Selva de acuario con luces de neón
Opinión

Selva de acuario con luces de neón

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septiembre 21, 2013
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El jueves 19 de septiembre se inauguró en el Museo de Arte Moderno de Bogotá una retrospectiva de Carlos Jacanamijoy titulada: Magia, memoria y color que recoge obras realizadas entre 1992 - 2013. Trabajos ambiguos que para el espectador representan más la mentira de una ambición desmedida que la certeza de una historia humana.

Leyendo todas sus versiones publicadas en los medios, creo que al Putumayo fue de vacaciones y que en su supuestamente triunfal trayectoria, la única obra en un museo pertenece, en su condición de excluido de la sociedad, al Museo del Indio Americano en Washington.

En verdad, la propuesta de los excluidos o incómodos en la sociedad me produce irritación. Como si fuera un minusválido que pinta con la boca, o una exposición de artistas mujeres que, por serlo las hace mejores, los indígenas como Jacanamijoy, conlleva la lástima del maltrato. Ya no existe esa cosmovisión tan severa porque muchos de ellos son seres educados que pintan las voces de la magia y hablan de la memoria, mientras manejan un lenguaje contemporáneo. Nadie por ser distinto o excluido es mejor que los que han tenido que labrar solos, con igual esfuerzo, el camino de la expresión.

Para diferenciar la actitud ante la pintura y la condición humana podemos pensar en la maravillosa obra del  mexicano de Oaxaca Francisco Toledo, que busca en la tierra a sus ancestros,  representa en el color el mundo rústico de su entorno  mientras resuelve los mitos y magias del universo animal de su geografía.

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Jacanamijoy pinta fiestas de colores, con una composición explosiva que disimula los propósitos de su armonía. Pinta nudos de elementos cromáticos que explotan en el centro de la obra, maniobras luces, líneas y puntos le sirven de argumento para desvanecer la fuerza del centro mientras abandona las esquinas de la obra que son los argumentos que, verdaderamente solucionan la composición en una obra. Sus cuadros son decorativos eso sí, pero no pasarán a la historia del arte colombiano como verdaderos testimonios del que dice ser y quien se armó de términos “semi cuasi modernos” para pintar sus explosiones de luz y sonido como las que presentan en el espectáculo del Castillo de San Felipe en Cartagena.

Cuando pensamos en reivindicar las expresiones de  una raza que maltrataron y que, como a los indígenas nuestros, los colonizadores los despojaron de costumbres, lengua y Dios, el sentimiento de culpa ancestral nos deja la incomodidad de una desigualdad profunda construida por  la injusta realidad. Tiempos mágicos que nos cuentan en los diarios de Colón  cómo los  marranos tenían cola de león —o algún sinónimo parecido—. Ahora nos toca a la inversa, el indígena se inventa mundos pictóricos que tenemos que creernos. En la obra de Jacanamijoy los elementos de la imaginación son prestados. Hay por ejemplo, argumentos técnicos robados de la reinvención de la geografía americana de la obra de Alejandro Obregón, el sentimiento de la atmósfera que viene mal amarrada a la obra del gran surrealista chileno Roberto Matta y, elementos como las medias lunas que trabajó el cubano Wifredo Lam, que como descendiente de un negro y una china inventó realmente su mundo libertario dentro del Cubismo, las maravillosas imágenes que juntan las dos razas, las dos memorias, las dos magias  de su ser humano con la mezcla universal de los continentes y, que a Jacanamijoy le sirven de trampolín —con caída al vacío— por quedarse sin ninguna de los  condiciones magistrales de los otros pintores y, para instalarse simplemente en el facilismo de las actitudes de una pintura decorativa con un paisaje misterioso de luces de neón.

Imágenes que  vienen a la memoria cargadas de experiencias alucinógenas de viajes con yagé que lo ayudan a recuperar el ancestro de la memoria primitiva y presentarnos un trayecto imaginario de la pintura moderna. Nada es auténtico, nada reivindica su pasado sino que muestra ese ambicioso presente que, busca la autoridad indígena cuando ya conocemos la sabiduría de más de treinta comunidades que viven desde la sierra hasta la selva.

Y la exposición termina mal. Ahora, y después de tantos viajes indígenas, quiere ser un pintor hiperrealista-realista, y no es redundancia. Pinta una pizarra verde y en un hueco le acomoda un cerebro mientras piensa y escribe con letra de corrido – El cerebro es igual en todos los seres humanos. Pero cada uno piensa diferente.

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