Hoy sentimos un gran alivio los colombianos que no logramos entender cómo una campaña como la del No-uribista —basada en mentiras reconocidas por su director Vélez Uribe y que cada día se evidencian más— no ha sido descalificada como debe ser. Lo que muchos llevamos entre pecho y espalda por más de una semana por fin fue dicho claramente nada menos que por el New York Times, uno de los periódicos más famosos del mundo: "el señor Uribe se ha convertido en el mayor obstáculo para el fin del conflicto armado de 52 años de Colombia." Pero va más allá, le recalca al senador Uribe que ya es hora de que empiece a comportarse como un estadista en vez de como obstáculo. Termina el editorial diciéndole al expresidente que el fracaso de esta negociación sería una tragedia que arruinará su legado. Uff! qué alivio, porque, además, siquiera señalar al NY Times de castrochavista o enmermelado lo dejaría en el ridículo, al él y a sus seguidores; para no mencionar el portazo internacional a quien se atreviera.
Aunque muchos somos conscientes de que caminamos sobre vidrios —que no inmuta a los uribistas— porque la demora para llegar a un acuerdo puede derivar en una dolorosa confrontación, así esta sea accidental, existe el temor de sacar este peligro a la luz pública. Por eso se necesitaba urgentemente una voz autorizada que planteara lo que muchos en Colombia comentamos en voz baja.
No se sabe que desconcierta más:
las barreras al Acuerdo escondidas en sus propuestas, sus inamovibles,
su desdén frente a lo que la otra mitad de Colombia escogió...
No solo señala el NYT el peligro legitimo en que estamos. Habla también sobre la responsabilidad política que tiene un líder como el expresidente Uribe, con su innegable liderazgo sobre tantos fieles, porque muchos son más que seguidores. La forma como ha tratado de desmeritar la urgencia, como ha venido dilatando la presentación de sus propuestas no muestran ese verdadero amor que siente por el país, del cual siempre ha hecho gala. No se sabe que desconcierta más: las barreras al Acuerdo escondidas en sus propuestas, sus inamovibles, su insistencia de que impondrá sus propuestas sin reconocer que las Farc tienen voz y voto sobre ellas, su irrespeto por el trabajo serio del gobierno durante cuatro largos años de negociación, o su desdén frente a lo que la otra mitad de Colombia escogió. Pero con cada una de sus frases se destapan sus motivos.
El mundo observa a Colombia en estos momentos claves de su historia moderna con mucha generosidad, una que no será eterna, pero también, con gran preocupación. Las Naciones Unidas, claves en esta etapa de transición, se quedan por ahora pero no podrán mantener a sus funcionarios indefinidamente en Colombia, y menos si la paz se nos sigue alejando y diluyendo en el tiempo. Las Farc han mostrado madurez política y calma, pero ¿hasta cuándo? El presidente Santos se la sigue jugando toda, con absoluta decisión, con generosidad, y sobretodo, paciencia. Pero el senador Uribe sigue ahí, sin afán, y como si tuviera derecho a imponer todo lo que se le ocurre o le conviene.
Ojalá este gran campanazo del NYT lo despierte y lo devuelva a la realidad que hoy vive toda Colombia. Si decide no tomar conciencia y el país pierde esta oportunidad de parar el conflicto, que sí existe y es muy real, el costo lo asumirá él, personalmente y solo, porque no es seguro que todos sus seguidores se queden a acompañarlo. Pero aún más importante es el peligro en que nos pone a todos si continúa esa confrontación armada que nos roba colombianos, hombres, mujeres y menores. Colombianos desde hace mucho tiempo solos, pero que hoy finalmente encontraron su voz y nuestro apoyo. ¿Necesitaremos otro campanazo?
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