En la tristemente célebre entrevista a Vicky Dávila, el candidato del Pacto Histórico afirmó que de llegar a la presidencia “en tres meses se acaba el ELN” y de paso reconstruiría el proceso de paz con las disidencias de las Farc. Petro considera que en solo tres meses podría generar las condiciones de confianza suficientes para que la guerrilla del ELN, organización caracterizada por su naturaleza de insurgencia federalizada y que se ha visto fortalecida militarmente durante el gobierno Duque, se someta a un proceso de paz y eventualmente se desarme. Petro buscaría retomar los canales de diálogo suspendidos tras el bombazo a la Escuela de Cadetes y respondería a un clamor de una parte de la sociedad civil (y de la misma guerrilla) en el sentido de encontrar una salida negociada al conflicto. Con las disidencias de las Farc el panorama no es tan claro porque de facto operan como un mosaico de reductos con una capacidad militar diferenciada (solo cohesionados idealmente por la sigla Farc); no es seguro si tienen intenciones de negociar o “reconstruir” el proceso de paz y hasta se cuestiona si son guerrillas (para el gobierno solo son estructuras de narcotraficantes).
¿Por qué tres meses?
Afirmar que en solo tres meses se podría acabar con una organización guerrillera que va cumpliendo seis décadas de existencia, convertida desde el 2017 (tras el desarme de las Farc) en la más grande y poderosa en el hemisferio occidental (un rezago histórico del ciclo guerrillero de la guerra fría), y fortalecida en sus capacidades operativas y de control territorial, suena absurdo. Tres meses es muy poco tiempo para ambientar la paz y construir las relaciones de confianza suficientes para avanzar en un proceso de negociación que de entrada requiere de una metodología y una agenda preliminar. Solo para ilustrar, la fase exploratoria entre Santos y la entonces guerrilla de las Farc tomó dos años (2010-2012) y la negociación le sumó otros cuatro. Cada que Santos exigía una fecha “perentoria” para acabar el proceso o acelerar la negociación (pensando que así le metería presión a la mesa), se equivocaba estruendosamente y paradójicamente le daba harta munición al uribismo para lesionar la credibilidad de la negociación. El grado de incertidumbre en una negociación de paz es tal alto y volátil que exigir fechas o poner plazos solo puede generar frustraciones.
¿Y si el ELN está dispuesto a negociar?
Claro, el ELN está dispuesto a negociar y descongelar el proceso iniciado por Santos en 2017. Desde finales de los años ochenta esa guerrilla se ha caracterizado por ser la más dispuesta en avanzar en procesos de negociación; inclusive, con el gobierno de Samper (en el que menos se avanzó en cuanto a lógicas de negociación desde la constituyente), se establecieron acercamientos exploratorios. Con Pastrana insistentemente pidió pista para iniciar un proceso paralelo al de la zona de distención del Caguán y con Uribe se llegó a contemplar la posibilidad de iniciar una fase pública en Cuba. Hasta en el proceso con las Farc, en algún momento, se propuso que se pudiera integrar a la mesa y así avanzar en una negociación conjunta; sin embargo, esto no pasó de ser una simple invitación. A pesar de esta negativa, tras 24 meses de fase exploratoria, el 30 de marzo de 2016, Santos le presentó al país una agenda de negociación de seis puntos. Nunca antes en la historia se había llegado tan lejos con el ELN.
A este proceso le pasó lo mismo que al proceso con las Farc en 2014, quedó en medio de los agitados tiempos de una campaña presidencial, pero no resultó siendo un factor determinante en la discusión entre los candidatos o si quiera una promesa que garantizara amplia aceptación ciudadana. Durante esa campaña la derecha cuestionó abiertamente el proceso (Vargas Lleras afirmó que tenía las horas contadas), poco importaba que se hubiera alcanzando una agenda conjunta o que se avanzara en el punto sobre participación de la sociedad civil. Cuestionar la voluntad de paz del ELN (en medio de la polarización que dejó el proceso con las Farc) y hasta sugerir acabar con esa negociación resultaba más rentable en términos electorales. Tan solo la centro-izquierda abogó por su continuidad. Con la llegada de Duque el proceso entró en un progresivo estancamiento y tras el terrible bombazo en plena capital se congeló definitivamente. Ese episodio llevó al gobierno a asumir la postura errática de exigirle a Cuba la extradición de la cúpula guerrillera (desconociendo protocolos suscritos entre los dos estados). Lo cierto es que durante estos tres años Duque no ha golpeado estructuralmente al ELN, y antes, diferentes analistas afirman que la guerrilla se ha fortalecido.
Ad portas de una nueva negociación
Sean tres meses o tres años, con el ELN sí o sí se tiene que negociar. Una derrota militar es inviable y es caer en la miopía de seguir prolongando un conflicto que ya va ajustando seis décadas. Tan solo a la derecha le es funcional esa narrativa guerrerista. El reto para el próximo gobierno, ya sea Petro o uno que igual quiera negociar con esa guerrilla, se encuentra es destrabar un proceso ya iniciado y sobre el cual se llegaron a acuerdos tan importantes como una agenda mínima. Se debe valorar la voluntad de paz del ELN en otro momento político (de ahí el optimismo de Petro) y la negociación debe avanzar con un ritmo sostenido, pero eficiente, es decir, lo suficientemente rápido como para no quedar atrapada en otro ciclo electoral. Paralelamente, se debe avanzar en el diseño de una propuesta de sometimiento con las Autodefensas Gaitanistas, los Caparros y los Pelusos, así como precisar la naturaleza de las disidencias de las Farc (¿son o no son guerrillas?). Aunque soy escéptico con los tres meses, si valoro que Petro sea el primer candidato presidencial que aboga por una salida negociada con el ELN, esta será la mayor garantía para hacer grande la “paz chiquita” y transformar al país.
Ahora la pregunta es: ¿qué tan importante será ese tema en la contienda presidencial?