Se graduó como psicólogo para leer el alma y los procesos mentales de otros seres humanos. Le ganó la literatura y dejó de lado aquello de escudriñar almas ajenas. Se dedicó a la propia para diseñar personajes, crear tramas y contar historias. Desde la literatura, quería interpretar el mundo y crear el suyo. Buscaba provocar emociones en los demás.
Juan Fernando Aguilar es un escritor colombiano nacido en Cali, Valle del Cauca. Es poeta, cuentista y ahora novelista. Presenta a la consideración del público su primer trabajo de largo aliento: La insolencia de estar triste.
Lo conocí en el taller de escritura creativa, Écheme, el cuento orientado por Alberto Rodríguez. Destacaba por su modo de contar, por la propuesta narrativa con la que nos sorprendía, y por su terquedad en tener logros como escritor.
Fui a la Feria del libro, Cali 2024. Acompañé la presentación de su novela, disfruté de su alegría y le pregunté dos o tres cosas que me intrigaban.
Me gustó verlo en el escenario. Respondió preguntas sobre su oficio, desmenuzó su novela y explicó los vericuetos que navegó su alma para crear los personajes de La insolencia de estar triste.
Les pedí a otros dos talleristas, Jesús Pantoja y Martha Lucía Bonilla, que me acompañaran en la entrevista. Quería que pudieran dejar preguntas para su compañero de taller.
¿Qué se siente al debutar como escritor con una novela?
Una alegría inmensa. Ustedes que me conocen saben que he luchado por más de 10 años. Ver, por fin, mi trabajo realizado es increíble. Literalmente, increíble. Llegué a no creerlo posible, pero ha ocurrido. Por eso tengo una gran alegría.
¿Cree que, con esta novela, ha encontrado el «tono» literario para su camino como escritor?
La verdad, sí. Fue una novela bastante pensada y muy madura en muchos sentidos. Creo que es la voz que había estado buscando y por fin la encontré.
¿Qué fue lo más difícil para escribir la novela, sabiendo que por sus páginas se pasea la tristeza?
Lo más difícil, dilucidar los sentimientos. Es decir, poder estudiarlos de una manera, no fría, pero sí literaria, sin caer en la cursilería o en lugares comunes. Fue algo muy difícil de lograr. Tuve que repetir varias veces algunos pasajes, precisamente porque no encontraba el tono. Algunos eran cursis, demasiado superficiales e incluso tontos.
Este estudio de los sentimientos me exigió mucha reflexión y, sobre todo, reescritura.
Durante la presentación de la novela, me llamó la atención un planteamiento suyo: «la obligatoriedad de ser feliz que pregonan en Cali». ¿Qué piensa desde su intimidad?
Esa obligatoriedad de ser feliz lo que genera es el efecto contrario. Una gran angustia, un desespero tremendo. Seamos honestos. La tristeza es parte de la vida. La sociedad se ha puesto de acuerdo en: ¡Hey, no puedes estar triste! Es muy complejo. Creo que es algo que hay que barrer del imaginario. Tampoco exaltar la tristeza, pero sí darle espacio. La tristeza es un sentimiento tan válido como lo es la alegría o la rabia. Hay que abrirle espacio a esos sentimientos, precisamente para que no se anquilosen y nos hagan daño.
¿Cuánto tiempo pensando en la novela y cuánto escribiéndola?
El primer capítulo me llegó de repente en abril de 2019. Escribí el primer capítulo porque quería asentar el tono de la novela, de un proyecto que escribiría después. En 2020 no trabajé en ella, la dejé madurar y en 2021 escribí la mitad. No supe cómo seguir. La dejé reposar unos 6 o 7 meses y luego, en Buenos Aires, Argentina, retomé la novela y la terminé. Durante 2023 y 2024 se hizo toda la corrección.
Chucho Pantoja: Los amigos le conocemos como escritor de cuentos. ¿Para esta novela sirve ese entrenamiento o, definitivamente, es otra técnica para otro género?
Creo que la escritura de cuentos sirve bastante para afrontar la novela. En el cuento clásico a uno le enseñan que un cuento es un solo conflicto y ya. Esto no tiene que ser tan cerrado. Encontramos los cuentos de Onetti, que parecen pequeñas novelas. La prosa en general, tanto si es breve como extensa, maneja una técnica similar. Que debido a la longitud entran más elementos, sí. Pero, escribir cuentos sí ayuda. Se debe empezar a escribir cuentos para soltar la mano.
Ch. P. ¿La construcción de los personajes obedece a la misma técnica?
En mi caso sí. No sé si recuerdas que mis cuentos siempre han sido largos. Se cree que, por la brevedad de un cuento, el autor no puede construir grandes personajes. Sin embargo, yo pienso que eso es un mito. Lo he visto en cuentos de Cortázar y de Onetti. Tienen una gran construcción de personajes sin un texto muy largo.
¿Hay algo de autobiográfico en la novela que está presentando?
No. Cuando escribo prosa es muy poco lo biográfico que dejo de mí. Puede que haya algunos elementos de reflexión míos, eso sí, pues me cuesta mucho escribir sobre mí. Cuando no puedo evitar escribir sobre mí es cuando hago poesía. Ahí sí no puedo evitar ser autobiográfico; pero en prosa, no. Tengo cierto pudor para hacerlo.
Martha Bonilla. ¿Por qué el apellido Galeano para el personaje de su novela?
La verdad, como diría nuestro querido Alberto, porque tenía cara de Galeano. Le puse otros apellidos. Al principio lo puse a caminar sin nombre, hasta que me dije: «»este man tiene cara de Galeano y de llamarse Juan María y así quedó.
Parece que el nihilismo está presente en tu novela, ¿es correcta mi apreciación? —pregunta Chucho—.
Siempre, desde el principio, quise que fuera una novela existencialista. Más que nihilista, existencialista. Desde el primer momento, incluso antes de escribir, estaba esta reflexión nihilista y existencialista.
¿La tristeza en tu novela es, supongo, la que sienten los escritores al escribir, cuando aún es incierto lo que lograrán?
Podría ser así. La desesperación, la incertidumbre de querer hacer algo con la vida, pero no es posible. Querer escribir, pero no ver posibilidades, o peor, estar en un trabajo que no le gusta, pero igual quiere escribir. Es un desespero tremendo. Creo que hay una tristeza intrínseca todo el tiempo.
Habla de los 90 con tristeza. Yo que viví esa época, tuve mucho miedo. ¿Hay miedo en la novela? —Pregunta Martha Lucía—.
Desde mi punto de vista, no. En la novela no hay miedo. Hay desilusión y tristeza por un país que se está acabando. Se hicieron muchas promesas y no se cumplieron. Yo, que era un niño en ese tiempo, ahora estoy pagando esas desilusiones como todos los colombianos.
¿Por qué optó por la primera persona para el narrador?
Porque quería que fuera una novela de corte existencialista y quería esa reflexión del yo, todo el tiempo. Porque es una novela de mucha reflexión interior. La tercera persona no me habría permitido entrar tanto en las reflexiones que yo quería plantear allí.
Varias personas se arrimaron para que el autor firmara sus libros. Un abrazo selló ese momento de felicidad compartida. Solo deseamos a los hados de los libros que el suyo se fuera a caminar por el mundo en manos de los lectores. Porque los libros son gitanos que deben irse a recorrer, a provocar, a emocionar…