El derecho a la vida es inviolable. No habrá pena de muerte. Así reza el artículo 11 de la Constitución Política de Colombia. Además, el artículo 2 señala: "Las autoridades de la república están instituidas para proteger a todas las personas residentes en su vida, honra, bienes”.
Pese al mandato taxativo de la constitución, que el presidente juró cumplir, hacer cumplir y defender, 47 personas han muerto a manos de la policía durante los 10 días de protesta social que se lleva a cabo en Colombia desde el 28 de abril. Igualmente, se cuentan 980 personas desaparecidas, 1023 heridas y 12 casos de violencia sexual. Un balance espeluznante y una respuesta inusitada contra una legítima jornada de protesta ciudadana que, de acuerdo con el artículo 37, está también garantizada por la constitución nacional.
El Estado de derecho está siendo entonces tanto menos que una realidad ficcional, como desde un comienzo lo ha venido siendo el ejercicio de gobierno del señor Duque. En verdad cuesta mucho llamarlo presidente.
La movilización se produce inicialmente como parte de un levantamiento contra la propuesta de reforma tributaria presentada por el gobierno, pero que tan solo fue la gota que rebosó la copa en que se acumulaban un conjunto de situaciones de tensión, ocasionadas por el difícil momento que vive una ciudadanía preocupada e indignada por el acelerado deterioro de sus condiciones de vida, reflejado en el incremento del hambre, la pobreza y el desempleo, exacerbados por los efectos de la pandemia.
Como el presidente que no ha sido, Duque ha elevado a las más altas cumbres la ineptitud, la indolencia y sobre todo la desconexión que tienen con la realidad del país quienes durante toda nuestra historia republicana han manejado a su antojo las riendas del Estado y configurado a imagen y semejanza de sus ambiciones y deseos el mapa político, económico y social de la nación.
La crisis de hoy radica en que esa realidad se les está saliendo de las manos. Los partidos y las dirigencias tradicionales lejos están de convocar o asumir la representación de las mayorías nacionales, la emergencia de una diáspora de nuevas identidades socava su legitimidad y se muestra dispuesta a que se produzca un relevo, la paciencia se agota, la dimensión de los problemas toma cuerpo en la conciencia de cada ciudadano o ciudadana que busca un lugar y una forma de manifestarse superando miedos, incluido el de enfrentarse ante la rabiosa y criminal reacción del régimen.
Por las calles de Colombia se moviliza hoy una ciudadanía variopinta, un conjunto de voces polifónicas que reclaman un espacio para la realización de sus derechos, seguridad y dignidad para sus vidas; las mismas que forman parte de esos nuevos tres millones y medio de personas que en el último año han caído en la pobreza, las que intentan sobrevivir de la informalidad, las que solo tienen para suplir una comida al día y los miles de jóvenes que no han podido ingresar o han tenido que abandonar sus estudios. A ellos se suman los que se duelen de la muerte de sus familiares y amigos debido a la pandemia, en donde la precariedad del sistema de salud y la pobreza con que el Gobierno ha encarado la situación es la que explica en buena parte la razón de su partida.
Detenga la masacre señor Duque; no son vándalos los que decidieron hacerse oír; no haga blanco de su ineptitud, su cinismo y su indolencia a quienes no les ha quedado otra alternativa que exponer su vida en las calles; que la sangre de las decenas de jóvenes asesinados no sea lo que justifique su paseo por la presidencia; devuelva la policía y el ejército a sus cuarteles porque afuera están actuando como fieras enloquecidas; regálele al país un minuto de liderazgo, al menos en esta hora aciaga en que, por el fracaso de su gestión, Colombia está de luto.
Piense en que su falta de honestidad al haber aceptado ocupar un cargo para el que no reunía las condiciones es lo que lo hace el único responsable del horrible momento que vive Colombia; no ponga sus armas a discreción contra una juventud inerme que solo ha salido a reclamar el derecho a tener un presente en paz y a que no se le niegue la posibilidad de seguir soñando en cómo labrar un futuro más promisorio.
Si tuviera entereza y fuera cierto que está dispuesto a hacer algo por Colombia, lo más razonable sería que hoy mismo usted presentara su renuncia; le convendría y se expondría menos a tener que salir por la puerta de atrás, como seguro irá a pasar si se espera hasta el siete de agosto de 2022. Ojalá le alcanzara la sensatez para que deje algo bueno en la historia que pueda honrar su nombre.
Usted que permanentemente invoca al Dios en el que cree, sin faltarle al respeto que merecen sus creencias, recuerde que el quinto de sus mandamientos le dice “no matarás”; pídale a ese Dios que lo ha acompañado cuando le ha quedado grande proteger y defender la vida, que se apiade de su conciencia y lo ilumine para que le quede más grande ayudar a producir la muerte.