Sí yo sé, otro que escribe sobre Trump y la cuadrilla de nacionalistas, sin embargo, el objetivo aquí es no estancarse como la mayoría que trata el tema, con ideas preconcebidas que se tienen sobre este discutido fenómeno, cual macartista moderno cada vez que sovietiza un debate sobre la "izquierda", sino comprender este nuevo movimiento que busca refundar el orden mundial.
Inicialmente queda claro que estamos ante una contrarrevolución que antagoniza con el modelo enseñado e inculcado en Occidente desde la primaria en forma de un conjunto de valores conocido como democracia liberal, que ha perdido esa fuerza que el año pasado le hacía verse imparable, a medida que empiezan a salir derrotados en elecciones pero que también su notoriedad llegó para quedarse, y que han abierto puertas hacia un pasado histórico que inició en la década del 30 y terminó con la caída de la Alemania Nazi. Sin embargo, aún no se ha terminado de comprender en su totalidad que originó y hasta donde llegará este fenómeno político de impacto global que paradójicamente quiere desglobalizar el mundo, aprovechando el creciente sentimiento de inseguridad física y económica presente en varios países para avivar el rechazo contra el orden mundial actual y favorecer el nacionalismo radical, el proteccionismo económico, la xenofobia, y el racismo en tiempos donde la mayoría pensaba que estas ideas estaban prácticamente aplastadas por los llamados valores occidentales.
Ahora, esta revancha ultraconservadora contra la democracia liberal no es algo que se pueda menospreciar creyendo que es un berrinche que apareció de la nada, o que tiene duración efímera y que es cuestión de esperar para que en cualquier momento se les pueda enviar a sus adeptos de nuevo a la madriguera de donde vinieron. Por eso sería un buen comienzo dejar de ver de a los políticos que lideran este simple y solamente como locos populistas, a sus seguidores como un grupo de deplorables ignorantes y a todos en su conjunto como personas totalmente desconectadas de las realidades actuales, de hecho, si hay algo que se les debe reconocer a pesar de sus desacertadas propuestas es su cuestionamiento en forma de denuncia pública a los problemas que han traído la desmedida globalización y la avaricia geopolítica. Por eso para poder entender este nuevo impulso “derechista”, y asimilar de qué closet salió todo ese radicalismo que parecía encerrado con doble llave, primero tenemos que devolvernos 17 años atrás y avanzar en la línea de tiempo por medio de una serie de hechos que dieron como resultado un mundo en zozobra en el que hoy vivimos
Antes del 11 de septiembre de 2001, las expectativas geopolíticas, económicas y sociales de todo el mundo eran muy diferentes a las actuales. Se pensó que la bienvenida al nuevo siglo se había anticipado con la caída de la Unión Soviética y que íbamos a vivir un periodo paradigmáticamente occidental y sin alteraciones bajo un muy poderoso Estados Unidos y sus aliados del Atlántico Norte (o sea, la OTAN) al mando. Desafortunadamente, el recibimiento histórico fue dado casi que 10 años después con los ataques al World Trade Center.
Y así empezó una cadena de eventos conformada por otros atentados terroristas de alta complejidad en Madrid, Londres y París, nuevos conflictos armados “en nombre de la democracia” englobados como La guerra contra el terrorismo y que incluyeron intervenciones militares en Afganistán, Iraq, Libia y apoyo logístico-militar en Siria, una crisis económica de 2008 con magnitudes no vistas desde 1929, donde la clase media se vio golpeada y sacrificada pero los banqueros y políticos resultaron prácticamente indemnes; revueltas desde Libia hasta Yemen, que buscaban cambios en el manejo del poder conocidas como “Primavera Árabe” y transformada para Siria en guerra civil, la creación de movimientos o grupos de indignación en contra de las clases dirigente y corporativa, de corte tanto progresista (Occupy Wall Street y Movimiento 15-O) como conservador (Tea Party), y la nueva ola de terrorismo atomizado cuya visibilidad la encabeza el autodenominado Estado Islámico.
Pero quizá lo que podría tener mayor influencia de cara al futuro es el modelo de potencia mundial y de integración global impulsado por Barack Obama, que se puede resumir en la formación de mega bloques económicos de libre comercio, el impulso a la revolución energética del fracking, un compromiso primigenio contra el calentamiento global, y una política exterior con dos pilares: la priorización de Asia como objetivo estratégico y el giro radical en tres asuntos de tensión diplomática, que incluyen la moderación de la posición estadounidense en el conflicto árabe-israelí, y el deshielo en las relaciones con Irán y Cuba. Esta presidencia creó sigilosamente una agenda global de cara a los próximos años y cuya finalidad era hacer contrapeso (y aislar implícitamente) a China como potencia emergente, tener independencia energética de los países petroleros, y ganar mayor legitimidad como actor preponderante de la gobernanza global. Queda esperar cuáles cosas quedan en pie y cuáles se caen bajo el gobierno de Donald Trump.
Estos hechos de relevancia histórica se sumaron a algunos fenómenos que han estado posicionándose de forma paulatina y creciente a lo largo de las últimas décadas, como la formación de áreas de libre comercio entre países, el crecimiento de las economías emergentes (sobre todo China e India), la inmigración masiva proveniente de países en vías de desarrollo, el empoderamiento de minorías sociales y raciales, la automatización de la sociedad, la crisis de refugiados que huyen de la violencia existente en estados fallidos de África y Asia, la islamización europea, estancamiento de la población no universitaria de Estados Unidos, y la pérdida del poder adquisitivo e inestabilidad laboral de los trabajadores menos cualificados.
Esa cantidad de factores, sorprendente para un período tan corto de la historia por un lado ha estado produciendo sentimientos y creencias algunas válidas y otras irracionalmente motivadas entre los que se incluye la desconfianza en los políticos tradicionales, la inseguridad ante posibles ataques terroristas, el estancamiento personal por la reducción de oportunidades, y una sensación de desprotección estatal y por el otro ha evidenciado una sociedad con un ritmo lento para un mundo que gira cada vez más rápido, es decir, hay dos velocidades que están creando una bomba de tiempo.
De toda esa zozobra general, solo los movimientos políticos ultraconservadores le han sacado el mayor provecho, creando además de mayor zozobra, miedos, enemigos imaginarios y odios totalmente injustificables. La otra semana hablaremos sobre quiénes hacen parte y quiénes no, qué buscan y cómo operan estratégicamente los simpatizantes de esta respuesta contra un siglo sobreacelerado.