Era un 5 de septiembre de 1993 cuando la selección colombiana finalizaba su glorioso partido 5-0 contra la selección de Argentina. Uno de los momentos más felices del fútbol colombiano y con el que nos llenamos la boca de orgullo luciéndonos. Aquella noche fue una de esas en las que olvidamos el terror que para ese tiempo invadía el territorio, y fue gracias al partido que logramos unificarnos en torno al deporte y celebramos con la unión que muy pocas veces nos representa.
Luego de aquel capitulo parece ser que no han sido muchos los momentos similares y desde entonces ese brillo inigualable ha bajado tanto que hoy en día se habla de dejar de ver los partidos en los que participa la selección masculina de fútbol de nuestro país.
El reciente partido contra la selección de Bolivia dejó en evidencia que “la tricolor” su mayoría de veces alcanza la victoria de una manera particular, tildándolo muchas personas de “vergüenza” y “desalentador”, sumándose a esto las críticas hechas por cientos de ciudadanos que se sintieron agredidos por la convocatoria del argentino José Néstor Pékerman a Pablo Armero, quién fue acusado de violencia doméstica, acusación que le costó sólo 1.500 dólares para ser dejado en libertad.
Discusión que abre el debate en torno a si debería aplicarse un castigo ejemplar a estas personas o si se les debe seguir aplaudiendo y tratándoseles como reyes de la cancha y permitir que sigan rodando el balón como si nada pasara.
No faltan (claro está) los que alegan que a diario se lastiman y agreden mujeres y no pasa nada, o que una cosa es su vida personal y otra el fútbol (como el mismo “Miñia” y el director técnico dijeron de la manera más descarada), o que un simple perdón y que vivan bien ahora es suficiente. Pues bien, todas no son más que excusas de interés para que esos personajes jueguen y así logremos ganar, pero esas excusas peligrosas que justifican la agresión a las mujeres no deben ser tomadas como imparciales, ya que estamos hablando de personajes públicos referentes a nivel nacional para niños y niñas que siguen sus pasos y quieren ser como ellos.
Inconformismo muy bien manifestado por Andrea Guerrero, que ahora ha tenido que soportar las amenazas de un país machista que se enoja por el comentario respetuoso y argumentado de una periodista pero no de los escándalos y evidentes mal tratos de futbolistas a sus mujeres. Porque en Colombia tendemos a creer en el fútbol como dios, y en las mujeres como putas, en la educación como innecesaria y en el canal de deportes como indispensable. Parece que las cosas en Colombia no cambian mucho y seguimos estando al revés: los ciudadanos haciéndole favores a los servidores públicos, como diría Garzón.
Comparto totalmente las proposiciones hechas por Andrea, y creo en la necesidad de una consecuencia ejemplar que quede plasmada para el país entero y el mensaje sea claro: De ninguna manera (sutil o no sutil) debemos ser permisivos frente a la violencia de género. De lo contrario, seguiremos creciendo en una sociedad que idolatra lo no racional y elimina las verdaderas prioridades que como nación deben prevalecer.
De la misma manera, el debate se presta para abrir la puerta a reflexionar si hoy tenemos esa selección que en algún momento nos unió y regaló grandes logros, o si por el contrario nuestra cultura en torno a pensar solo en el fútbol masculino como deporte general del país debe ser cambiado.
Quizás estemos en el momento indicado para transformar el deporte nacional y abrirles mayores posibilidades a aquellos deportes no muy apoyados hasta ahora por todos, y se les permita brindarnos también alegrías y logros deportivos que dejen el alto el nombre de nuestro país.
¿Seremos capaces de unificarnos bajo un mismo sentido patriótico, celebrar y ponernos un día la misma camiseta, pero esta vez diferente al de la selección Colombia?