Escuchar el viernes pasado al secretario de Seguridad de Bogotá hablando de las medidas en torno al partido entre Santa Fe y Millonarios, el final del año, parecía una locura. Era como si se estuviera refiriendo a un evento en el que tuvieran que confrontarse musulmanes radicales chiíes y sunitas, nacionalistas serbios y mahometanos bosnios en los noventa, partidarios del IRA y súbditos ingleses de los 80, o palestinos del Hamas y partidos de extrema derecha israelíes, es decir, peleas entre adversarios irreconciliables.
Además del absurdo de “jugar de local” (a pesar de tratarse de dos equipos capitalinos, los hinchas del equipo “visitante” no pueden lucir las camisetas propias en el partido), el secretario de Seguridad anunció la presencia de 1700 policías en el estadio y otro tanto en el parque Simón Bolívar. De ganar Santa Fe, jugando de local, los hinchas celebrarían en el estadio, entre iguales. En el caso de triunfar Millonarios, el festejo se realizaría en el Simón Bolívar. Y anunció la ley seca, restringida al espacio entre las calles 26 y 68 y las avenidas Caracas y Boyacá, entre las 12 del día y la media noche del domingo.
Al finalizar el primer partido, la semana pasada, en el que Millonarios ganó jugando de local, la Policía reportó 95 detenidos, 240 riñas, así como el decomiso de 35 armas blancas y la inmovilización de 30 vehículos. Las medidas, se supone, pretenden minimizar los daños, dando por supuesto que la segregación (somos, se cree, pacíficos si nos encontramos entre iguales) y la inocua ley seca funcionan.
Cuando escribo estas líneas no se ha jugado aún el partido definitivo, de manera que no sésabe a quiénes corresponden los gozosos y los dolorosos, ni cuántas peleas se presentaron, ni el número de detenidos.
Envidio la alegría y el fervor de muchos hinchas, su sentido de pertenencia, atados, con frecuencia, a historias familiares. “Uno puede cambiar de sexo, de esposa, de todo, menos de equipo”, decía alguien la antevíspera del partido en un programa radial de opinión.
“Uno puede cambiar de sexo, de esposa, de todo, menos de equipo”,
decía alguien la antevíspera del partido
en un programa radial de opinión
Lo que no se entiende es la imposibilidad de compartir, entre hinchas de uno y otro equipo, disfrutando el recorrido del partido y, finalmente celebrando y aceptando el resultado final. Las medidas de segregación, en este caso compartimentando azules y rojos, solo generan la ficción de seguridad. Al contrario, sin el aprendizaje de convivencia entre diferentes, los actos de violencia están cantados.
Es la foto de la sociedad colombiana, la imagen de la polarización, la que corresponde al supuesto bienestar derivado de estar entre iguales. La enorme dificultad de disfrutar un triunfo o de aceptar una derrota. La manipulación de parte de los líderes políticos con sus bases es afìn a la de las relaciones clientelistas de algunos de los directivos deportivos con las respectivas barras.
El fenómeno no es, desde luego, colombiano. Los hooligans ingleses animando a sus equipos en el exterior y ejerciendo violencia dentro y fuera de los estadios, incidentes en Argentina, Bélgica. En fin…
Sin embargo, somos de los duros. Ochenta y dos muertos pusimos el glorioso día del 5 – 0 a Argentina en septiembre del 93.
En cualquier caso, felicitaciones al ganador y al subcampeón y que la próxima vez celebren juntos.