Ya se cumplió casi un par de meses de la visita del papa Francisco a tierras colombianas. Para un número indeterminado de ciudadanos la vida seguirá igual como si hubiera venido nadie. Un número más moderado recordará en sus celulares el paso presuroso del Pontífice y un número todavía más reducido conservará en su corazón la imborrable experiencia de haber intercambiado una palabra o una mirada.
Para los que pertenecen al primer grupo de ciudadanos, entre quienes están los que se pasaron indignados por las exorbitantes sumas invertidas en los eventos, se espera que ya tengan claro que esa platica no se perdió, es más se “decaplicó” y que por andar alegando siempre por plata desaprovecharon su participación en las ganancias.
En relación a la legalidad del presupuesto, es tan legal y mucho más trasparente que lo invertido en el mismo proceso de paz, y realmente invertido en el bienestar y seguridad de un gran número de contribuyentes que tomaron parte en las actividades.
Superadas las opiniones superficiales relacionadas con el acontecimiento, sería mucho más provechoso cuestionarse sobre el significado e impacto de su visita.
Se suele ver el papa como el representante de Cristo o de la Iglesia. Sin embargo, ¿qué puede representar para quienes “Cristo” e “Iglesia” no son sino una ideas? Siendo fiel a los argumentos empiristas, que están a la base de la omnipotente ciencia contemporánea, ¿me es lícito hacer una afirmación universal a partir de premisas particulares? O dicho en términos menos Aristotélicos y más legibles al método científico: ¿es válido afirmar o negar un dato del cual no se tiene experiencia? Entonces no veo la coherencia de las “mentes liberales” al emitir juicios a priori sobre ideas preconcebidas, entonces: ¿quiénes son los dogmáticos e intolerantes?
“Nec lingua valet dicere,
nec littera exprimere:
expertus potest credere,
quid sit Jesum diligere”
Otra cuestión de profundis versa sobre la necesidad de su figura: ¿se puede entender el pasado sin la presencia del papa? Una equilibrada interpretación de la historia legitima la necesidad en la que se vio el colapsado mundo occidental de tener un punto de referencia institucional y que a mediados del siglo IV solo lo ofrecía la iglesia en la cabeza visible del Pontífice. Desde un punto de vista humano es menester reconocer que al convertirse en un cargo de gran influencia, su figura se prestó para favorecer los intereses de unos pocos en ciertos periodos de la historia, pero me pregunto: ¿qué sería de las feministas si hace cinco siglos Pio V no hubiera liderado con otras potencias la llamada Liga Santa que puso freno a la expansión musulmana por el mediterráneo? Qui habet aures audiendi, audiat.
¿Se puede entender la actualidad sin la presencia del papa? Es evidente para cualquier empírico que la figura papal ha atravesado un proceso largo de transformación en donde se ha ido dejando atrás los tintes de corte y protocolo. Desde Juan XXIII se resalta en los papas una cercanía y deseo de estar más en medio de la gente, su preocupación por servir como mediadores en toda clase de conflictos y su identificación con las facetas más críticas del sufrimiento humano.
Esto es lo que Francisco puede ofrecer a Colombia: su servicio y la fuerza de su experiencia y mediación. Aunque, parafraseando algunos comentarios posteriores a su visita, fue más lo que él recibió, de la nobleza y talante de un pueblo que es consciente de su pasado, dispuesto a corregirlo y con mucha vida para afrontar el futuro.
Probablemente para una gran muchedumbre la vida sigue igual… y es que así tiene que pasar, el ciclo de la historia por lógica hegeliana se repite, ya que no es el primero que” vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”