Alejandro Obregón se quedó solo. No hay nadie que supervise. Nadie pueda certificar su obra. Por eso aparecen exposiciones tan malas como la que hace la Galería Duque Arango en su sede Bogotá. Esa casa en la carrera 11 entre 85 y 86 también tiene sus fantasmas. Ningún negocio prospera. Entiendo que invirtieron mucho en el sitio que se llama Casa+. Y tiene buenos espacios.
Alejandro Obregón fue un hombre de una fuerza y de convicción invencible. Pintó sus grandes cuadros en su mejor época y con óleo en los años sesenta. Pero, como era también temperamental e impaciente, el acrílico se convirtió en su magia rápida de colores y símbolos y, ahí, perdió la profundidad de “La Violencia” o “El Estudiante Muerto”. Sobre esa época memorable, el Museo Nacional realizó una bella exposición.
En esta exposición la señorita curadora no hizo sino acumular los cuadros que encontró en el mercado y, sin consecuencias. Ella no conoce nada de Obregón para ser su curadora. Tampoco se sí todas las obras son auténticas. Como quien dice, no hubo curaduría ni juicio estético. El texto introductorio es una reseña “familiar” y la exposición una catástrofe sin nombre.
Ahora, como fue un hombre libre hizo lo que le dio la gana y así mismo pintó sus mamarrachadas creyendo en él pero, se iba quedando ciego y continuó. Es más, tan poco criterio hubo en esta exposición que muestran cuadros cuando Obregón ya estaba ciego pero que siguió el impulso, el gesto aprendido de la pincelada y las formas. Y, en medio de su propio laberinto de alimentar bocas de familias inútiles y ser su propio género de hombre invencible
Otra cosa era su personalidad y su físico. Abierto, alegre, un costeño buen mozo que convirtió su casa en punto turístico de los bogotanos como ejemplo, tengo al investigador de paludismo. Obregón era, en su época, un hombre con un bello mundo que supo enfrentar los momentos políticos y pintar la geografía Caribe que desde Cartagena y como hombre de mar, la vivió e imaginó siempre. Conocía de los vientos y conocía las especies marinas y como español, la paella de mariscos en domingo era su plato favorito que, para el almuerzo empezaba a prepararla a las 7 de la noche.
A pesar de mi crítica fue un gran amigo y como amigos hicimos una entrevista en donde comencé preguntándole: ¿usted por qué pinta tan mal? Y me contestó tranquilamente: “Yo no pinto mal”. Un hombre que cuidó de su dinero entre libros. Pero no podía leer el monto de sus cuentas.