Tiene uno la impresión de que Colombia atraviesa por una crisis de transformación muy importante, pero especialmente peligrosa. Me refiero no solo a la transición al posconflicto, sino específicamente a ese punto de zozobra en el que todos tenemos la sensación de que los pocos logros, que han costado décadas de sangre, son todos reversibles, y que no hace falta sino que alguien sepa encender el fósforo en el momento indicado para que todo esto estalle en mil pedazos.
Parece una visión pesimista, pero es compartida, y como lo he escrito antes, es un momento común en los procesos de transición. Se pregunta uno entonces, cómo evitar esto. Cómo superar este estado de malestar social que nos tiene a todos estancados, encharcados en el desacuerdo. Cuando uno regresa a otros procesos similares, se encuentra con, por lo menos, tres factores que fueron fundamentales para superar ese punto de quiebre, y que no ve uno presentes en Colombia.
El primero, es el liderazgo. Nos quedamos sin líderes, sin gente audaz capaz de generar consensos en todos los puntos del espectro político. Líderes que convoquen, que sean grandiosos del alma, que tengan la sonrisa buena y que sean francos y generosos. Como lo que da likes es tirar piedra y mentar la madre, se nos llenó el debate político de violencia gratuita. Ya no son las ideas, la visión, el sueño de una nación unida, liberada de la violencia y de la sangre lo que nos inspira. Los #influencers políticos de hoy son gamines de verbo de cuchillo. Es como si se les olvidara que ni siquiera hay que sacrificar las convicciones para operar con un mínimo de decoro, de reconocimiento de que en democracia hay que respetar los espacios de los demás. Como ya no tenemos políticos sino mesías, es natural que su visión del “otro” político sea la del demonio al que hay que aniquilar, que es lo que está pasando no solo con el disenso, sino con nuestros líderes sociales en los territorios. La ausencia de liderazgos es un problema de todos. Hay que exigir decencia en el debate, inteligencia en los argumentos y renovación en la representación. No puede ser que sigamos eligiendo a los hijos de los hijos de los hijos de los que comenzaron este incendio, como si nada.
El segundo, nos hace falta la visión común, lo que nos une, ese destino con el que soñamos. No sabemos para donde vamos, que significa la paz, o cómo hacer de eso una realidad en los territorios. Y ese no es solo un problema de liderazgos. Es que se nos olvidó que no todo son derechos y no todo se pelea en un juzgado. Esta también la esfera de las relaciones horizontales, lo que tenemos que resolver entre nosotros, o en otras palabras, cómo formular el reencuentro. La disolución del tejido social ha tenido un efecto devastador en la construcción de solidaridades, de pequeñas comunidades que promuevan la civilidad, la buena vecindad, y que, de forma organizada, sepan ejercer también control político.
El tercero, tiene que ver con una demora que está sabiendo a frustración. Nada que se pone en marcha el entramado transicional. No hay resultados. No hay comisión de la verdad. Ni reforma política, ni un proceso que nos siente a conversar sobre por qué lo que nos pasó y que tipo de mecanismos necesitamos poner en marcha para evitar que eso vuelva a suceder.
Esto no se queda aquí. Pero quiero preguntarle. ¿Qué cree usted que necesitamos para salir de esta parálisis general?