Una noche más cae en la capital y, como es costumbre, llueve y la ciudad sin estrellas no duerme. El miedo y la incertidumbre llaman a mi conciencia, y ese recuerdo campesino viene una y otra vez al rumbo del reloj. Escucho el canto de las chicharras a lo lejos, y regresan la mismas sensaciones de aquellas tardes de molienda, una tranquilidad que juega al sube y baja con la inquietud, una insatisfacción del mismo ser que motiva y retiene, que anuncia y calla, que conoce y duda. Por supuesto que tengo desasosiego, y debo reconocer que en días pasados sentencie la protesta, y no porque no respetará el derecho ni lo deseara con frecuencia, fue principalmente por definir una fecha a la indignación, por esa misericordia contra los déspotas…
Sin embargo, los días subsiguientes a la fecha prevista la protesta emprendió, y no directamente en las calles, sino en lo humano y sensible de cada colombiano, en las redes, en el campo, en las conversaciones de lo sutil y cotidiano.
Colombia sin duda afrontará un momento histórico que dividirá la historia de la segunda década del presente siglo (década sin nombres importantes) en dos.
Lo que se ha forjado como una manifestación con fines objetivos frente a los desaciertos de un gobierno que no encuentra rumbo, y que no ha podido trazar políticas que subviertan la polarización, la desigualdad, la corrupción, el desempleo, la guerra y lo elemental, sino más bien todo lo contrario: ha ejercido el poder de forma siniestra, aumentando el odio, la división y esa creencia sociocultural de que unos son mejores que los otros por un simple apoyo político.
Probablemente ningún otro llamado a las calles había generado tanta incertidumbre después del 1991. El aire infectado de la capital se siente cada vez más denso, más cercano al día fijado. Se escucha en el nefasto sistema de Transmilenio las impresiones de prevención, los alientos a marchar, los desalientos y las ideas que rayan entre el dogmatismo y lo totalmente cómico.
El gobierno que mantiene la incapacidad a un acercamiento franco al clamor, pretende desde hace días evitar la protesta, y en ese proceso veloz de interés político han revivido terrores inmaduros del ayer, como el dichoso Foro de São Paulo, que no es otra cosa que la evolución del invento político ligado a la incapacidad de gobernar, el haz bajo la manga luego de declinar el coco denominado castrochavismo.
Así mismo, un mequetrefe busco satanizar una obra de teatro, otros invocan el concepto de vandalismo y lo igualan de manera irresponsable con el terrorismo. Algunos indiferentes y trastornados periodistas han alimentado la devaluación de su profesión con notas y eufemismos que carecen de objetividad, han llevado la información en contra de todo lo ético y la depositaron en la caverna del fanatismo como experimento social y allí reprodujeron grupos organizados de extrema derecha para la defensa de la “calle y del orden público” reservistas y verdugos que buscan bajo la excusa de lo “correcto políticamente” la guerra. Por si es poco, han invadido las casas, las han lacerado bajo la bandera del allanamiento, buscan con el afán que genera el poder y la tirana impedir la protesta con inicios de una represión rigurosamente planeada.
Vientos de protesta están muy cerca. Decido salir por los abandonados, los deconstruidos a simples objetos de consumo político, las madres que aún lloran a sus hijos, el derecho a la vida digna, el rechazo a la indiferencia y a la dictadura impuesta por la hegemonía, la desigualdad, el desempleo masivo, la invasión y evasión de impuestos, el ayer que nos ha condenado al subdesarrollo y un mañana que tendremos que moldear entre todos. Salgo porque el sonido de las chicharras aumenta siempre en tiempos de terrible fervor y porque la rebeldía multitudinaria es la crítica constante a la democracia.