Con más arrojo, pero con igual cuidado, hemos ido reanudando ese reencontrarnos con los otros, con los nuestros, con los de aquí y con los de allá. Y no es que hayamos perdido el miedo; es que un poco como Santo Tomás, no vemos qué nos acecha y entonces no creemos que nos vaya a pasar nada, por lo menos a eso le apostamos. Y ojalá que no, pero ya estamos cansados de tanta distancia, de tanto no ver a los que queremos y nos quieren… o mejor, a los que ahora queremos más y a quienes nos quieren más, porque así lo sentimos y porque intuimos que todo esto va para largo.
Y es que todos los escenarios valen: los matrimonios, los bautizos, los cumpleaños, las minifiestas corporativas de fin de año, volver a la oficina, a las clases presenciales, celebrar los años de graduadas y -por qué no- también los funerales. Todo vale para verse, aunque sea un ratico. He estado en casi todos esos afortunados encuentros o reencuentros: mi hijo mayor se casó y éramos ocho, incluidos los novios; solo las dos familias. He ido a pequeños cumpleaños y asistido selectivamente a eventos donde apenas se saluda uno de puño o de codo, pero eso sí definitivamente depende de a quién es que se está volviendo a ver.
Celebrar los años de graduadas, todo vale para verse
He abrazado a mi jefe en Blu y a mis compañeros de En Blu Jeans, y con algunos de ellos ha sido hasta las lágrimas; también a mis colegas pasteleras, a mis compañeras de colegio en Santa Marta en la celebración de graduadas y he vuelto a dictar clases presenciales de pastelería. ¿Se han dado ustedes cuenta de cómo llega todo el mundo a todas partes? Muy juiciosos todos con el tapabocas y después… el desorden. Hay que comer y hay que quitárselo. Se recibe una bebida y hay que quitárselo ¿Y quién deja de hablar? ¡nadie! Tooodo el mundo comiendo, bebiendo y… ¡hablando, riéndose, viviendo el momento! Es que cómo más se le hace.
He abrazado a mi jefe en Blu y a mis compañeros de En Blu Jeans, y con algunos, hasta las lágrimas
¿Y dónde me dejan los funerales? Ya no son multitudinarios como antes, pero van los que son, los cercanos, a los que el muerto les duele y es parte de su vida. Hace apenas unos pocos días falleció mi tío Alfredo, un hermano de mi papá. ¿Y saben qué pasó? Pues que nos vimos casi todos los primos y mis tías. Era una situación entre la tristeza y la alegría; era estar juntos en el dolor de la partida de mi tío, pero la alegría de volvernos a encontrar. Muy contradictorio, pero así se volvió la vida. Lo mejor de todo fue darnos cuenta con mis hermanos que, después de casi dos años, estábamos juntos de nuevo, ¡como antes! Es que nos habíamos visto en zoom o personalmente por separado, pero no los tres; cuando caímos en cuenta, nos pusimos muy felices. Entonces, con más alegría nos fuimos a almorzar, a desatrasar cuaderno, pero juntos en vivo y en directo, como cuando éramos niños, adolescentes y como antes de pandemia. Nos dedicamos a recordar situaciones con los tíos que -como buenos Gracia- siempre fueron tan estrictos. A revivir momentos de familia y rumba con mis primos, también criados con firmeza y que son adorados. Hablamos de todo y nos reímos de todo. Aparecía la nostalgia, pero volvía la alegría. Nos acordamos de lo buen conversador que era nuestro papá y de su magnífico sentido del humor; de lo buena bailarina que era mi mamá y de su gran corazón generoso. Salieron a flote nuestras pilatunas juntos, nuestra vida juntos.
Quiero decirles que la comida nos supo más rico, que todo nos pareció más bonito, más chistoso, nos tomamos una selfie y celebramos con creces el amor y la unión de hermanos que mi mamá siempre nos inculcó, y la que conservamos como su gran legado. Nada, absolutamente nada reemplaza estos momentos… ¡volvimos a vivir lo que parecía perdido! Por eso, se vale reencontrarse… ¡hasta en los funerales!