El coronel no tiene quien le escriba es quizás una de las obras más cortas y memorables de Gabriel García Márquez. No obstante, dentro de cada una de sus líneas podemos encontrar referencias del autor hacia diversos temas, sutiles pinceladas que nos dan a conocer la cruda verdad del relato, inspirado en la sociedad de la época e incluso en nuestra actualidad. La novela se basa en la espera de un coronel de guerra por la carta de pensión, siendo su único ingreso el gallo de su difunto hijo, con el cual deben sobrevivir él y su esposa. Desde un principio se dan a entender las miserables condiciones en las cuales vive la pareja y a lo que se deben enfrentar día tras día, esto como consecuencia de la escasez de ingresos, lo que va fuertemente ligado a la ausencia de su pensión. A pesar de que el coronel aún guarda esperanzas de que algún día llegue su carta a la oficina de correos, entre más tiempo pasa sus ánimos disminuyen y la probabilidad de la entrega de dicha pensión se vuelve casi nula.
A lo que se puede cuestionar del verdadero significado de este recurso y de la verdadera finalidad del autor al mencionarlo: ¿habrá sido esto un grito desesperado de García Márquez por exhibir la realidad del gobierno de la época?, ¿habrá querido decir algo en cuanto a la administración de los recursos del estado?, además, ¿cómo puede un coronel de guerra vivir en tales condiciones cuando arriesgó su vida al servicio de la patria?
El primer capítulo de la novela se sitúa en la casa del coronel, protegida por un viejo y débil techo de palma, cubierta en su interior por paredes de cal desconchadas y por si fuera poco, sin baldosa y con un piso repleto de tierra. Su autor comienza describiendo todo lo que él debe hacer para prepararse un simple café, hallando una última cucharada en su envase, servida junto con partículas del óxido que desprendía su olla de lata durante su preparación. Así, deja claro desde aquí que el protagonista y su esposa viven en condiciones precarias, llegando casi a la pobreza extrema. Y, que ambos, además de tener inestabilidad económica, presentan problemas de salud que no se llegan a tratar y que van empeorando al pasar del tiempo.
En su momento llegará la pregunta de por qué vive esto el coronel. Esta podrá responderse de manera muy simple, por el retraso de su pensión, cabe aclarar que no es un retraso de meses, ni semanas, sino de años, 15 años con exactitud. Quince años plagados de pobreza: hambruna y escasez, que pudieron haberse agravado con el asesinato de su hijo Agustín, acribillado por difundir información clandestina. Sin embargo, el coronel aún mantiene esperanzas de algún día llegar a la oficina de correos y ser notificado del recibo de su carta, pero agotado hasta los huesos como su propio autor lo indica.
La esposa del coronel también enfatiza en esto, pues en repetidas ocasiones le da a entender a su marido que está cansada de su situación y que sus vecinos tengan una vida asegurada, mientras que ellos mueren de hambre y no tienen más ingresos que un gallo de pelea. De hecho, y con toda razón, pues el hombre prefiere ver comiendo al animal que a ellos mismos; todo con la excusa de que prometerá un futuro próspero y que todo el pueblo estará apostando por él en próximas peleas.
A pesar de que hayan pasado más de dos décadas desde su participación en la guerra civil, el coronel aún alucina con ella, pues a lo largo de la novela su mujer lo expresa, incluso llamándolo loco, mientras que él se niega rotundamente a aceptarlo. A partir de lo anterior se puede saber que el Estado no trató la posibilidad de darle a sus veteranos de guerra diagnóstico de los problemas psicológicos que puedan presentar, aún después de un evento tan trágico como lo es una guerra. Tanto así que durante sus “trances” el coronel no solo habla disparates, sino también se enferma, pues en una ocasión presentó fiebre por casi dos horas.
Es así como transcurre la agobiante vida de la pareja, con problemas y dificultades a diario, todo por una pensión que lleva retrasada más de una década. No se sabe qué pasó con dicho dinero; pudieron haberlo robado o siquiera estaba tramitado. No obstante, se ve una verdad muy clara: la culpa del gobierno, un gobierno administrado por la corrupción, el engaño y la violencia. Problemáticas que en la actualidad no están muy cerca de resolverse, incluso con millones de personas sufriendo sus consecuencias. De tal modo que El coronel no tiene quien le escriba es una representación del realismo en su máximo esplendor, pues, aunque haya sido escrita hace muchos años, reflejaba la Colombia de la época, e incluso la actual.