Segundo capítulo de Los Intocables: una oportunidad para pensar
Opinión

Segundo capítulo de Los Intocables: una oportunidad para pensar

En representación de un supuesto ‘interés de la opinión pública’ los periodistas se autoatribuyen hoy la función y el poder que les parezca, sin ser sometidos a ninguna ley que los regule

Por:
junio 19, 2019
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Se dice que las crisis se deben convertir o entender como oportunidades.

Lo sucedido entre la revista Semana y el periodista Coronell debería abrir un debate que va más allá de quién ganó o quién perdió, y ver mejor qué consecuencias positivas se sacan para el país.

Lo que queda sobre la mesa no es (como algunos presentan) el problema de hasta donde rige y hasta donde debe regir la ‘libertad de prensa’. Y menos el tema de la libertad de expresión o de opinión.

El punto lo plantea Coronell cuando en una entrevista afirma que el periodismo tiene por función ser el contrapoder que debe controlar todos los otros poderes (adiciona que incluso el de los medios); y cuando en su columna ‘Volver’ repite: “Pondré todo mi esfuerzo en cumplir con mi deber. (…) Mantendré una mirada crítica sobre todos los poderes”.

Que en efecto pueda ser esta la función de los periodistas es lo que se debe aclarar; y no en uno sino en varios aspectos.

Que podría serlo es posible dado que hoy se reconoce que los periodistas son un poder dentro de cualquier sociedad, y sin lugar a dudas el primero en la nuestra.

Lo que es menos claro es el cómo y el a quién corresponde definir esa función.

En principio la labor del periodismo suponía ser informativa. Inevitablemente pasaron a ser orientadores de la opinión puesto que son ellos mismos los que la crean. Después se dedicaron a usurpar o entrometerse en los campos de los poderes públicos, remplazando a los órganos de la Justicia, sentando la agenda de los gobiernos, y calificando no solo la calidad de las leyes sino la actuación de los legisladores.

Es decir que en la práctica sí han asumido el rol de un cierto control de facto sobre la institucionalidad.

Pero lo que puede ser motivo de preocupación es que lo son sin ser parte de esa institucionalidad.

Y eso es tanto más grave si se entiende que los periodistas como seres humanos tienen sus propios intereses y sus propias convicciones. Al igual que las empresas periodísticas que buscan resultados económicos y/o la defensa y el servicio de lo que interesa a sus propietarios. Ambos convergen en que lo que importa es tener audiencia, lo cual representa para unos éxito profesional y para los otros beneficios económicos o de poder.

Lo que no es cierto es que el periodismo sea una vocación o profesión para apóstoles; sin embargo, si tienen la misma pretensión que tuvo la Inquisición que a nombre de Dios -hoy en representación de un supuesto ‘interés de la opinión pública’- se autoatribuyen la función y el poder que les parezca, sin ser sometidos a ninguna ley que los regule y enmarque.

Por eso el nuevo periodismo hoy acude a las emociones y no a la racionalidad, buscando aprovechar la polarización o el escándalo y la truculencia. Y para eso cuenta con los nuevos instrumentos tecnológicos de comunicación, y los de medición de ‘seguidores’ en las redes, y de ‘tendencias’ en el momento en que se hacen las transmisiones.

 

 

Basta oír el entusiasmo orgásmico con el que Vicky Dávila proclama
“¡somos tendencia uno!”; la forma en que somete a sus invitados
a condiciones de un tribunal (“¡contésteme! conteste sí o no...”)

 

 

En esto cayó Coronell al volver obsesivos sus ataques al Dr. Uribe al mismo tiempo que lo enfrenta en los tribunales. Y cayó Semana al contratar a Vicky Dávila quien dentro de esta modalidad es la ‘mejor periodista’ (más correcto la ‘más periodista’): basta oír el entusiasmo orgásmico con el que proclama “¡somos tendencia uno!”; la forma en que somete a sus invitados a condiciones de un tribunal (“¡contésteme! conteste sí o no….”); o recordar que fue despedida por abusar de una anterior tribuna buscando escándalos que nada tenían de interés público. Igual se ve desde su primera columna donde con el mismo estilo insidioso solo insinúa ‘preguntas’ que nada informan pero satisfacen la animosidad que reina en nuestra política. O, su desafiante conclusión en la segunda, donde, con una simple relación de hechos que no contienen denuncia ni acusación alguna, sentencia: “Mientras tanto esperamos las explicaciones de Juan Manuel Santos, German Vargas y la multinacional”.

¿No parece evidente la necesidad de una Ley que enmarque y defina la función -y en consecuencia los deberes, límites y derechos- de los periodistas?

 

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