Sembrando vida en el Caguán

Sembrando vida en el Caguán

Sobre un proyecto que mejora la calidad de vida de los campesinos en Caquetá

Por: RAUL SOTELO DIAZ
marzo 10, 2019
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Sembrando vida en el Caguán
Foto: subida por autor

A dos horas en lancha rápida, las familias de la vereda los Remansos, en el municipio de Cartagena del Chairá, departamento del Caquetá, luchan por hacer de su vereda una despensa agrícola en medio de la hostilidad de la selva y del conflicto armado.
Apenas despunta el día, las lanchas que transportan pasajeros, leche, queso, ganado y todo tipo de mercancías, danzan con sus motores fuera de borda sobre el río Caguán.

Las lanchas rápidas de la Infantería de Marina artilladas de punta a punta con armamento de largo alcance, comienzan a ejercer control milimétrico. Rio abajo hay severas restricciones para el embarque de algunos insumos agrícolas, cemento, gasolina, entre otras, por estar asociados a la producción de la base de coca.

A las siete de la mañana la sirena de la lancha anuncia la partida. Los pasajeros desconocidos hasta entonces, portamos chalecos salvavidas de colores vivos. En medio de los timbos de leche que río abajo van repletos de suero salado para alimentar cerdos y uno que otro encargo de los campesinos, íbamos encarrilados cada uno de los pasajeros, todos con destinos diferentes, el mío la vereda los Remansos.
Frente a mí una experta del lugar. Era una mujer robusta de unos 55 años de edad. Para romper la soledad de andar entre varios pero en silencio, pregunte sobre el tiempo que tardaría en llegar a mi destino final. “A dos horas mi señor. Tranquilo yo le aviso a dónde debe quedarse”. Menciona. Y como si leyera mis intenciones comienza a contar uno que otro secreto del río Caguán “este río ha sido testigo de las épocas cuando en el Bajo Caguán se nadaba encima del dinero. Aquí se cambiaba bultos de coca por bultos de dinero. Cuando la bonanza de la coca en los años 80, había dinero para todo. Mi papá por ejemplo, hacia cerrar el burdel más grande del pueblo y pagaba para que las mujeres lo atendieran a él y a sus amigos. Esa es la triste realidad mi señor”. En medio de la firmeza de su palabra continúa diciendo, “eran los tiempos donde las prostitutas ganaban más dinero en una noche de lo que se ganaba un maestro trabajando sin parar durante dos meses”.

El río Caguán es un espejo de agua de 457 kilómetros que desemboca sobre el río Caquetá. Cuenta con abundante variedad de peces y una que otra anaconda, algunos tan grandes como el más alto de los humanos que habitan la zona. El Rio Caguán es la vida de Cartagena del Chairá, un municipio ubicado a 160 kilómetros de Florencia, Capital del departamento de Caquetá y que actualmente hace parte de la política de consolidación del gobierno del presidente Santos, la cual busca reconstruir los territorios que han sido desbastados por décadas de violencia y abandono del estado.

Mi recorrido se hizo corto. Es temporada de invierno. El río está tan ancho como diez campos de futbol juntos y así las lanchas navegan con facilidad. Las tortugas que en verano se asolean en las raíces de los árboles caídos, ahora no están. Regresarán cuando llegue el verano. Dos años atrás para esta misma época el río se desbordó e inundó una vasta zona rural río abajo. Una de las comunidades afectadas son los campesinos de Los Remansos.

Es media mañana y la compañera de viaje anuncia que en la siguiente curva del río se divisa el pequeño puerto de la vereda. Poca antes Lily Artunduaga y Wilmar Arias, psicóloga y trabador social del proyecto Sembrando Vida, de Corpomanigua, me habían saludado con bastante fervor desde la lancha que subía hacia el pueblo. Por esa semana ya habían terminado el trabajo psicosocial con la comunidad. En los Remansos me esperaba Nelson Hoyos, coordinador del proyecto, José Trochez y Heladio Ortegón técnicos agropecuarios y Pancho, un chigüiro que llegó hace cuatro meses siendo un cachorro y ahora es la mascota de la comunidad.

Pasadas las diez de la mañana a lomo de caballos de arriería, comienzan a llegar cada uno de las y los participantes del proyecto Sembrando Vida. Los tacones y los vestidos de seda no hacen parte del atuendo. Las mujeres usan pantalón y botas de caucho a media pierna para esquivar el barro. Los hombres complementan su atuendo con sombrero, perrero y poncho. Los que vienen de las zonas más lejanas desaperan su caballo para que descanse y se alimente con pasto que crece en un improvisado campo de futbol. Cada uno saca silla y va haciendo un círculo en la Caseta Comunal.
Antes de iniciar el taller sobre manejo técnico de gallinas ponedoras, Benito Prieto un hombre de cuerpo menudo y de unos 60 años de edad, sentado sobre el redondez de madera rústica de la gallera del lugar, comenta “el proyecto Sembrando vida, ha despertado bastante interés en la comunidad. La huerta, los paquetes alimentarios, el filtro de agua y el trabajo con los jóvenes es bien visto por acá. Ya tenemos listo los galpones para recibir las gallinas ponedoras”. Benito y su familia es uno de los 35 participantes del proyecto en esta zona, en días anteriores además de la huerta, él y sus vecinos sembraron semillas de maíz, plátano y yuca. El proyecto con una duración de seis meses es implementado por Corpomanigua y financiado por el fondo de respuesta a emergencias de la Oficina de las Naciones Unidas para la Coordinación de Asuntos Humanitarios (OCHA) y HelpAge, ONG de Inglaterra que trabaja en Colombia con prioridad en el enfoque de adulto mayor.

Las familias de Los Remansos son campesinos de escasos recursos económicos que han ido comprando pequeñas porciones de tierra a un hacendado de la región. Son tierras desgastadas por la ganadería extensiva y ahora ellos a pala y azadón intentan recuperar el suelo. Hace dos años, el río Caguán el mismo que le provee el pescado para la familia, inundó parte de sus fincas y perdieron los cultivos de yuca, plátano y frutales. Ahora viven de la producción de queso a pequeña escala, que a veces solo alcanza para medio comer.

En la tarde cuando el sol empieza a caer sobre el espejo del río Caguán, el ritual comienza de nuevo. Uno a uno las y los campesinos y campesinas montan sus caballos arrieros y retoman el camino fangoso rumbo a su hogar. El concierto de las ranas y las chicharras anuncian la entrada de la noche. A la luz de vela mis compañeros y yo alistamos maletas para salir al día siguiente en la única lancha que conduce a la cabecera municipal. Antes de dormir templamos mosquiteros para evitar los zancudos que en invierno hierven sin parar.

Es una mala noche para mí. La enfermedad del chikungunya que en esta región tropical húmeda ataca sin parar, me despierta ardiendo en fiebre y con las articulaciones adoloridas como si me acabara de aplastar un camión. Es sábado y la lancha que nos llevará de regreso espera por nosotros. Un par de cerdos gordos, un gallo de pelea, plátanos, queso y leche son parte del viaje. En el centro de la lancha tablones forrados con caucho grueso están separados para los pasajeros. El río amaneció a punta de desbordarse como hace dos años. El motorista esquiva árboles arrasados por la corriente y uno que otro atado de basura que flota sobre el río. Dos horas después en el Puerto principal en Cartagena del Chairá, la infantería de marina nuevamente nos requisa. Vigilan el mercado ilícito de la coca.

Las y los campesinos confían que el proyecto Sembrando Vida, ayudará a mejorar la seguridad y soberanía alimentaria y fortalecer la organización local. También tienen la esperanza que el conflicto armado no les arrebatará las posibilidades de seguir cultivando la tierra y construyendo paz desde las Orillas más olvidadas del país.

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