“Le tengo miedo a dejar de creer, a que no tengamos el valor, de sembrar, cuidar y cosechar la paz”, eran mis palabras en un video que hice hace tres años para enviarlo a una convocatoria nacional.
Hace poco, a las tres de la mañana —que es para mí la hora mágica para reflexionar y decidir—, decido volver sobre esta reflexión y aplicarla a mi propia vida. Decido aprovechar la temporada que se acerca de siembra de fríjol para sembrar a Uribe. Uribe, como el nombre de los que muchos han llamado el “Innombrable”, “El Gran Colombiano” y otros adjetivos que no quiero repetir, porque esta decisión incluye también sembrar en mi mente y corazón —si es que son distintas— y en mis palabras la oportunidad de liberarme de la carga que significa para mí, para muchas personas de mi amado Ituango, y para mi país, el nombre Uribe. ¡Uribe, sí, Uribe! Como ese sonido que me punza el pecho cuando pienso en mis hermanos de El Aro, Ituango; de La Granja, Ituango, y en otros de toda Colombia. ¡Uribe, sí Uribe! Como ese sonido que siento que me punza cuando pienso en mi hermano Jesús María Valle Jaramillo, y en otros hermanos, y defensores de derechos humanos de todo mi país.
Conozco a otros Uribe y a otros Vélez a los que les tengo afecto. Es más, la variedad de fríjol Uribe es el que más me gusta porque aquí en Ituango lo cultivamos. Es una plantica pequeña, con unas vainas de un rosado intenso y sus semillas de color rosado claro. Nosotros los montañeros lo valoramos mucho porque además de lo bello es blando para cocinar y tiene buen precio a la hora de comprarlo en los mercados.
¡Qué vaina! Que en Ituango y en muchos lugares del país nos hayamos cargado con ese apellido. A veces, quiero pensar que él entrará en razón y reconocerá que se equivocó, y entonces muchos colombianos, o al menos yo, lloraré sintiendo aún indignación, pero podré entender que al igual que todo el resto de colombianos tomó malas decisiones y terminó odiando; y al igual que muchos nosotros los humanos pasó de ser víctima a victimario porque no fue capaz de perdonar. Otras veces se me ocurre pensar que tal vez yo u otros colombianos que no lo amamos tanto, en medio de sus circunstancias, sus carencias, habría o habrían actuado igual si tuviera o tuvieran el poder que él tiene. ¿Quién sabe?
Qué vaina sentir que eso que espero tal vez nunca suceda. Que es tal su orgullo y todo lo que él significa, que ni los testimonios, ni las evidencias pueden develar la verdad que tantos necesitamos. Qué vaina que todos los que se llaman Uribe no son como esa plantica que tanto amo, cuando con timidez comienza a brotar y luego de tres meses, tiene sus semillas tan bondadosas y sencillas.
Como creo que para ser feliz y hacer feliz de los demás hay que reconocer los errores, reconozco el error de andar con mi corazón o mi mente cargada con este señor Uribe, al que tantos aman, creen y le sirven. Reconozco el error de que sin hablar con él, sin conocerlo de cerca, sin haber vivido un solo día de mi vida junto a él y conocer sus cualidades como humano, me haya atrevido a juzgarlo y condenarlo. Decido entonces, que este año, cuando comiencen las lluvias de abril, unirme a las manos de mis abuelos, padres, y jóvenes de mi amado Ituango, para sembrar, cuidar y cosechar mi paz. Tomar semillas de fríjol Uribe y sembrar algunas por mis sueños, otras para homenajear a las personas que amo, vivas o no vivas; y sembrar otras por las personas que casi no amo o que me causan mella, incluyendo al señor Uribe.
Espero ver entonces que el sol salga bondadoso sobre todas esas semillas y que la lluvia acaricie todas las raíces, que entrarán confiadas en la tierra, y que ella como una madre amorosa, abrazará. Sentiré que entonces tantas metáforas y mensajes de paz tomarán sentido; que tanto mis sueños, las personas que amo y las que no amo deben reconciliarse en mi tierra.