¿Seguro que conoce Cartagena?

¿Seguro que conoce Cartagena?

Aquí tenemos dos clases de turistas

Por: ANDRES ACOSTA ROMERO
abril 21, 2015
Este es un espacio de expresión libre e independiente que refleja exclusivamente los puntos de vista de los autores y no compromete el pensamiento ni la opinión de Las2orillas.
¿Seguro que conoce Cartagena?

Hay dos clases de turistas: los nacionales y los extranjeros (que a la vez se subdividen en dos: los que vienen con poca plata “mochileros” y los pudientes, “comerciantes, políticos, diplomáticos y personajes de farándula”).

Los primeros (los nacionales) son todos aquellos que provienen del interior, es decir, el colombiano promedio. Aquel que ahorra durante un año para darse unas vacacioncitas y conocer “La Heroica”, disfrutar del mar, caminar por la muralla, tomarse una foto en la India Catalina y otra en los Zapatos Viejos, subir el cerro de la popa, sumergirse en las tinieblas del castillo de San Felipe y volver a su ciudad de origen con la piel de camarón y la cabeza hecha un nido de shakiras curtidas de sal marina. Colombianos que se alejan de las rutinas laborales y preparan su viaje con meses de antelación, reservando un hotel (bueno, bonito y barato) y viajando por Chiva Colombia, perdón, Viva Colombia, donde sale más económico.

Es comprensible apretarse un poco el bolsillo en la ciudad más costosa del país. Los precios para los turistas no son solo para los turistas, también lo son para sus hijos los cartageneros, quienes como consecuencia del abuso contra quienes los visitan, hoy están pagando su propio invento. Bien lo contó Juan Gossain en una columna para el tiempo, donde un amigo suyo le dijo: “Pagué 63.000 pesos por una mojarra frita y un patacón”. Pues bien, yo me he comido un desayuno de huevos, pan y chocolate por $10.000, una ensalada de frutas tamaño pequeño en $15.000, una gaseosa en $3.000 y he comprado un huevo del tamaño de una hueva mía por $500.

Los segundos (los extranjeros mochileros) llegan con el plan hecho y uno de los ítems chuleados es: “Visitar Cartagena”. Una ocasión observé uno de sus papelitos donde alguien le escribió con puño y letra “Old city, Bocagrande and Playa blanca”. Ellos, en su mayoría estudiantes o trabajadores promedio llegan con las maletas viajeras oliendo a pestilencias después de visitar Chile, Perú, Brasil o Argentina. Se hospedan en hostales (o backpackers como ellos le llaman) donde habitan más extranjeros, naciendo amistades multiculturales dispuestas a gozarse los mitos de Colombia: el sabor de sus platos, la felicidad de sus habitantes, la pasión del futbol, las exóticas mujeres y la incomparable droga. Los mochileros son simples, visten ropas descomplicadas y viajan en los aviones en chancletas, las mujeres no usan maquillaje y los hombres visten camisetas de manga sisa para mostrar sus tatuajes. Se ven en las calles coloniales disparando sus cámaras hacia las casonas, las palenqueras, las iglesias y la muralla.

“Muy bonita la arquitectura, pero está un poco descuidada. El Castillo de San Felipe huele a orines. En España a los castillos se les hace mantenimiento semestralmente”, me dijo una visitante madrileña mientras yo le atendía en mi puesto de información turística.

“Antes lo mejorcito era ir a playa blanca, para llegar allá tocaba ir en lancha, pero ahora que abrieron vía se puede ir en carro o moto, el problema es que los mismos cartageneros se la están tirando, ya la están llenando de basura” - Me comentó un compañero cartagenero mientras hacía cara de pesar.

Ahora bien, los otros turistas extranjeros que denominé “pudientes” son personas que no traen el dinero contado, sino que por el contrario vienen a despilfarrarlo en extravagancias y diversión, llámense políticos, diplomáticos, personajes de farándula, mafiosos o comerciantes. Ellos, que muy bien leyeron sobre Cartagena, llegan al aeropuerto no con mochila, sino con maletas ejecutivas, no toman taxi los vienen a recoger en microbuses o camionetas privadas, no se hospedan en hostales sino en hoteles cinco estrellas como: Las Américas, el Hilton, Holliday Inn, Los Corales o cualquier otro de este corte. Tienen playas privadas, almuerzan en los mejores restaurantes de la muralla y contactan a las mejores mujeres para pasar una fiesta en un apartamento en castillo Grande con whiskey y cocaína.

Veo en el aeropuerto desfilar hermosas señoritas desde tempranas horas de la mañana, con senos de redondez perfecta y dureza que salta a la vista, cabellos largos, lentes de contacto, ropas sugestivas y zapatos de plataforma, usan ropa de la mejor marca y van acompañadas de un chulo ( por lo general paisa o costeño) quien las trasporta y las protege. Estas mujeres, a las que no llamo prostitutas, ni damas de compañía, ni prepago, ni trabajadoras sexuales, sino putas, son el contacto para que el turista tenga todo lo que necesita en una fiesta que envidiaría el mismo Marques de Sade.

Distrito Cultural:

Esto es lo que más me interesa, la cultura… la cultura popular. Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española la cultura popular es el conjunto de las manifestaciones en que se expresa la vida tradicional de un pueblo. En esto sí que es especial el pueblo cartagenero. Desde niño cuando veía una persona con los ojos rasgados lo llamaba “chino”, sin importar si era koreano, japonés, taiwanes, malasio o tailandes. Lo mismo me pasaba cuando hablaba con una persona de la costa, para mí era un “costeño”, sin importar si era cartagenero, barranquillero, samario, valduparense o riohachero.

Si quiere vivir la cultura cartagenera no se hospede en Getsemaní porque es barrio de turistas, tampoco lo haga en Bocagrande o Castillogrande porque pasa lo mismo, hágalo en un barrio popular. Por ejemplo que tal… el Pozón, San Francisco, La Boquilla, el Mamonal, Calamares o Nelson Mandela (Nelson Candela como le llaman). Eso si es Cartagena pura.

Yo vivo en el Daniel Lemaitre, un claro ejemplo de lo que digo. Cuando salgo del mencionado aeropuerto y voy camino a casa me basta con caminar 10 minutos bajo el apabullante sol para observarlo todo en esa pequeña fracción de tiempo. Lo primero que percibo son los incesantes pitos de los taxis y los mototaxis, no sé cuantos pueda escuchar en una sola cuadra, pero sé que son muchos. ¿La razón? En la costa funciona la cosa al contrario, en vez de que la persona saque la mano para parar un taxi o le haga un chiflido, el taxista le pita a la persona haber si necesita una carrerita, si usted lo voltea a ver, el vuelve y le pita, y se le queda mirando vuelve y le pita un par de veces más. Ahora, si usted no tomó la carrera y viene un mototaxista atrás, este le pita (pensando que usted no necesitaba un taxi, sino una mototaxi) si usted lo voltea a ver, el vuelve y le pita, y se le queda mirando vuelve y le pita un par de veces más, y si hay más gente en su acera hacen los mismo que hicieron con usted, todo ello termina en una sonarreta migrañera.

Ya terminando la calle y escapando del bullicio cruzó un puente peatonal que pasa por encima de un río, pero no un río común y corriente, sino uno que va rodeado de manglares que lucen espesos y verdosos donde cualquier ave tropical le gustaría anidar y pescar. Pero no, este río es de color verde, un verde casi fluorescente producto de las aguas negras de los barrios vecinos y de las fábricas locales, son botaderos de basuras, parecidos a los humedales de Bogotá. En ocasiones se posan en aquellas plantas las garzas quienes apuntan su mirada a lento torrente esperando a algo se mueva para picotearlo, pero el único movimiento de aquella agua son las ocasionales burbujas de gases que viene desde el fondo y explotan en la superficie.

Dejo atrás el tema del bullicio y la contaminación cuando termino el puente, y lo que me encuentro es para una foto: aproximadamente 24 motocicletas aparcadas organizadamente desorganizada, y al pie de ellas, justo en un parque, 24 hombres esperando un cliente para trasportarlo. Los mototaxistas esperan sin afán, sin desespero y sin preocupación mientras hablan fuerte, casi que gritando, porque el hombre Caribe habla duro, silva duro, tose duro, estornuda duro y grita duro. La mayoría de las conversaciones de esta dos docenas de hombres son cosas someras, nada de tertulias intelectuales, no señor, por el contrario son chistes o anécdotas, porque de cuando en cuando salen explosivas carcajadas, algunos de ellos se tienen que coger las bolas para reírse. El Caribe es alegría.

Finalizando la terminal clandestina de motos, veo en las esquinas verdaderas matronas trabajadoras, esas mujeres costeñas que tanto admiro y de las que Gabo representó muy bien con Doña Úrsula. Las observo detrás de una vitrina cuyos vidrios están siempre opacos por la grasa y el vapor. Detrás de ellas los mas deliciosos y típicos fritos que no van a encontrarse en ningún otro lugar de la geografía colombiana: flautas, caramañolas, arepa e´huevo, bollos, chorizos de carne de no sé qué, bofe, patacón, sierra, chicharrón y papas de huevo entero. Todo ello acompañado de bebidas tradicionales como la chicha de maíz, el jugo de corozo o el jugo de níspero, los cuales se toman en improvisadas bolsitas a las cuales se les atraviesa un pitillo o simplemente se les arranca una esquina con los dientes para que salga el delicioso liquido.

Después de comer algo allí salgo un poco dopado por la sobredosis de grasa y sigo andando semisonámbulo. Veo pasar cinco niños descamisados y descalzos, todos increíblemente acomodados en el lomo de un pequeño burro que va con las orejas caídas y los ojos entrecerrados debido al calor que hace sudar hasta el hielo. También hay gente sentada en sillas plásticas o butacas al frente de sus casas jugando cartas, domino, parqués o bingo ya sea en familia o entre vecinos, no son una comunidad aburridora.

Si es fin de semana todo es folclor. Después de un rato de juegos de azar, el hombre de la casa se dispone a sacar a la calle una caja musical que casi lo alcanza en estatura. Aquellos parlantes conectados a un improvisado sintetizador impulsan potentes ráfagas de “Champeta”. La champeta para los cachacos es un ritmo musical, pero lo que muchos no sabemos es que la champeta también se le denomina a lo que en el interior llaman machete. ¿Pero qué relación tiene un baile y un arma blanca? Mucho. Según me contó un viejo cartagenero, este ritmo llegó desde África y se le agregó adaptaciones colombianas teniendo gran acogida en los años 70´s. En ese entonces se reunían a bailar los pobladores de los barrios más marginados y quienes trabajaban en el mercado de Bazurto, por lo general vendedores de pescado y frutas, quienes llevaban siempre colgando del cinturón una champeta con la que cortaban sus productos. A esos bailarines les llamaban champetudos y en su efecto al baile champeta.

Tiene que venir a Cartagena y caminar en un barrio popular y ver cuán importante es tener un parlante de esos, que a propósito les llaman “picós” adaptación del anglicismo “pick up”.

No importa que no haya para la ropa de los niños, no importa si se come solo bollo al desayuno, no importa si hay que andar descalzo, no importa si no hay licuadora, lo importante es tener el mejor picó de la cuadra y exhibirlo en la acera de la calle, son guerras de volúmenes. Los niños mueven sus cuerpos costilludos y asoleados al compas del ritmo, como pequeñas culebritas, y las jovencitas de 12 años que apenas se están desarrollando ya tienen bien desarrollado el talento de moverse sensual inclusive eróticamente bajo la supervisión y auspicio de sus padres, mientras el abuelo lee silenciosamente los diarios locales que tanto me llaman la atención a mí. Me refiero a “El teso”, “El universal” y el “Q´hubo”. Son prensa amarillista que esconde bajo versos ordinarios historias de drama y violencia sobre personas del común y corriente que por un dia se hacen famosos sin importar que estén muertos ya. “ Oiga pacho, acuérdese que esta noche hay frías en la casa de Joaquín”. Le dijo Gabriel a su amigo Francisco sin saber que esta sería la última vez que lo despedía , pues minutos más tarde en la vía al mar fue arrollado por una tráctomula que le pasó sus seis pachas por encima)- Es el abrebocas de la portada del diario que muestra a Pacho esparcido en el asfalto.

Finalmente llego a mi casa y levanto la mano saludando al “Meyo” un peluquero improvisado que instaló su negocio bajo un árbol de Guásimo en plena calle, donde con un espejo y una silla vieja de barbero atiende a sus clientes acumulando cabellos tiesos en el borde de la acera que luego barre con una escoba de hojas secas.

Cartagena es entonces, sabor, alegría, tradición, folklor e identidad. Péguese la rodadita por la Cartagena popular.

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