Hace algunas semanas, mientras conversaba y escuchaba algo de música con la defensora de derechos humanos de Cali, Natali González Arce, entre tantos aspectos abordados referentes a la realidad política y social en nuestro país, y particularmente en nuestra ciudad, le planteé cómo en algún momento pretendí que se erigiera como canción consigna de las protestas en Colombia, desde 2019, aquella del grupo argentino Bersuit Vergarabat denominada Se viene el estallido. Esta, en su momento, a finales de la década de los noventa denunciaba, anunciaba y presagiaba la caída del régimen Argentino de la época (en principio comandado por Carlos Menen y continuado por Fernando de la Rúa), que con recetas neoliberales y la adopción de la impopular, célebre y nefasta medida bautizada como el “corralito” habían sumido al pueblo argentino en la más completa miseria, desatando un movimiento social sin precedentes que llevó a la renuncia de de la Rúa, que fue sucedido por el presidente interino Alfonso Rodríguez Saa, y seguido por el gobierno constitucional de Eduardo Alberto Duhalde para desembocar en los gobiernos de izquierda de Néstor y Cristina Kirchner.
Por su parte, para mi interlocutora el tema musical entonces debió ser otro, también de alto contenido social y político: Digo lo que pienso, una canción del grupo puertoriqueño Calle 13 al que perteneciera el emblemático cantante y compositor René Pérez, que tanto ha dado de que hablar con sus críticas al gobierno colombiano, pero más recientemente por poner en su sitio” al reguetonero colombiano J Balvin. ¡Sí!, el mismo de la canción Perra, cuyo video fue retirado de YouTube por sus imágenes machistas y misóginas… Al final de ese ameno debate coincidimos en que, por lo contundente del eslogan, Bersuit Vergarabat debería tener el honor de abanderar el mensaje musical de cambio si fuese el caso.
El estallido social que arrancó en 2019 con las movilizaciones masivas en contra del gobierno nacional, y que llegaron a su máxima expresión el 21 de noviembre cuando se congregaron multitudinariamente en las calles de todo el territorio nacional gente de todas las condiciones, edades, razas y géneros, no se vio truncado o malogrado con motivo de la pandemia; todo lo contrario, la anómala situación global llevó a un redireccionamiento silencioso, minucioso y acucioso de las acciones populares. Mientras tanto, un gobierno altamente permeado por los corruptos, con claros vínculos con las mafias del narcotráfico y arrodillado ante las grandes corporaciones nacionales e internacionales, hacía de las suyas de manera indolente y abiertamente en contra de los intereses populares; es decir, de los intereses nacionales, adoptando medidas de emergencia en favor del gran capital financiero, la gran industria y el gran empresariado. A ello, so pretexto de la crisis económica, el gobierno del señor Iván Duque buscaría sumar reformas legislativas de carácter tributario, laboral y pensional, altamente lesivas para los sectores más vulnerables, algunas de las cuales verían luz en el Congreso tiempo después de las protestas, gracias igualmente a unas mayorías en el Congreso claramente proclives por la corrupción.
Se fueron prefigurando las condiciones que llevaron al estallido social detonado el 28 abril del presente año, entre las cuales se encontraban (y siguen vigentes) el genocidio sistemático de líderes sociales a lo largo y ancho del territorio nacional; la masacre por goteo de exmilitantes de las Farc-EP que estaban en proceso de reincorporación a la vida civil y política del país; los desplazamientos forzados de comunidades campesinas, indígenas y afrodescendientes gracias a los megaproyectos mineros, ganaderos, agrícolas y del narcotráfico; la impunidad vía principio de oportunidad de criminales de cuello blanco y de otros que, no siéndolo, trabajaron al servicio de aquellos, etcétera.… Todo ello con la complicidad de los medios masivos de comunicación, que se encargaron de fungir como cajas de resonancia del establecimiento, del régimen (como lo llamaba Álvaro Gómez Hurtado), manipulando la información, acallando acontecimientos y visibilizando lo que era conveniente a los intereses que prohíjan.
He hablado de un estallido activado, detonado o iniciado en abril de 2021 (no consumado todavía), cuando eso que identificamos como el pueblo (que lleva siglos ya de resistencia a los abusos del poder colonial y neocolonial que le gobierna) enfrentó al régimen, imponiendo nuevas dinámicas de lucha, confrontando a la fuerza pública desde las trincheras y con el apoyo colectivo de médicos, abogados, economistas y redes sociales (no solo mediáticas) que han empoderado y catapultado al movimiento social hacía un estadio superior de lucha, que generó y puso en marcha formas alternativas de economía (circuitos cortos de producción y abastecimiento) y que invade el espacio de lo político institucional; es decir, el escenario democrático en el que se define la conformación de las corporaciones públicas y del gobierno mismo. Los jóvenes se reconocieron como sujetos de derechos y, lo más importante, como actores políticos capaces de incidir en el curso de los acontecimientos que les atañe.
El estallido social continúa, está en su desenlace hacía las próximas elecciones de 2022. Mientras llega el momento, el estallido sigue vivo en las calles, en la plaza pública, cuando se denuncia públicamente a los representantes del establecimiento que osan estar en espacios públicos, y aún más, cuando pretenden hacer sus campañas electorales sea al Congreso o al Gobierno nacional, sea directamente o por intermedio de testaferros locales o regionales que se creían con ascendencia sobre la población en los territorios.
Así pues, la nota característica va a ser bochornosas escenas como las vividas por Jorge Iván Zuluaga y Vanessa Torres, tildada esta por un enardecido ciudadano como manipuladora de la información desde el Canal Caracol y a aquel como paramilitar y corrupto; la danza de la muerte (típica del carnaval de barranquilla) bailada en Chile por un barranquillero al exministro de Defensa Guillermo Botero (el de los bombardeos a niños), nombrado recientemente embajador en ese país y que generó de este una acalorada y desmedida respuesta (muy "diplomático" el tipo); los chiflidos y arengas en contra de Marta Lucía Ramírez en el exterior; las reiteradas arengas en contra del señor Álvaro Uribe Vélez, dentro y fuera del país, en donde se le corea: “Álvaro, paraco, el pueblo está berraco”, y que lo ha llevado a que restrinja su participación en escenarios públicos; la recriminación pública y airada hecha al senador John Milton Rodríguez por su presencia en el barrio Siloé de Cali, cuando se atrevió a incursionar en el sector poco tiempo después de levantados los puntos de resistencia, cuando él había sido uno de los políticos que aplaudido y respaldado el uso y abuso de las fuerza pública en contra de los manifestantes, y que llevó a que hubiese muertos, mutilados y desaparecidos.
El estallido social continúa y con él, las instituciones democráticas se van a ver favorablemente afectadas (peor no se puede más). En tal sentido, podemos corear con Bersuit Vergarabat: “Se viene el estallido, se viene el estallido, se viene el estallido, de mi guitarra, de tu gobierno, también”.