Aparentemente el expresidente Uribe o el senador electo, se salió con la suya: revolvió el avispero político (su deporte preferido), dejando la duda sobre la entrada de dinero del narcotráfico a la campaña reeleccionista sin mostrar nada en concreto. Puede que en esta polarización absurda en que se encuentra el país, los que siguen a Uribe disfrazado de Zorro, salgan a cantar victoria y consideren este un nuevo golpe de gracia. Pero por fortuna, la mayoría de este país encuentra reprochable esta forma de actuar de una figura pública de la talla de un expresidente de la República. ¿Como así que no tiene pruebas contra el presidente Santos de que él recibió dinero del narcotráfico "pero sí serias y graves informaciones sobre su campaña"? Es decir, se trata no de pruebas —que era con lo que había amenazado—, sino de chismes, lo cual es información sin soporte porque si las tuviera ya las habría presentado.
Dos figuras públicas, un senador electo a su vez expresidente y un procurador general de la Nación, forman un dúo perverso que juegan (o mejor) manipulan a una opinión pública que no se merece ese tratamiento. ¿Será que lo que trata de decir Uribe es que la plata del narcotráfico entró a la campaña presidencial a espaldas del presidente Santos? Ya el país ha vivido esa experiencia que termina por afectar toda una administración a la que nunca se le reconocerán los logros porque fueron opacados por esa mancha. ¿Es eso lo que pretenden Uribe y el procurador? Es decir, ¿cómo es posible que Santos gane la reelección, ya están poniendo un manto de duda sobre todo el periodo de gobierno 2014-2018?
Es tan grave la situación, que los colombianos deben exigir que Uribe y el procurador presenten ya las pruebas a la Fiscalía que es la institución que debe juzgar este hecho, si es que realmente ocurrió. No hay derecho a esta guerra, no solo sucia, sino malévola, que juega con 47 millones de colombianos ya suficientemente preocupados por esta forma absurda de hacer campaña política. Qué lección de liderazgo está dando el expresidente a una juventud, parte de la cual lo ve como modelo. Así se firmen todos los acuerdos con la guerrilla y aun con grupos de delincuentes, mientras los líderes y los funcionarios públicos como el procurador se comporten de esa manera, la semilla de la guerra, de la confrontación, seguirá viva en Colombia.
Las consecuencias pueden ser peores a las que hemos vivido en estos últimos 50 años. Cualquiera que sea el resultado de la segunda vuelta, el presidente electo se enfrentará no solo a un país dividido sino a una 'élite en guerra'. Eso se traducirá en poca o nula gobernabilidad y cuando esto sucede las grandes reformas estructurales que están pendientes al ser presentadas por el gobierno, encontrarán en el Congreso una oposición llena de odios, en un caso, o de espíritu revanchista, en el otro.
Lejos de aclarase el ambiente para la segunda vuelta presidencial, el expresidente Uribe está contribuyendo a la confusión para ciertos sectores de electores o a generar miedo entre aquellos que ven en su partido, el llamado Centro Democrático y en su candidato a la Presidencia, Óscar Iván Zuluaga —sobre quien Uribe tiene demasiada influencia—, el avance de la llamada política del todo vale. Confundir entre pruebas e informaciones frente a hechos graves, y acusaciones no para el candidato opositor sino para su campaña, son parte de una estrategia que no debería ser promovida por alguien a quien el país ha colmado de honores.
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