Desprevenida entre varias exposiciones de artistas jóvenes acabé en la galería Sextante en Bogotá y, entre unas exposiciones que llegan y otras que se van, existe una casi permanente muestra de obras de Hugo Zapata y Luis Fernando Peláez y sentí una inesperada alegría de poder recorrer unos rincones en el silencio genérico que produce la presencia de obras de arte. Generalmente, confundimos el clamor de las celebraciones mediante el aplauso y nos olvidamos que el silencio puede ser también el reconocimiento y el placer de una experiencia estética.
En la obra de Luis Fernando Peláez encontramos todo esto. El mito muerto, el hombre sin alma, la geografía insólitamente vacía, la soledad sin ruido. Mundos complejos que son parte de la vida en el arte.
Luis Fernando Peláez crea unos objetos mudos donde toda la alharaca interna y personal encuentra primero el refugio que proporciona una obra de arte. Y luego viene el mundo sólido de las sugerencias imprevisibles. Su universo construido una resina, pinta imágenes inalcanzables, donde la luz persevera ante un nocturno severo, donde la vida ha quedado suspendida entre la magia del artista y la realidad imprevisible.
Y para describirlo, desde la otra orilla, voy a retomar a Henri Michaux un esotérico poeta belga que en su poema llena el alma cuando dice cosas tan ciertas como imprevisibles:
Principio sin discurso
Principio de todo principio
Retorno al principio
Que remite a un nivel más allá
Siempre sobre la vibración de lo Único
Conciliando con todo en profundidad
En la íntima conjunción
Abrazando,
Con el esfuerzo de abrazar aún más ampliamente
La nube de ser condensa
Se repliega
Cosmos del Universo
Cosmos del universo en sí mismo.
Saber. Saber participante
Inmensensificante iluminación donde todo con todo
entra en resonancia
contemplando. Reunido.
Más allá de las geometrías, geometría
Líneas como radiaciones aminoradas
insistentes, clarividentes
Cargas del oculto
dibujo para regresar a lo absoluto.
Dibujo- destino.
El mundo de las palabras asociado a las imágenes se une a la vida de los sentidos que los maestros consagrados nos muestran como un destino.
Su mundo sólido intriga, nos sorprende, nos alegra en su tristeza porque se trata de una expresión del alma humana. Él crea mientras piensa y siente ese extraño olvido en la condición de la vida. Pero también podemos pensar en la complejidad del alma humana cuando el poeta maldito francés Charles Baudelaire se refiere a “la resonancia que supo dar reivindicaciones al romanticismo”. Ideas que se llenan de sentido en medida que leemos y entendemos la soledad o la alegría en una obra maestra.