A los funcionarios, servidores públicos y en general a todos los ciudadanos no nos vendría mal seguir las enseñanzas que hace 2.000 años el emperador Romano Marco Aurelio plasmaba en su diario íntimo cuando escribía: “al amanecer, cuando te levantes dite a ti mismo: hoy te vas a encontrar con un indiscreto, un desagradecido, un insolente, un envidioso, un insociable; pero no puedo enfadarme ni odiarlo, pues hemos nacido para una tarea común”.
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La crítica y la ingratitud son casi consustanciales a la función pública, y de hecho la primera es necesaria, pero sería mucho mejor si tiene una orientación constructiva. Es cierto que por culpa de algunos que consideran a la administración como un botín, la ciudadanía se ha acostumbrado estigmatizar a todo aquel que tenga relación con lo público, sin detenerse a considerar que también en la universalidad que es el Estado existen funcionarios, directivos, jueces, médicos, docentes, alcaldes, congresistas, policías y soldados, personal de servicios generales, etc., que ejercen con vocación y entrega sus tareas.
Muchos sacrifican lo más valioso de la vida que es el irrecuperable tiempo y la familia, en pro de servir con abnegación y decoro a la sociedad. Se debe exigir severidad en el castigo para aquellos proclives a adueñarse de lo público, pero a la vez sensatez y humildad para reconocer a quienes sirven con denuedo.
Hoy cuando las redes sociales se han convertido en el púlpito desde donde todo se juzga de manera incompasiva, no estaría mal acompañar y revestir a la crítica mordaz con algo de formación y conocimiento sobre las lides de la política, del diseño institucional del estado y la administración pública; pues hay juicios y opiniones que si bien son respetables en el marco del derecho a la libre expresión, no hacen otra cosa que ridiculizar a quien de manera desprevenida las emite. Sin duda la ciudadanía siempre deberá descalificar al funcionario incompetente y sobre todo al corrupto, es su derecho e inclusive su obligación.
Tal vez todos los servidores públicos han hecho algún esfuerzo por servir a la sociedad y los que inician mañana en el ejecutivo harán lo propio; ojalá la crítica y la alabanza para los que llegan y los que se van, tengan su asidero en el cada vez más árido campo de la objetividad. Procuremos que la objeción sea un presupuesto edificante para lo que pueda venir y no la pólvora de la radical diferencia con la que se ha hecho detonar históricamente el conflicto en Colombia.
Mario Andrés Arturo G