En 1980 sólo había un escritor que pudiera disputarle palmo a palmo la popularidad a García Márquez. Germán Castro Caycedo lograba la consagración en ventas y en críticas después de narrar la historia del aventurero Juan Gil Torres quien, intentando abrir camino en medio del Guaviare y dio con una tribu caníbal que nunca había tenido contacto con ningún blanco. Perdido en el Amazonas fue el segundo libro más vendido en 1981, sólo superado por Crónica de una muerte anunciada.
Desde entonces fue un clásico. Todos los libros durante los ochenta se convirtieron en éxitos imparables y en pequeñas joyas que se parecían, en su rigor y en su magistral narrativa a los mejores libros de Ryszard Kapuscinski. No sabíamos mucho del destino de los migrantes colombianos en Estados Unidos hasta que tuvimos en 1988 a El hueco que vendió cientos de miles de ejemplares. Para 1992, quinientos años después del descubrimiento de América lanzó El Hurakan, el libro de relatos de conquista que lo ponen a la par de los Grandes Cronistas de Indias que él tanto idolatró: Bernal Diaz del Castillo y Bartolome de las Casas.
Y creíamos que iba a durar siempre. Y se va justo ahora, cuando los medios estamos siendo aplastados por el día a día, por la inmediatez, por la dictadura del click, necesitamos más una mirada reposada y certera, la mirada no del periodista sino del escritor con la que el maestro podía rehacer con palabras a una figura como Pablo Escobar después de pasar una noche en vela, en una caleta de Medellín, en pleno 1992, cuando el capo acababa de volarse de la Catedral y era cercado por el Coronel Aguilar y por los Hermanos Castaño, hablando de las balas que él aconsejaba a sus sicarios usaran.
Va a ser difícil que exista un cronista más avezado. Que se vaya a los 81 años nos parece demasiado pronto porque hombres como él deberían durar siempre.