Tal como pronosticaban casi todos los sondeos, Austria ha girado a la derecha de una forma rotunda y contundente. La victoria de los populares austríacos, el OVP, -que dirige el ya primer ministro más joven de Europa, Sebastian Kurz, de 31 años- significa un duro golpe para la política migratoria que auspicia la Unión Europea (UE), en el sentido de abrir las fronteras y acoger más refugiados, y añade elementos de incertidumbre en la política austríaca. A este primer puesto de una derecha que no ha escatimado en la campaña electoral ciertos gestos populistas para ganar al electorado más indeciso, se le viene a unir el notable éxito de los liberales de extrema derecha, el FPO, que gana siete puntos porcentuales, pasando del 20% al 27%, y 13 diputados más, logrando conseguir 53 actas frente a las 40 que consiguió en el año 2013. Además, hay que reseñar el alto valor simbólico de haber obtenido el segundo lugar en votos y escaños, en detrimento del histórico partido socialdemócrata, el SPO, que se estanca y obtiene los mismos escaños que en las últimas elecciones (52). En total, la derecha y la extrema derecha consiguen 27 diputados más.
Pero los grandes derrotados de la jornada han sido los verdes, que pierden los 24 diputados que tenían en el parlamento, y que desaparecen de la vida política austríaca al menos por cuatro años. Los nuevos liberales, NEOS, mantienen su 5% que les permite entrar en el parlamento y conservan sus 9 diputados, aunque también se estancan y no mejoran sus expectativas. Una de las grandes sorpresas de la jornada fue la denominada lista PILZ, una escisión de los verdes que lidera Peter Pilz, y que ha logrado superar el 4% de los votos y sentar a 8 miembros de su partido en el parlamento. Un éxito, pero insuficiente para paliar los 24 escaños que pierden los verdes.
La izquierda, no cabe duda, ha sido la gran derrotada en las elecciones de Austria. Si uno observa el mapa electoral del país, vee que el dominio territorial en la mayoría de los distritos austríacos queda en manos de la derecha y la extrema derecha, quedando una pequeña franja para los socialdemócratas en la frontera de este país con Eslovaquía y Hungría y en algunos barrios de la capital, Viena. El voto rural y de las pequeñas ciudades se ha decantado claramente por la derecha y la extrema derecha, llamando poderosamente la atención que los extremistas, con un discurso claramente contrario a las políticas migratorias que inspira la UE y también contra la "islamización" del país, ya desafía abiertamente a las dos fuerzas -SPO y OVP- que han dominado la vida política de esta nación centroeuropea desde el final de la Segunda Guerra Mundial.
Si como previsiblemente la derecha austríaca que conduce Kurz con acierto pacta con la extrema derecha, es más que probable que las relaciones con Bruselas se tensarán y que el proyecto común europeo entra en un nuevo periodo de incertidumbre. Este éxito es de imaginar que es visto con alivio por el bloque euroescéptico que ya gobierna en Europa del Este y que conforman Eslovaquia, Hungría, Polonia y la República Checa. El primer ministro húngaro, Viktor Orbán, enfrentado con sus socios europeos por sus políticas restrictivas a la inmigración y por haber construido un muro de espino para evitar la llegada de inmigrantes, es más que seguro en encontrará en Viena a un sólido aliado para hacer frente a la presión de la UE y seguir defendiendo con firmeza sus planteamientos. Además, Orbán tiene una visión muy distinta con respecto a las relaciones de Europa con Moscú y nunca ha ocultado su admiración por Vladimir Putin, al que recibió en Budapest con todos los honores y obviando la agresiva política rusa con respecto a Ucrania. También dejó de lado las sanciones de la UE contra Rusia para sellar una suerte de alianza non sancta con Moscú.
Los resultados de Austria confirman la tendencia del auge de la extrema derecha en todo el continente y la crisis de la izquierda tradicional. Tras los excelentes resultados cosechados por la extrema derecha en Alemania, Finlandia, Francia y Holanda, los extremistas austríacos se apuntan una gran victoria y cuestionan directamente un proyecto europeo que por lo que se observa no genera grandes ilusiones entre sus ciudadanos, sino más bien lo contrario: los partidos que más lo cuestionan, mayores réditos electorales obtienen.
Otro elemento destacable a reseñar es que la socialdemocracia europea, tras décadas dominado la escena política en toda Europa, está en una grave crisis que le puede llevar a su desaparición política si no cambia el rumbo. La política tal como la conocíamos hasta ahora está cambiando, los ciudadanos demandan más respuestas prácticas que retórica conciliatoria y un nuevo estilo se abre paso en el continente transformando las viejas formas y los esquemas tradicionales. O la socialdemocracia se adapta a los nuevos tiempos, adecuando su discurso a las demandas ciudadanas, o como una especie del pasado acabará desapareciendo en estos tiempos turbulentos y volátiles. Los partidos socialistas y socialdemócratas ya son una reliquia del pasado en Europa Central y del Este y tan sólo resisten con algo de fuerza los embates de la globalización y la recesión económica de los últimos años en España -en cierta medida, pero también en decadencia-, Portugal y el Reino Unido. Quizá todavía no sea tarde para cambiar, el tiempo nos dará la respuesta. ¿Serán capaces de reaccionar los anquilosados partidos socialdemócratas?