El 29 de abril es el cumpleaños de Konstantinos Kavafis, poeta griego que ha sido inspiración de muchos momentos de amor, desamor, luchas, gestas y organizaciones en el planeta. Como un sencillo homenaje, retomo un fragmento del Libro Kavafis: una biografía crítica de Robert Liddell, editado por Ultramar y publicado ayer por Ana María Gómez mi amiga poeta en su muro de Facebook.
Mi palabra no se perderá
“Frecuentemente observo la poca importancia que atribuyen las personas a las palabras. Me explicaré. Una persona sencilla tiene una idea, condena una ley o una opinión generalmente aceptada. Sabe que la mayoría piensa lo contrario y calla por eso, creyendo que no es conveniente que hable y argumenta que con sus palabras nada cambiará. Es un error. Yo actúo de otro modo. Condeno, por ejemplo, la pena de muerte. En cuanto tengo ocasión, lo proclamo, no porque crea que porque yo lo diga los gobiernos la abolirán mañana, sino porque al decirlo contribuyo al triunfo de mi opinión. No importa que nadie esté de acuerdo conmigo. Mi palabra no se perderá. La repetirá alguien quizá y puede que vaya a oídos que la escuchen y se animen con ella. Puede que quienes no están de acuerdo ahora con ella, la recuerden en el futuro y, con la concurrencia de otras circunstancias, se convenzan, o su convicción contraria se quebrante. Así también en otras cuestiones sociales distintas y en algunas en que principalmente se requiere acción. Sé que soy débil y no puedo actuar. Por eso solo hablo. Pero no creo que mis palabras estén de más. Otra persona actuará. Pero de mis muchas palabras —de mí, el débil— algunas le facilitarán la acción. Desbrozan el camino”.
Konstantinos Kavafis (1863-1933)
Esta semana estoy entre la serenidad de Kavafis al enunciar la validez de su palabra y el pesimismo de Francis Cabrel: “No es tan grave… se me ha acabado el dolor, no es tan grave… se me ha acabado la voz de tanto anunciarlo... se me acabó la canción de tanto cantarla…”
No sé si vale la pena la palabra. Muchos esta noche estarán durmiendo en carreteras, en plazas y en cárceles, por defender el derecho a ser campesinos o transportadores y organizarse, y proponer salidas dignas a la crisis del país.
Leo las palabras de la plataforma campesina: claras, incluyentes, pensando en el país y la gente. http://prensarural.org/spip/spip.php?article13670
Leo las declaraciones de Santos y sus ministros: Hablan de un movimiento infiltrado por la guerrilla.http://correoconfidencial.com/archivos/89215. Hace más de treinta años, como hoy, las declaraciones oficiales hablaban de los nexos de Gabo con las guerrillas, y ante la inminencia de su captura, debió abandonar el país. No importa si hoy muchas autoridades se rasgan las vestiduras y hacen grandilocuentes homenajes, en este país se ha criminalizado la protesta social, el periodismo comprometido con el cambio social y la libertad de pensamiento y opinión.
No sé si mis palabras se perderán o no, pero creo que hay que decirlas. Decir que los movimientos sociales suelen ser fluctuantes, que el gremialismo debilita, que a veces hay peleas entre liderazgos, pero que tienen derecho a existir, a decidir sus estilos y propuestas, a negociar sus exigencias en ambientes de diálogo y concertación.
También hay que decir que desde pequeña he conocido gente del campo: sencilla, sabia, generosa, trabajadora, directa. No pule sus palabras, pero con sus acciones alimentan la vida, arañan la tierra y contra todo pronóstico sobreviven, forman familias, le hacen esguinces a la pobreza y cada vez más se conectan con el planeta, las semillas y la vida.
Han construido un linaje de dignidad y sabiduría que nos toca reconocer y pregonar, a ver si alguna vez llega a los oídos y al corazón de personas que, como el ministro de Agricultura o el presidente, están más familiarizados con los campos de golf o con la gran industria, o con la explotación despiadada de la tierra.
Hay que decir las palabras en las pantallas y las páginas, en las paredes y las calles. Y escuchar las palabras de tantos y tantas que salen a gritar sus dolores, sus anhelos y sus utopías el 1º de Mayo de cada año. No sé si se perderán entre tantas consignas, tantas promesas, tantas acusaciones de infiltración, pero sé que las seguiré escribiendo, pronunciando, cantando, gritando.
No sé si se perderán mis palabras, pero las seguiré sumando al coro de los poetas y las desobedientes, de los indignados y las resistentes. Aporto mis palabras, lo único que tengo, con la esperanza de que nos reconciliemos con la tierra y sus más cercanos interlocutores y confidentes.