Con la muerte de Fabio Echeverri Correa se pone fin, de un solo tajo, a una manera muy particular y casi única de querer a Colombia y de pensar por el país. Siempre tuvo a su patria en la mira y sin olvidarse de sus negocios, que fueron exitosos, abundantes y variados, Fabio no perdió la fe ni en su terruño antioqueño ni en sus congéneres industriales o ganaderos ni en los amigos que pensábamos completamente lo contrario de lo que él creía, pero a quienes jamás nos arredró ni con su palabra ni con sus gestos y en cambio nos acogió sin estigmatizaciones, admitiendo las opiniones diferentes.
No fue único en su pensamiento ni en actitud y a lo largo de la vida cambió, más de una vez ,de criterio y de método sin abandonar nunca el camino que él creía era tan recto como el que le enseñó su padre, el congresista Luis Guillermo Echeverri. En sus inicios pensó y actuó como paisa emprendedor. En su periplo final como el consejero del presidente Uribe, a quien había combatido con furia en el pasado. Nunca se creyó dueño de la verdad pero siempre encontró la forma de hacernos saber la suya, ya fuera con frases que el país todavía repite, o con gestos de mando que lo volvieron respetable antes de ser el grande de Colombia.
Amante de los caballos, finquero irredento, asesor económico como pocos, pudo haberse equivocado en su ejercicio pero como tenía la capacidad generosa de reconocerlo, obviaba las angustias y los pesares del camino torcitero abundando en una claridad generosa consigo mismo y con quienes se le enfrentaron. Helena Mogollón y toda su familia tendrán mucho que recordar de ese ser que hizo posible no solo su felicidad sino el futuro de un país al que le hará mucha falta.
@eljodario