Como siempre, es una regla de comportamiento en nuestro medio: todo transcurre en torno del debate electoral. Pero, ¿cómo no?, si en verdad cada vez que se trata de una integración de cuerpos de comando, gobernaciones, alcaldías, asambleas, concejos y, en donde existen, las juntas administradoras locales, se trata, nada menos y nada más, que de una forma de intervención de la ciudadanía en lo que llamamos, constitucionalmente, la democracia participativa: bienvenida la democracia; mal que no se ha podido reemplazar por otro, por fortuna.
Imperfecto o no, el sistema permite que las cosas se lleven por el campo de la decisión ciudadana; ello es evidente y, entonces, necesario. ¿Qué hacer sin otro mecanismo que permita, así sea en teoría, encontrar los dignatarios que propendan por el bien público? Nada qué hacer. Por lo menos debemos proteger esta forma de encuentro con el poder.
No obstante, ya se dan por elegidos los que poseen la fuerza del poder y, sería totalmente loable, si ello se hiciera por medio de unos partidos políticos maduros, con plataforma, programa e ideología; empero, sabemos que estamos a años-luz de que el milagro suceda. Entonces lo que se va a presentar por un lado es, la marca de unas facciones políticas que aglutinan votos, que suman sufragios como en colección de muebles o de artículos que están a la disposición de quien acceda a ellos; o, por otro, caudillismos con deseos de perpetuarse, por sí y ante sí mismos, en el poder —atavismo de la monarquía, de los sistemas dictatoriales— o, trucos electorales de conveniencia momentánea; o, en especial tendencia, formas de explotar la opinión según el quehacer de los hacedores de opinión pública; es decir, en palabras sencillas, todos unos mecanismos de acceso al poder diferentes de los que ofrece el mismo mecanismo electoral.
De otro lado, estamos eligiendo, en veces por odios o pasiones lejanas al bien común y a los fines del Establecimiento: ‘el voto en contra’ ha ganado en Colombia por décadas; ahí vamos.
Otras veces, se acude al expediente del voto útil, una versión bien que curiosa del ‘voto en contra’: se elige entre las opciones que sean capaces de ganar y, entonces se decide por el contrario, al que no queremos que llegue a ejercer el poder. Qué satisfactorio.
Este último mecanismo, muchas veces determinado por las encuestas y el terror a que gane el que representa la opción menos próxima a nuestra pasión.
En suma, Señoras y Señores, como se sabe, el voto, más que libre, se encuentra condicionado por elementos exógenos que impiden una reflexión y que, por supuesto, se convierte en la mayor subjetividad; capricho del ambiente.
Así se encuentra el paisajismo colombiano; posible, real, pero no es lo que en verdad, más preocupa. Vean ustedes: nos encontramos en un momento de negociación, diálogo o conversación en La Habana, con el fin de, si se puede decir, consolidar la paz; allí se está frente a la contraparte, a la contraparte del Establecimiento; en palabras exactas, frente a la subversión que, ahora, se supone, por medios diferentes a las armas desea el poder; al otro lado, en otra orilla, se encuentra un poder que ha sido cooptado por la ilegalidad, dígase narcotráfico, bacrim, autodefensas, minería ilegal o, la compra de conciencias. Desde luego, a salvo las facciones e intervinientes que lo hacen por el ejercicio del poder y la gestión pública. Pero, atención, también existen aúpan en la ilegalidad, ¿cuál el propósito? Sin duda: el presupuesto, la contratación. No nos llamemos a engaños.
En suma, la pasión electoral que sirve para todo, hasta para las mencionadas persecuciones jurídicas, está por enfrentar al Estado a una encrucijada que pone en peligro su estructura; sin duda, en el telón de fondo no están los cargos y sus ocupantes, se encuentra la supervivencia de la organización. ¡Alerta!
Que se participe y se llegue a buen fin; nuevamente, la oportunidad Colombia.