La historia del Arte se tiene que volver a escribir. Los grandes latinoamericanos del siglo XX no están presentes, como lo son, por ejemplo,el venezolano Armando Reverón, el uruguayo Pedro Figari o, nuestro colombiano, Andrés de Santa María. Todos ellos transgresores de los límites académicos de principios del siglo pasado. Cada uno de ellos tiene una ruptura propia dentro de su contexto y sus variadas diferencias. Cada uno de ellos es un creador de imágenes. Cada cual resuelve su problemática estética.
Para los tres es de extrema importancia la materialidad de la pintura, porque cada uno desarrolla de manera particular el manejo de la coherencia pictórica. Hecho que, de alguna manera, les permite trabajar sus propios límites en el campo de la figuración mientras el contorno de pierde.
Armando Reverón, La cueva, 1920.
Al considerar la producción artística dentro de un marco de influencias, podríamos pensar a modo de un postimpresionista extremo a Reverón, quien además fue un artista precursor de instalaciones, que se inventó su propio mundo en su casa en Macuto. Muy alejado del mundo de la realidad, se inventó su propia historia y sus personajes que eran desde amantes, hasta modelos. Se inventó su paleta y su extraordinaria forma de pintar, donde la luz extrema de la playa le permitía ver el horizonte, se inventó su ropa, sus zapatos, su teléfono, su guitarra. Su tambor, su acordeón. Su rifle. Tuvo siempre una vida justa en donde producía lo que hay en su “Castillete”, nombre que le puso a su choza de playa. Como el norteamericano Alexander Calder, construyó figuras en alambre. Fue un personaje que utilizó, en su época, los más heterodoxos materiales para pintar.
Pedro Figari, Candombe de carnaval, 1932
Pedro Figari (1881-1938), por el contrario, fue un abogado con gran prestigio en Montevideo que luchó por la abolición de la pena de muerte en su país. Aunque periodista y Miembro del consejo de Estado, una de sus preocupaciones fue la forma como se enfocaba la enseñanza artística. Así acabó en 1917 dedicándose a la pintura. Y construyó la memoria de los bailes y ritos negros en su país. Incomprendido, viajó a Buenos Aires, donde dejó gran parte de su producción y, en 1925, viajó a París a revisar las expresiones del momento en Francia.
Andrés de Santa María, Bajo la luz eléctrica,1916
Andrés de Santa María (1860-1945) es el gran pintor de su época. Muy bogotano de familia. No hablo de costumbres, porque a los dos años viajó con sus padres a Europa. Estuvo en Inglaterra, Francia y Bélgica, donde quedaron sus obras en un altillo. Su preocupación, al contrario de los Impresionistas, radicaba en la luz eléctrica. Increíble, pero cierto; al regreso del pintor a Bogotá, no tuvo allí la menor trascendencia. Algunas instituciones decidieron acompañarlo en su pintura más expresionista. Pintó un mural en el Congreso que desapareció, porque los congresistas se indignaron con el estilo tan extraño.
Realicé una exposición de estos grandes en la Luis Ángel Arango; el título fue “Una mirada interior de una América Inédita”. Fue apoyada por Juan Manuel Ospina, quien era el director de la sección cultural del Banco de la
República.