¿Segundo tiempo o fin de ciclo?

¿Segundo tiempo o fin de ciclo?

Construyendo sobre la pasión futbolera del presidente, algunas reflexiones basadas en las semejanzas de la crisis deportiva, la pandemia, la economía y el país

Por: Germán Vargas G.
agosto 14, 2020
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¿Segundo tiempo o fin de ciclo?
Foto: Twitter @infopresidencia

El Barcelona, considerado hace poco el mejor equipo de todos los tiempos, ha venido a menos desde hace varios años; es el problema de alcanzar la gloria en un planeta gobernado por la gravedad, fuerza según la cual todo lo que sube, tarde o temprano, caerá. Quienes ven el vaso medio lleno, dicen que esto es una oportunidad de rebotar y volver a ascender; sin embargo, la contraparte argüiría que nunca se sabe si realmente se ha tocado fondo.

Aunque parezca que no hay relación, apelo al fútbol como metáfora para Colombia: un país que no trabaja en equipo, en el que las vacas sagradas manipulan la planificación y nos condenan a las vacas flacas —categoría patentada por el exministro y eterno culebrero, Juan Carlos Echeverri—.

Colombia nunca ha sido considerado un país modelo ni promisorio; algunas malas lenguas y encuestas nos convencieron de que estábamos en el país más feliz del mundo, y otras se dejaron influí por las conferencias de superación de Yokoi Kenji Díaz, que juraban que tarde o temprano seríamos potencia global.

Pero el resultado es el mismo de cada Miss Universo.

Tal como el Barcelona, la realidad es que cuando creíamos que el país no podía estar peor, subió Duque al poder. Ante la falta de alternativas, en un entorno polarizado, se le apareció la virgen a un tipo que no tiene talento para jugar ni siquiera de “defensa”, aquella posición que privilegia el innombrable DT que define la estrategia de presión, elige a los jugadores y se erigió como presidente de honor.

Tal como Di Stéfano, quien traicionó al Barcelona durante la dictadura. Y este también se cree el Messi-as.

Retomando, Duque inició el primer tiempo de su gobierno como el Barcelona ante el Bayern Munich: diezmado, pues s gobierno siempre ha parecido que juega al menos con uno menos —la vice, el presi, el de Hacienda que incuba los huevitos de la Hacienda del otro, para que sean ubérrimos—, y mal parado, pues siempre ha demostrado estar desorientado.

Pero, como todos los que mandan -aunque manden mal- botan balones afuera y echan la culpa a los demás. Eso es lo que ha hecho desde que asumió como presidente, pues se lavó las manos desde el principio, como si hubiera sido advertido de la pandemia, culpando de todo a Santos. Ahora, incluso, delegó las decisiones difíciles a los gobiernos locales aunque él sale reportando la cara fresca de la noticias en su talk-show.

El año pasado, a estas alturas del partido, pensé que Duque sería relevado. Pensé que la “sedición” de la plaza pública, la arremetida de los “pánzer” del Esmad, y la apatía o ineptitud del gobierno, acabarían por vencer la valla de la Casa de Nariño. Pero no. Tal como en la fábula de la liebre y la tortuga, o los vestigios del Barcelona de Guardiola, los ciudadanos se tomaron las vacaciones navideñas, y la pandemia les impidió competir contra el establecimiento.

En este sentido, a Duque se le apareció la Virgen: no el Mesías. Y el resultado es que media Colombia sigue descendiendo hacia el purgatorio, y la otra mitad hacia el infierno, porque desperdició la pena máxima que le regaló la pandemia, malogrando los decretos de emergencia. Tampoco renovó su estrategia, cambió ese desgastado equipo de gobierno, y al campo legislativo envió el mensaje de que iba a salir a “esperar”.

El segundo tiempo pinta peor que el primer tiempo. Tal como le ocurrió al Barcelona. Y esto es apenas otro fin de ciclo anticipado; como lo escribió nuestro Nobel de Literatura, quien según una nada Cabal senadora está en el infierno, otra crónica de una muerte anunciada.

Igual que Bartomeu y las vacas sagradas del Barcelona, “qué esperan para dimitir”.

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