Una cosa es hacer pedagogía de la paz y, otra, desarrollar una patología de la paz.
La primera es necesaria y urgente, al gobierno le asiste la obligación de explicar una y otra vez, con infinita paciencia, los pormenores de lo alcanzado en La Habana. (Si es que lo tiene claro, claro). Sobre todo lo que significa el boceto del cuarto punto firmado la semana pasada por el presidente Santos y el jefe de las Farc, ante la mirada expectante de medio mundo, Colombia en primer lugar.
No era para menos, se sabía que uno de los temas más difíciles de la agenda, si no el más, era precisamente el de la justicia que se aplicará a los directa e indirectamente implicados en el conflicto armado eterno que nos tiene hastiados de muertes, secuestros, mutilados…, a los colombianos que nacimos y crecimos en medio de la violencia. Y que no sabíamos del país de la Magia Salvaje hasta que una maravillosa película nos lo mostró.
La segunda, la patología, no solo no se necesita, sino que estorba. Es ruidosa y malsana y perversa porque lo único que logra —¿qué busca?— es la continuidad de la guerra por otros medios. El del enrarecimiento del ambiente, por decir algo. A punta de señalamientos, insinuaciones o falacias, se hace casi el mismo daño a la convivencia pacífica que con las balas, los cilindros o las minas antipersonales. Entre la lujuria del micrófono —léase también cámaras de tevé y twitter— y la del tatuco, que venga el diablo y escoja.
Ambas son capaces de pulverizar la paz por dentro. (De confundir justicia con venganza y penas alternativas con impunidad. Y de sentar doctrinas al gusto en el espacioso interlineado de los textos inconclusos).
Ese día, el pasado 23, los astros se alinearon: el guiño del papa Francisco, los setenta años de la ONU, la naciente cercanía entre Obama y los Castro, en fin… La disponibilidad de algunos políticos —en la excursión faltaron y sobraron viajeros— para lagartear palco en un día histórico, las guayaberas blancas para cubrir barrigas de todos los tamaños, el Centro de Convenciones simulando un concurrido palomar, el buen rollito con el que se había levantado el dueño de casa.
Las impecables manicuras de los protagonistas, cuando se dieron las manos a ninguno de los tres se le notaban restos de selva en las uñas...
La espera extendida y las tomas repetidas de Iván Cepeda, Álvaro Leyva, el omnipresente Roy (¿por qué no llevaron a Armandito si por la mañana había dicho en Blu Radio que lo que se avecinaba definiría el futuro del mundo?), y los presidentes de Senado y Cámara exultantes por carambola, irresistibles; ya estaba bien de calentar sofá. A sus puestos, al fin. Los teloneros leyeron los enunciados del documento, las barras guardaron compostura, el anfitrión se portó como las reglas mandan y las figuras estelares pronunciaron discursos cortos y claros. Completos no, de ahí que se hayan abierto múltiples compuertas para los expertos en patología de la paz: especuladores, aves de mal agüero, dueños de la verdad, etcétera.
(No sólo hay feria de arte en Bogotá; también de contradicciones, confusiones y declaraciones. Se le tiene la interpretación que mejor se ajuste a sus necesidades.)
Algunos, incluso, apoyan al gobierno, pero flaco favor le hacen al pretender defenderlo. Por ejemplo, el fiscal. Con ayudas como la de antier, cuando dijo que el Tribunal Especial podría juzgar al expresidente Álvaro Uribe por su desempeño en la Gobernación de Antioquia —con lo cual alborotó a uribistas, santistas, negociadores y representantes del gobierno en la construcción de dicho modelo jurídico—, abrió la compuerta a otras posibilidades. (La de juzgar al presidente Santos por su desempeño en el ministerio de Defensa, podría ser una de ellas). Y atizó la confusión de millones de compatriotas que estamos llenos de interrogantes respecto de la paz que queremos y esperamos, y cuyo avance celebramos.Además de haber dado argumentos a quienes creen que, en muchos casos, la justicia es persecución.
Ya pueden desgañitarse De la Calle, Jaramillo, Cepeda (Manuel José), el general Mora y compañeros deshaciendo entuertos, aportes voluntarios del estilo Montealegre infringen heridas graves a la credibilidad del proceso. Como también lo hacen amenazas tipo “el coco del castrochavismo al poder”.
Respiremos hondo y démosle una oportunidad a la paz imperfecta que vislumbramos, en todo caso será mejor que la guerra no declarada que por décadas hemos librado.
COPETE DE CREMA: No tragar entero y exigir mayor ilustración es un derecho que el fiscal, el procurador, Uribe Vélez, usted y yo tenemos; en una democracia siempre debe ser bienvenido el disenso. No así, la peligrosa polarización en la que este desemboca cuando se torna visceral. Al que le caiga el guante…