Como los 'cierra puertas', así bautizó un loco genial que ya no está con nosotros a ciertos personajes de estirpe payanesa, cuya característica principal es la obsolescencia. O sea que están desfasados, caducos. Proceden de familias que gozaron de cierta tradición, o renombre en alguna faceta social o económica de la ciudad. Pero ya no. El tiempo pasó y la vida los dejó de lado. Sin embargo, mantienen ese orgullo intacto, suelen asumir posturas críticas ante los cambios que suceden a su alrededor. Viven con la nostalgia de que todo tiempo pasado fue mejor.
Recuerdan con amargura los tiempos mejores, y tratan de mantener hábitos que sus bolsillos ya no pueden pagar, pues la economía familiar hace rato que no funciona. Suelen ser solteros o divorciados, tienen la lengua bien afilada, son expertos en descuerar al prójimo. Hace tiempo que se les fue la juventud y la única función que justifica el plato de comida que le ofrecen en la casa materna es la de recaderos. Hacen mandados, pagan recibos y acompañan a sus mayores a cuanto compromiso social o médico tienen.
Los 'cierra puertas' andan con las llaves de grandes casas en el centro, el rescoldo de la pasada grandeza y en cuya herencia fundamentan su seguridad futura, porque normalmente andan con los bolsillos pelados. Madrugadores sin necesidad van humildes pero bien afeitados y aplanchados. Amigos de la bebida y los juegos de azar, juegan chance casi a diario y frecuentan los casinos. Son aficionados a pedir prestada plata y algunos son verdaderos expertos del sablazo.
Miran con desconfianza las nuevas obras de la ciudad. No son amigos de las grandes superficies comerciales, en cambio se sienten cómodos en el Parque Caldas y sus alrededores. Son desconfiados, y si tienen plata son tacaños. Se creen más listos que los demás por el simple hecho de no gastarse un peso. Irónicos hasta más no poder, sin ser asociales, suelen ser personas solitarias. Lavan sus conciencias con la inaplazable misa de la catedral. Alimentan tertulias al pie de la Alcaldía mientras llega la hora del almuerzo.
Quedan pocos de estos simpáticos personajes en peligro de extinción. Son auténticos, egoístas, criticones, pero no son mala gente. Simplemente son habitantes de la ciudad, relegados por la aplanadora de los cambios, de la tecnología que les transformó el mundo ante sus ojos. Se resisten al cambio porque no lo entienden. Viven en calles repletas de miles de desconocidos extrañando aquellos tiempos en el que todos se conocían, en el que la vida del prójimo estaba en boca de todo el mundo, en ese Popayán pequeño, como de provincia, que se fue para siempre.