Se la montaron al pobre Petro
Opinión

Se la montaron al pobre Petro

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mayo 03, 2014
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Seamos claros y directos: lo que le hacen al Petro ya es la tapa de la tapa, es que ya el pobre hombre no puede ni respirar, yo diría que se levanta cada mañana preguntándose hoy qué Dios mío, hoy qué, hoy con qué me vendrán, ¿amaneceré mañana en La Picota?, y es que la han cogido con él como si fuera el apestoso del curso, como si fuera la Garrapata Peláez.

Y es que ver al pobre Petro haciéndole caritas a su majestad Juan Manuel Primero en la Feria del Libro, siendo citado en los discursos oficiales con tono jocoso, y él pensando en sus adentros por favor no me jodan más, déjenme ser alcalde, pues da como cosita y no hace sino hacerme recordar aquellos lejanos años escolares cuando un día cualquiera se apareció don Saúl, el director del cole, todos nos levantamos como obedientes resortes cada vez que él entra al aula, y pasa frente a nosotros don Saúl con su cojera acompañado de un muchacho de nuestra edad quien se limita a ser guiado por una mano de gorrión que le sujeta el hombro.

No sé qué Peláez, es que de los nombres uno no se acuerda y menos a estas alturas de la vida, y a la primera trastada ya quedó por siempre como la Garrapata Peláez.

Al muy poco tiempo se postuló como director de grupo, una especie de delegado de los estudiantes ante las directivas del cole, y todos los pinches de párvulos y elemental votaron por él cuando prometió mil cosas con unos discursos zalameros llenos de lugares comunes y cosas divinas, citando con propiedad a Churchill y Bolívar. Prometió, dentro de muchas cosas, una biblioteca. Dizque grandísima.

Lo botaron siete veces del cole y sus padres acudieron ante todas las instancias legales e ilegales y el chino volvía cada vez más arrogante, más mandón y más discursero y ya hablaba con propiedad divina de cosas que ni el profesor de historia sabía.

¿Por qué lo botaban? Andaba de pelo largo y con yines rotos, y en el cole era obligación llevar uniforme, y el jefe de disciplina, un tipo áspero y seco, arcaico y ciego, se la montaba en cada asamblea general y lo botaban del colegio y a los quince días la Garrapata Peláez volvía cada vez más envalentonado y ya la cosa pasaba a limites insospechados cuando, siendo aún director de grupo, carecía de acceso al gimnasio y la biblioteca, siendo obligado a “ir como pueda a su casa que el bus escolar no está diseñado para los antisociales”, en palabras textuales del mismo jefe de disciplina. Una vez, recuerdo, el jefe de disciplina le prohibió a la Garrapata Peláez el acceso a los baños por una semana y al pobre lo veíamos agachadito detrás de los arbustos que daban al comedor.

En toda mi vida escolar jamás el jefe de disciplina se la montó a otro, y eso que a veces el cole parecía un real nido de granujas de la peor calaña. Recuerdo al Manco Brinco, copiaba a toda hora y cuando no quería ir al cole, pues no iba y tenía amedrentado a todo el mundo gracias a unas mafias que armadas a machete andaban por los pasillos. Era de miedo el Manco Brinco, con una orden suya te dejaban como coladera.

La Garrapata Peláez no se graduó del cole, ya en la última botada parece que los taitas se aburrieron de tanta peleadera y lo mandaron a Miami a aprender inglés. El Manco Brinco y su amiguete de finuras Chómpiras, que falsificaba notas con la facilidad con que se hace el pan, se graduaron con honores, y a uno de ellos, no recuerdo cuál, el jefe de disciplina le organizó una velada especial decoración por su título cum laude.

Y veo que ahora le acaban de embargar la cuenta de ahorros al pobre del Petro y me acuerdo de nuestro compañero de juventud.

Es un pésimo alcalde, demagogo y discursero, desastroso con todas sus letras, pero tal como le ocurría a la Garrapata Peláez, la equidad no le hace justicia.

Simplemente se la tienen montada, cuando hay cientos de ratas por ahí a quienes el jefe de disciplina ni siquiera les pide que no boten el chicle al piso.

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