Voy a intentar una columna de lectura lenta.
Comienza la Semana Santa y se siente la necesidad de disponer el corazón hacia otro tipo de pensamientos. Repasando tan solo este año, se da uno cuenta de que los hechos insólitos han copado la atención de los colombianos, con sus sobredosis de preocupación e incertidumbre.
No obstante, también sabemos que siempre estamos en la obligación de cuidarnos y de no permitir que las dificultades nos lleven a perder los rangos de razonabilidad y cordura que debemos procurar como personas y como sociedades. A veces, no sé por qué no somos mucho más enfáticos en la conciencia de no desesperarnos, de no permitirnos caer en cualquier tipo de desesperación.
Una de las enseñanzas principales que aprendemos de la tarea de criar hijos consiste en no llevarlos, nunca, hasta la desesperación. No importa si son bebés o son adolescentes: si los padres nos excedemos podemos llevarlos al grado desesperación donde se pierden la comunicación y prudencia que se necesitan para entender las cosas. Lo digo porque me parece que Colombia viene tomando decisiones equivocadas y que, buena parte de ellas, se deben a los niveles de desesperación que aumentan y aumentan sin que seamos capaces de manejarlos.
“Hay que renovar el pensamiento”, era una de las insistencias del apóstol Pablo. Él sabía perfectamente la importancia de cuidar los pensamientos. En esto hace falta insistir sin descanso. No tiene mayor sentido que hoy los gimnasios y las salas de cirugía estética estén a reventar mientras los templos, las universidades y las librerías tienden a desolarse. De la misma manera que entendemos la importancia de cuidar la salud física y el cuerpo, también deberíamos aprender a cuidar los pensamientos y la salud mental. Es por eso que así como tomamos la decisión de incorporar las asignaturas de biología y educación física en los colegios, también deberíamos tomar la de incorporar las de neurociencia y sicología. Son cátedras que podrían ayudarnos a conocernos mejor. Con todo lo parabién que eso implica.
La Semana Santa es un buen tiempo para pensar, para meditar, para recordar. Es interesante ver cómo alguna gente se pone a recordar la pasión, muerte y resurrección de Jesús. Cómo alguien puede “recordar” algo que pasó hace más de 2000 años, cuando aún no había nacido. Y la verdad es que lo recuerda, como si de verdad hubiera estado allí, como si de verdad lo hubiera vivido.
—Pues porque sí lo vivió y lo vive.
De eso tratan los misterios espirituales. Por eso son misterios.
“Renovar el pensamiento”. No solamente pensar bien, correctamente; también pensar cosas buenas. Cosas que sirvan, cosas que reconcilien, cosas que inspiren, cosas que hagan de nosotros mejores personas.
No sólo pensar bien, meditar. También escoger buenos temas para pensar bien y meditar. Y para conversar. De alguna manera, una buena conversación es la mejor forma de pensar bien, de meditar acompañados.
Lo digo porque en Semana Santa uno también piensa en qué podemos hacer los cristianos para que nuestro país piense mejor, sienta mejor, converse mejor.
—Pues se me ocurre una cosa.
Entre los cristianos, tal vez quienes han hecho las mayores contribuciones respecto de la aplicación de los principios y valores de Jesús en la Economía Política, son los católicos. El cristianismo católico tiene un planteamiento que se llama Doctrina Social de la Iglesia. Es una maravilla de planteamiento.
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La Doctrina Social de la Iglesia abre la discusión de lo político, lo económico y lo social desde dos fundamentos esenciales: la Dignidad Humana y el Bien Común
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Es muy interesante porque la Doctrina Social de la Iglesia abre la discusión de lo político, lo económico y lo social desde dos fundamentos esenciales: la Dignidad Humana y el Bien Común. Los mismos Dignidad Humana y Bien Común sobre los cuales se edificaron construcciones civilizadoras tan importantes como los Derechos Humanos y la Democracia.
Pensar bien -esto supone pensar para bien, para inspirar, para crecer-, no para pensar mal, en el mal, para lo malo. Por eso debemos inspirar la discusión social desde referentes mejores; referentes que ayuden a disponer los corazones en clave de construcción y no de destrucción; en clave de nación y no de división.
Pienso que los colombianos venimos cometiendo un error muy grande durante las últimas décadas. El error consiste en que hemos venido discutiendo la economía desde dos referentes que no son verdaderamente inspiradores: el neoliberalismo y el marxismo.
El neoliberalismo se fundamenta en un pragmatismo llevado a tal extremo que ha dejado de lado consideraciones éticas y sociales sin las cuales la Dignidad Humana y el Bien Común terminan siendo sacrificados. A su vez, el marxismo se fundamenta en el odio de clases -y ahora de géneros, de etnias, de ideologías- llevado a tales extremos que ha dejado de lado consideraciones como la unión nacional y la gratitud histórica sin las cuales la Dignidad Humana y el Bien Común también resultan sacrificados.
En estas meditaciones de la Semana Santa me pregunto por qué la cristiandad no es más entusiasta en la forma como enseña la Doctrina Social. Qué bueno sería que los cristianos católicos y evangélicos de Colombia se dieran a la tarea de estudiarla y enseñarla.
Es increíble cómo, cuando se habla de economía, no se trae a referencia la Doctrina Social; cómo cuando se enseña Economía Política en la universidades, no se enseña la Doctrina Social. Como si no existiera.
La Doctrina Social es un magnífico camino si queremos volver a ponerle referentes éticos a la discusión económica y social y si entendemos la necesidad de liberarnos de ataduras ideológicas que no nos dejan pensar. O por lo menos no nos dejan pensar bien, para bien, por el bien. Mejor dicho: inspirados.