La resistencia al cambio y la permanencia en el poder de la política tradicional tiene un instrumento de mucho valor que hacen uso a su antojo o cuando consideran necesario, para, de una forma muy sutil, diplomática y de “buenas maneras”, basada en una hermenéutica de doble racero, judicializar a la política.
Sucede en vivo y en directo, en Latinoamérica, por ejemplo, en la Argentina, en su momento, contra la expresidenta Cristina Fernández, en Brasil con Lula Da silva o su continuidad, con Rafael Correa, en Ecuador, con Fernando Lugo en Paraguay, y ahora con Evo Morales, en Bolivia, entre otros. Pasa en Santa Marta, con el exalcalde y actual gobernador del Magdalena, Carlos Caicedo, y su sucesor Rafael Martínez, en el Distrito. Pasa en Bogotá, y en el ámbito nacional, con Gustavo Petro e Iván Cepeda; con Jorge Iván Ospina, en Cali; Sergio Fajardo, en Medellín; Guillermo Alfonso Jaramillo, en Tolima; Camilo Romero, en Nariño, o en Antioquia, más de una década después. La persecución política, se viste de toga y birrete, para enrarecer los nuevos aires que llegaron al poder, sin hacer parte de las élites políticas excluyentes.
Que le caiga el guante a quien se lo plante. Todo el que tenga deudas pendientes con la justicia, debe saldarlas. Sin embargo, acá cabe la frase que alguna vez escuché: a ningún servidor público, se le niega un proceso. Pero, es que se pasan, como dicen ahora. Sin meter la mano al fuego, o ir al hueco con el muerto, pareciera que, antes entrenarían, para la tortura, a los gorilas, para limpiar a la oposición, a las malas, y ahora, prefieren formar a los operadores de justicia —o combinar plan pistola con lawfare—para cumplir el rol del cancerbero, a las puertas del infierno, del Proceso kafkiano, en que, en la mecedora de la burocracia, la cojera, el tecnicismos, la leguleyada, la genuflexión, el tinterillismo, la negociación, se convierte, esta estrategia, en una brida de una cometa, que tensa el cordel, en las coyunturas propicias, cuando hay poder, cuando se acercan las campañas electorales, cuando se van a tomar decisiones, o cuando toman alto vuelo quienes piensan, y actúan, diferente, y lo sueltan, con un golpe blando, cuando bajan los brazos, tranzan y optan por entregarse a las reglas vedadas del sistema, los hijos pródigos, en lo que se acostumbra; o eligen resistir, así eso signifique enfrentar a un gladiador, a mano limpia.
El lawfare o batalla judicial, sin desmeritar el crucial papel del acceso a la justicia en la institucionalidad democrática, se torna en un ángulo absurdo, y, por demás perverso, del equilibrio de poderes, de los pesos y contrapesos, del pluralismo, de la democracia. Con la varita del mago, invisibilizarían los casos de corrupción de los amigos del régimen y lograrían desprestigiar a los opositores, con todo el peso de la ley, de los mass media, de la opinión pública, del cerco normativo. Al final de cuentas, con lo que se alcanzaría el propósito de vencer en los estrados judiciales, con la verdad procesal, que no es la única, a quienes recibieron el mandato popular soberano en las urnas y se deben a la ciudadanía.
A veces, pareciera, también que ni siquiera consideran vencer, sino mantener a la expectativa, mellando moral, económica y socialmente, impidiéndoles cumplir con sus programas de gobierno, bloqueando sus iniciativas o dejando la imagen por los suelos, de quienes ponen en la palestra pública, con cifras escalofriantes de impunidad, en procesos de largo aliento, que avanzan a paso de procesión de jueves santo, dilatándose, cuando la marea baja, y subiendo como espuma, cada tanto tiempo, cada nuevo periodo de gobierno, cada elección, mientras, se untan de la mantequilla a los actores claves, o pasa el chaparrón mediático, en el que de buenas a primeras, con la chiva, que llora por un solo ojo, condenarían a los proscritos, que osan apartarse del régimen, ante la opinión pública, o en la matriz, que hilan; para que, mientras logran demostrar en el escenario procesal, su inocencia o cumplen su pena, quedando al margen del ruedo político, ya el daño esté cocido entre la gente, en simultanea que, muertos de la risa, los rentistas de la guerra judicial, esperan ganar el terreno, que dejan los inhabilitados. En esos casos, qué injusticia la de la justicia y solidaridad con las víctimas.
En este contexto, también, es inevitable que juegue un papel relevante, la convergencia de los sectores alternativos, hacia el propósito común de acceder al poder para transformar al país, para profundizar la democracia, para avanzar hacia la paz con justicia social y, sobre todo, para enfrentar esta batalla judicial, desde el escenario del debate público, de la oposición democrática y de la movilización social. Juntos podemos, divididos, impera el régimen; ninguno haría verano.