El ejemplo de pulcritud que Gustavo Petro ha hecho de su vida y la incansable lucha contra la corrupción en que siempre ha vivido comprometido son avales más que suficientes para que los colombianos desconfiemos de la buena fe de quienes se están rasgando las vestiduras ante los supuestos procederes indebidos de un hijo y un hermano del presidente.
La recepción de dineros de origen ilícito y el tráfico de influencias son hechos tan contrarios al ejemplo que los acusados han recibido del hoy presidente de Colombia que lo que seguramente encontrarán los entes de investigación en sus pesquisas serán evidencias suficientes para rechazar las acusaciones. Al menos eso es lo que esperamos quienes tenemos depositada en Petro la esperanza de que al fin de su mandato estén bien altas las talanqueras que dificulten la corrupción.
De todas formas, debemos estar preparados porque, sea cual sea el resultado de las investigaciones, la actitud de la derecha será la misma: si el fallo es condenatorio, considerará que la institución presidencial ha quedado manchada y que su titular debe renunciar; pero si es de absolución, demandará lo mismo con el argumento de que el fallo fue político y no en derecho. ¿Que estamos exagerando? Es posible. De todas formas, todo es posible, máxime si tenemos en cuenta que lo que hay de por medio es un país que tiene bajo revisión parte de su statu quo y unas castas oligárquicas empeñadas en hacer lo que consideren necesario para evitar que se lo modifiquen. Bajo tal circunstancia, nada tiene de raro una reacción de ese tipo ante un mandatario que, antes que confabularse con los corruptos, así pertenezcan a su propia familia, ha mostrado una disposición extrema a que se haga lo que en justicia debe hacerse, como bien lo dio a conocer en el caso de estos dos familiares.
¿Qué hacer, entonces? En primer lugar, rodear a Petro para que sienta que no está solo y que puede seguir contando con el apoyo de ese pueblo que lo hizo presidente. Y, en segundo lugar, convertir las celebraciones que se avecinan, el nuevo aniversario del paro cívico de abril de 2021 y el Primero de Mayo, Día Internacional de los Trabajadores, en una notificación combativa a esa derecha de que no puede empeñarse en pretender que el país siga anclado en una realidad que ya no es la misma de hace siete meses, pues ahora cuenta con un presidente que es uno de los suyos, lo que le da más bríos para seguir luchando por las transformaciones que le han comprometido tantos sacrificios y que son tan necesarias para su buen vivir.