El justificado alborozo de gran parte de la opinión mundial por la partida de Donald Trump también se ha hecho sentir en nuestro país, pero así mismo se ha caído en el vasallo error de ver en Joe Biden una “esperanza”, como si un cambio de gobierno en los Estados Unidos automáticamente incidiera positivamente para revertir las condiciones que han marcado desde hace más de un siglo el rumbo de las relaciones de esa potencia con el mundo y con Colombia.
Pues bien, no se han cumplido dos meses de la posesión del nuevo presidente norteamericano y ya hay signos de que las continuidades en aspectos determinantes prevalecerán sobre los cambios. El bombardeo que Biden ordenó contra milicias proiraníes en Siria y su apoyo a Iván Duque para fumigar con glifosato, demuestran que las nefastas políticas internacionales de los Estados Unidos no han variado, y que esa terrible noche que fue el gobierno de Trump, que contribuyó a polarizar a la sociedad gringa y global, sirvió para ocultar mucho de lo que representa la naturaleza del Imperio, reduciendo el debate solo en torno a la personalidad aberrante del mandatario saliente.
Trump, ese presidente políticamente incorrecto, que había levantado la consigna America first junto con la promesa de acabar las “interminables guerras” en las que estaba implicado su país, aunque es verdad que no inició ninguna, mantuvo las muchas que le habían dejado sus antecesores Bush y Obama para mantener el intervencionismo militarista que les garantizara mantener la hegemonía mundial de su país, ya en entredicho. Y es con los mismos protagonistas de estas guerras que Joe Biden está gobernando (ver: ¿Biden será menos militarista?), para reanudar los bombardeos sobre pobladores locales que se oponen a que los Estados Unidos intervenga militarmente en el Medio Oriente; y continúa apoyando la lucha antinarcóticos en Colombia, que es diseñada por la DEA, ahora volviendo a la fracasada y condenada aspersión aérea con glifosato, tal como se lo encomendó Trump a Duque en su encuentro de hace exactamente un año (ver: Duque-Trump: un encuentro con énfasis en el glifosato). Perpetuidad y vasallaje son los signos estratégicos que imperan en las relaciones entre Estados Unidos y su "mejor aliado" en Latinoamérica, independientemente del gobernante que asuma, así pose de políticamente correcto.
Por eso, en nuestros lares, es inadmisible que la “esperanza” en Biden, tal como la han concebido pretendidos progresistas como Gustavo Petro (ver: La esperanza), esté puesta en los supuestos virajes que pueda dar Washington, cuando precisamente lo que necesita este país –la verdadera esperanza–, son decisiones soberanas acordadas por amplios sectores de trabajadores, clases medias y empresarios, que permitan darle una salida a la profunda crisis de gobernabilidad, de impunidad, de violencia, de inequidad y de miseria que se han mantenido por décadas, precisamente por esa dependencia neoliberal impuesta por el Departamento de Estado norteamericano en connivencia con la banca transnacional. ¿Será posible que confiemos por fin en una verdadera transformación en nuestro país, sin tratar de escoger de quién en Estados Unidos ser lacayo? A un año de las próximas elecciones en Colombia se gesta una expectativa positiva en dicho sentido: la Coalición por la Esperanza, un pacto de partidos y personalidades que se desligan de las tradicionales castas que han polarizado el país en su beneficio (ver: Sin Petro, el Partido Verde lanza su coalición 'Esperanza' para el 2022), pero también de quienes quieren encarnarse cual caudillos en esa misma polarización centenaria, privilegiando, tal como en Estados Unidos, el debate en torno a los personalismos y no a las concepciones soberanas y democráticas que necesita Colombia.
