Secretos a voces de la Colombia que añoramos: un caso recurrente que ya no da miedo

Secretos a voces de la Colombia que añoramos: un caso recurrente que ya no da miedo

¿El silencio es una forma legítima de pensar la política en tiempos de crisis?

Por: Miguel Angel Castellanos A.
enero 15, 2021
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Secretos a voces de la Colombia que añoramos: un caso recurrente que ya no da miedo
Foto: Twitter @infopresidencia

Iniciando el año 2021 se cumplen casi 900 días de mandato del gobierno de turno, el cual cierra con cifras, datos y resultados estadísticos catastróficos en términos humanitarios, de salubridad, ambientales, económicos y políticos.

Cuestionamientos que ante la mirada internacional nos señalan como el país más corrupto del mundo según la U.S News, panorama que algunos medios de comunicación en Colombia disfrazan acuñando el vergonzoso galardón como una simple situación de percepción.

Esta es la patria que nos deja el bisiesto año 2020 y que recibimos con incertidumbre inconclusa, cuya herencia más contradictoria se refleja en el incremento del salario mínimo, el cual gracias a la divina providencia alcanzó los 3.5%, superando poco más del millón de pesos, si a este se le suma el auxilio de transporte (el cual no hace parte integral del mismo), quedando entonces en $908.526 pesos. Es decir, el colombiano promedio quedaría ganando por mes, a partir del 1° de enero de 2021, un poco más de treinta mil doscientos pesos, lo que se traduce en un día al equivalente de mil veinticuatro pesos y por hora, la suma total de ciento veintiocho pesos si lo comparamos con el año inmediatamente anterior.

Esta situación contrasta con el nuevo incremento del 5.12% que el presidente de turno decretó para el salario de los honorables congresistas, el cual asciende a la suma de 34 millones 417 mil pesos, quienes a su vez, solo trabajan ocho meses de los doce que cobran y quienes ostentan uno de los salarios más altos del mundo y el segundo más alto de América Latina después de Chile.

Por otro lado, heredamos la penosa cifra que nos deja el covid-19, la cual  superó las 43.764 muertes hasta enero del presente año (según informe del ministerio de salud y protección social), sin dejar de lado la penosa muerte de nuestros líderes y lideresas sociales defensores del territorio  y los DD-HH, la cual sobrepasa las mil muertes desde el acuerdo de paz alcanzando la suma de 309 muertes en 2020 (entre las que se encuentran masacres aún sin resolver) según datos de la ONG Indepaz.

En este orden de ideas, vale la pena preguntarnos si el silencio es una forma legítima de pensar la política en tiempos de crisis.

Es decir que en términos filosóficos, ¿el silencio también es una forma política de asumir la responsabilidad social del Estado?

Causa terror e indignación ver que ante la lamentable situación que nos asiste como colombianos, frente a un gobierno que muestra su desprecio por los menos favorecidos y ante un estado carente de conciencia, sin memoria e indiferente, se sigan viviendo situaciones que ponen en riesgo la salud y el bienestar social de los colombianos, por ejemplo que mientras muchos se ocupan asistir a finales de futbol auspiciadas por el gobierno en medio de una pandemia descontrolada por el alto índice de contagios y muertes, desde palacio, altos funcionarios (Consejo de Estado), confirman decretos que favorecen la megaminería, vulnerando con ello derechos fundamentales de millones de colombianos por el gran impacto en los ecosistemas, afectando directamente cuerpos de agua, el medio ambiente y los derechos humanos de todos y todas.

Así lo establece el decreto 328 del 24 de diciembre de 2020, el cual da paso a formas exploratorias de yacimientos no convencionales conocidas como fracking y que ha sido promocionado con el nombre de “proyecto de investigación Kale”, iniciando a finales del 2021 con exploraciones en el Valle de la magdalena medio y la cuenca del río Ranchería en la Guajira.

Vivimos ante un estado nefasto que arremete contra toda reflexión del poder político y sus relaciones entre la justicia social y la democracia de opinión, donde la crítica y la autocrítica no se consideran como ejercicio democrático que permite la construcción de nuevas ciudadanías y un estado social de derecho enmarcado en el respeto a la diferencia, el reconocimiento libre, autocrítico, digno y revolucionario, de las masas desobedientes ante la tiranía que gobierna con desdén mientras muchos callan por el temor que produce una bala de fusil o la desaparición de un cuerpo sin nombre y sin historia.

Hoy más que nunca cuestionamos la forma de gobierno que nos rige y nos atrevemos a considerar (como en aquel momento lo hiciera Mefistófeles), en una especie de reto maquiavélico salido de las entrañas del mismo Fausto, la posibilidad de apostar sobre el alma y destino de la madre patria, cambiando desde el aula, la plaza, la esquina, el territorio, la familia y desde las urnas, el destino mismo de nuestras vidas, reprochando con todo fervor la inconciencia del voto y apostándole a nuevas formas de pensar y actuar, es decir a romper el miedo por lo desconocido y empoderarnos de nuevos conceptos como lo público, lo social y lo humano.

“Es inútil que penséis en ello si no estáis poseído de un verdadero sentimiento, si no hacéis brotar de fondo de vuestra alma el entusiasmo que ha de conmover y arrebatar los corazones de todos los espectadores” Goethe. (s.f.).

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