Si en algún tema podemos observar la distancia creciente que separa a los políticos de los ciudadanos, ese es el de la seguridad, o mejor y más claro, el de la inseguridad.
Dentro del alud de noticias que atosigan constantemente, esta semana destacaron tres, todas ellas ligadas a la crisis de inseguridad que cada día se manifiesta con peor saña contra nuestra sociedad.
El insólito secuestro de un empresario del agro en pleno centro del Valle del Cauca, el asalto vandálico de los ladrones contra los ciudadanos que tuvieron la desgracia de pasar por allí en pleno centro de Bogotá y, como para cerrar con broche de oro, la bomba infame que explotaron el viernes en pleno centro de Corinto -Cauca-.
Aunque los medios los registraron como independientes, cada uno por aparte, a medida que iban ocurriendo, lo cierto es que cada uno de estos hechos responden a una misma y pavorosa realidad: el deterioro vertiginoso de la seguridad en Colombia, en campos y ciudades, en los que llamamos “los territorios” y en todos los barrios de las grandes ciudades.
Entiéndase bien: no hay familia que hoy no sienta serias preocupaciones cuando sus hijos salen a la calle ni cuando alguno de sus miembros tiene que desplazarse a atender sus asuntos de trabajo en el campo, para mencionar tan solo dos actividades tan normales e imprescindibles en cualquier país.
Y no me refiero a ese caballito de batalla estadístico del que tanto abusan los responsables de la seguridad y los titulares, eso que les ha dado por llamar “percepción de seguridad”. No, esta vez se trata de la realidad real que se está viviendo. Se trata de que a la gente la están atracando de verdad, a los comerciantes los están extorsionando de verdad, a los empresarios del campo volvieron a secuestrarlos de verdad.
Frente a la calamidad creciente las voces son múltiples. Las víctimas clamando por acciones efectivas, los ciudadanos clamando por protección, los gobernantes de distintos niveles prometiendo resultados con unos vozarrones que parecen de pantomima, los funcionarios directamente responsables haciendo todos los malabarismos para demostrar que hacen hasta lo imposible y que no es su culpa, la prensa “cumpliendo con su deber” así sin más, y los dirigentes políticos haciendo gala de las coaliciones geniales que cada uno está urdiendo por su lado para salvarnos a partir del año entrante.
Es que los políticos están tan desconectados de la gente que los problemas no los miden según el grado de afección que provocan en la ciudadanía sino según el grado de rentabilidad política que pueda significarles en sus estrategias electorales. Es por ese camino que se meten en la tónica de aprovechar cada barbaridad como una oportunidad para enrostrarle a su gobernante enemigo la falta de resultados. Los de un lado no pierden ocasión para cobrarle lo que hacen los criminales a Duque y los de otro tampoco la pierden cuando es para cobrársela a Claudia López y así sucesivamente.
Todo como si no comprendieran que la inseguridad es un drama tan grave y tan sentido que lo que queremos ver son las soluciones efectivas y no el sainete seudoideológico en que han convertido la política nacional.
¿Será que no se han dado cuenta de que estamos frente a una profunda crisis de pensamiento y de estrategia de seguridad?
Es evidente que ni el gobierno nacional ni los gobernantes regionales dan pie con bola. Los unos y los otros se ven atolondrados y sin saber qué hacer frente a las mutaciones de diverso orden que han ocurrido en los todos planos de la ilegalidad y el crimen.
Y esto no da tiempo. Repito, el deterioro de la seguridad en Colombia es vertiginoso. Los tiempos que faltan para las próximas elecciones aún son muy largos como para permitir que el vacío de una estrategia cierta siga creciendo mientras la ilegalidad y el crimen campean a su amaño.
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¿Será que los dirigentes políticos no podrían sacar la seguridad del cuadrilátero de la polarización para intentar una mesa de diálogo urgente?
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¿Será que los dirigentes políticos no podrían permitirse una especie de tregua temática y sacar la seguridad del cuadrilátero de la polarización para intentar una mesa de diálogo urgente?
Qué bueno sería que nos sorprendieran con algún gesto de grandeza.
Aquí hay temas, como el de la reforma a la justicia, que ya sabemos que no tienen solución sin pasar por una constituyente.
No obstante, por lo que estamos viviendo, se me ocurre que también nos está quedando claro que es más urgente madrugarle con una constituyente para la seguridad de los colombianos.