Hace unos años leí un “proverbio africano” en inglés, it takes a village to raise a child. Me pareció bonito y no pensé mucho más sobre el tema en ese entonces. En algún lugar de la memoria quedó bien guardado porque, en diferentes momentos, he recordado la frase. Un buen proverbio resulta en eso, en quedar ahí disponible de manera inconsciente, sujeto a diversas interpretaciones propias y colectivas. De alguna manera, me doy cuenta ahora, la imagen que asocio al proverbio es la de una aldea africana, con hombres negros y mujeres negras en diversos roles, cuidando a niños corriendo. Fijo la imagen de la aldea con otro recuerdo, el de Larabanga, una aldea mágica en el norte de Ghana que alguna vez visité.
Paralelamente a los diversos tipos de recuerdos, corre una reflexión más consciente: qué estupidez es decir “proverbio africano”. Por eso las comillas de la primera frase, que no hacen falta en principio. Decía alguna otra camisa, no sé si la vi en Ghana o en un parque de diversiones gringo: África no es un país. It’s Colombia not Columbia, gracias. Hace falta la aclaración, parece. Ni los más nostálgicos de la integración latinoamericana nos atreveríamos a decir: proverbio latinoamericano. Por supuesto, no es un africano quién dice “proverbio africano”, resulta de una mirada desde “occidente”. En todo caso, hay que tener muchísima distancia de África para suponer que tamaña diversidad geográfica y cultural pueden colapsarse de tal manera. Está a un paso lo de “proverbio africano” de resultar en “proverbio de humanos”.
Busqué un poco al empezar esta columna y no encontré muchas luces. Ha sido difícil precisar de dónde exactamente en África viene supuestamente el proverbio. Descubrí que Hillary Clinton publicó alguna vez un libro con ese título. Dejaremos entonces así en proverbio africano, pidiendo excusas por la estupidez. La siguiente necesidad fue la de traducir el proverbio del inglés al español. Había varias posibilidades, a mi juicio, ninguna suficientemente buena, por ejemplo: “Hace falta una aldea para criar un niño”, “Se necesita un pueblo para criar un bebé”. Puede ser que parte de la dificultad sea que mi inglés no es lo suficientemente bueno para captar la sutileza de la palabra village y deducir de ahí qué palabra es la que mejor se aproxima en español. El cuidado de cada palabra, un homenaje y una obsesión.
Escogí la del título: Se necesita una aldea para criar una niña. Me parece más clara la definición por afirmación, “Se necesita”, que por ausencia, “Hace falta”, y prefiero “aldea” a “pueblo”. En Colombia, ubico “pueblo” como una ciudad pequeña o, en términos más generales, captura una dimensión cultural que no creo se ajuste bien al proverbio. Aldea, linda palabra, que no usamos casi nunca. Mejor así, cobardía será.
Y, claro, es una niña la que vamos a criar porque nació Elena. ¿Será lo mismo criar a un niño que a una niña?, o mejor, ¿en qué sentido la aldea se ocupa de manera distinta si es Elena o José? Tantas formas de abordar esas preguntas y tan poco tiempo que dejaremos entonces así, Se necesita una aldea para criar una niña.
Se fue volando la arena de Larabanaga, donde descubrí las voces más lindas del Ramadán, y llegaron con mucha realidad los ruidos de una clínica usual de estos tiempos, con máquinas pitando, enfermeras (no me tocó ni un solo enfermero esta vez), inyecciones, anestesia, lavarse las manos, todas las medidas, Apgar. Nacer. Un proceso que lleva al límite todas las complejidades de la sociedad avanzada. No queda básicamente nada del origen de esta historia, a lo sumo, que el bebé sale de la madre, nada más. La sensación, en esos momentos, del privilegio: mi historia personal, en otras condiciones y en otra época, habría resultado con una probabilidad alta en una enfermedad muy grave para la madre e inciertas secuelas en la bebé. En estos tiempos resulta en una emergencia con un protocolo claro de manejo con un buen pronóstico.
El contraste con la imagen de un parto en un río que vi alguna vez compartida, claro está, en Instagram, la paradoja.
La primera parte de esta aldea “moderna”, el sofisticado cuidado médico. Recomendaciones sobre cómo acostar, cómo alimentar, cómo vestir. Una anécdota: al inicio de una maestría que hice en Estados Unidos, en un salón con personas de más de 20 nacionalidades y edad promedio 28 años, la primera recomendación que nos hicieron fue… lavarnos las manos en la época de gripa. Y yo que pensaba que íbamos a estudiar cómo cambiar el mundo, la ingenuidad. ¡Los gringos!, los americanos decía Piero, seguramente han medido cuántas días de trabajo han salvado con la diapositiva de la lavada de las manos.
De alguna manera, la parte médica de la aldea moderna que me tocó vivir,
mata la intuición de los padres
De alguna manera, la parte médica de la aldea moderna que me tocó vivir, mata la intuición de los padres. Básicamente no hay variable para la cual haya alguna recomendación. Y, sin duda, en medio de la ansiedad de fallar, algo de alivio, saber que, con los mejores métodos disponibles de la estadística, la salud pública, la pediatría, los padres heredamos las herramientas para aumentar las probabilidades de que Elena transite bien el cambio del paraíso en el útero a este mundo que le tocó. Esa es la tensión, la modernidad y la intuición, que debe tener impronta genética, a resolver en cada paso.
O no tanto, resulta que ahí estuvo la aldea primitiva de Elena: los abuelos inmediatamente disponibles, la familia extendida -una tía abuela- trayendo el conocimiento estudiado durante años, los amigos pendientes. Cientos de herencias de primos y amigos, los días después del parto comida en la portería para que solo sea calentar, llamadas y mensajes. Una novedad: las redes sociales como medio para comunicar una noticia y recibir mensajes que solo de esa manera pueden llegar en estos días.
Llega mi hija, Elena, rodeada de una aldea sólida y, sin darme cuenta, tengo la consciencia ahora que es indispensable. No hay ninguna posibilidad de que su papá y su mamá hayamos podido navegar estas primeras de cambio, diría el narrador, sin esa aldea. O, por lo menos, el enredo habría sido realmente monumental. La sabiduría milenaria africana, je. La miro, de reojo, y pienso en su suerte que fue la mía: ha nacido de tantas maneras en el lado del privilegio que es minúsculo en este país, en este mundo. A mi cargo estará que muy rápidamente lo entienda y, ojalá, darle las bases para que libremente decida qué va a hacer con ese inicio improbable de su historia. Ya iré descubriendo cómo hacerlo, por ahora la intuición más simple y profunda, quererla con todo mi corazón.
@afajardoa