismo combustible que por ello requieren todos los usuarios que deben circular detrás de los carrotanques que hoy acaparan varias vías.

Por otro lado, están las prebendas que se tuvieron que ofrecer para atraer a los inversionistas: desde rebajar las regalías hasta ser el país que menos participación recibía de sus propios recursos, pasando por condiciones tributarias excepcionales, hasta los contratos de estabilidad que los eximen de la legalidad ordinaria colombiana.

Pero los atractivos y ventajas entregadas para los inversionistas no alcanzan para compensar la disminución de precios; como lo nuestro son crudos pesados, y por el sobrecosto de no tener oleoductos para llevarlo a los puertos (23 dólares contra 5 por barril —según Ivan Duque—), hoy estamos por encima del precio comercializable que permitía su explotación. Eso es un problema mucho mayor que el de perder ingreso por la baja de precios.

Y como la verdad es que la 'bonanza petrolera' no fue tal en cuanto a que cambiara nuestro potencial, sino una bonanza consistente en traer inversionistas en el sector, y el ingreso que jalonó las buenas cifras recientes fue el del capital extranjero (la famosa IED, inversión extranjera directa) que vino no el del aumento de la producción o las reservas, esta desaparece.

Esta es la enfermedad de nuestra economía, y adicionar a esto la Reforma Tributaria que se propone, es como pretender mejorar a un sifilítico amputándole una pierna. Aquí no es como en matemáticas que negativo por negativo da positivo.

¿Quién puede estar interesado en invertir pagando hasta un 44 % sobre sus utilidades, mientras Ecuador y Perú no llegan al 30 %?

La caída de precios se reflejará en disminución de algo como 6 billones en 2015 (con esto el descuadre será de casi 20 y no de 12,5 billones) en los ingresos del Estado; pero aún más en el 2016. Es una contradicción hablar de 'reforma estructural' y plantear que se hará en diferentes tramos.

Si el propósito es salir de la economía informal ¿a quién se le ocurre gravar el trabajo, la inversión y las operaciones bancarias, en vez ampliar la base que no tributa y eliminar las exenciones?

¿Cuál puede ser la lógica de pretender que mantener el modelo fracasado invirtiendo más en el mismo sector puede ser la forma de salir de esta enfermedad

Decir que el aumento del dólar compensa la pérdida de precio es como consolarse con que lo bueno de que uno estrelló el carro es que vale menos y se vuelve más fácil venderlo. O como que las petroleras se pusieran contentas porque como tendrán menos utilidades pagarán menos impuestos.

¿Cómo es posible pensar que nada hay que cambiar ante esto? ¿Cómo no cambiar de modelo? ¿Cómo se puede pretender que Colombia "tiene las herramientas para navegar por esas aguas y por eso no se pueda hablar de crisis petrolera en este momento”? (El ministro de Hacienda, La República, nov 29).

 

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