Le pregunté a una tía, de esas que envían la oración del día al grupo familiar, qué cree que es el feminismo y me dijo: es una moda en la que las mujeres se visten raro, quieren parecerse a los hombres y ser lesbianas o promiscuas.
Me preguntaba, ¿cómo le explico a mi tía que una feminista no es aquella que pertenece a un colectivo de mujeres con axila frondosa y pelo morado que muestra las tetas en una protesta? -Bueno, puede que lo sea, pero no es solo eso-.
O que una mujer empoderada no es la que ocupa un cargo importante donde se da la libertad de tiranizar a sus subordinadas, mientras es condescendiente con los hombres para no perder sus privilegios. La vieja confiable.
Y, por último, que para ser feminista tampoco es necesario pertenecer a alguna de las categorías infinitas de LBGBTIQ… Z, tener una sexualidad irresponsable u ocho relaciones abiertas porque el amor es una construcción cultural burguesa y bla bla bla.
Sin embargo, no puedo juzgar a mi tía adorada. En nuestra sociedad, el debate del feminismo se ha concentrado tanto en la defensa de la opción estética, que parece que la lucha por la libertad se convirtió en la libertad de dejarse los pelos. Por eso, para algunas mujeres del movimiento, la mujer que se depila la “zona v” es vista como una inconsecuente o, en el mejor de los casos, como una feminista inacabada.
Pero sépanlo -y con esto se liberarán varias compañeras de la presión-, a algunas mujeres nos gusta cambiar de peinado “allá abajo”, pasando de ser rastafari (menos femenina) a skin head (menos feminista) en solo cinco minutos sin que se nos de nada. Y con ello, no estamos comprometiendo los principios de la organización ni ninguna de esas bobadas fundamentalistas que no las deja dormir.
Por otro lado, noto con tristeza que algunas mujeres usamos el feminismo como escudo para tener la libertad de gritar y luego calificar de machista al que no se aguanta el grito. Esto me recuerda a esas chaquetas de los 80’s con esas hombreras horrorosas que nos hacían ver como astronautas, pero que en realidad enviaban el mensaje “yo también tengo espalda ancha y me impongo” (lo dicen los gurús de la moda), y así fue como incursionamos en el mundo varonil oficinesco. Ahora, gritamos y mandoneamos en un intento más por probar quién la tiene más grande.
Respecto a la libertad sexual no diré mucho. Excepto que sigue siendo difícil ejercerla, defenderla e inclusive expresarla. Basta con que una mujer insinúe que tiene una vida sexual activa o que tiene una opinión, para que los demás empiecen a hacer cuentas de su kilometraje o a mirarla como si fuera una sexy-gatita-satánica. Es el cartel de la morronguería en pleno.
Recapitulemos. Es cierto que la visibilización del feminismo debe pasar por la posibilidad de elegir otras formas de estética, ocupar los lugares de decisión que queramos y vivir nuestra sexualidad como queramos, pero también debe ir más allá.
No solo porque al otro lado del globo terráqueo las luchas de las mujeres son por no tener que casarse con su violador o no confeccionar ropa de Zara en condiciones de esclavitud, sino porque le seguimos el juego al sistema que convierte todo lo que huele a contracultura y contrasistema en un triste cliché consumista, alejándonos del centro del problema (capitalismo racista y patriarcal, se llama).
Hasta aquí lo dejo. Los conceptos académicos quedan bajo responsabilidad de cada uno, dependiendo de su nivel de ñoñez. Lo que no puedo negarle a mi tía es que el feminismo es una moda. Solo lo acepto porque en matemáticas, la moda es el dato que más se repite. Y va siendo hora de que la búsqueda por ser libres se viralice.