Cómo no conmoverse con lo que sucede en Gaza y en general en el Oriente Medio. Tras haber pactado un cese al fuego que se cumplió en buena parte y permitió la liberación, o el canje de rehenes israelíes por palestinos secuestrados en las cárceles de Israel, este último decidió olvidarse del asunto y volver a sus bombardeos. En los pocos días que lleva la nueva arremetida, se reportan más de 700 civiles palestinos asesinados, incluyendo de nuevo mujeres y niños.
Y nada indica que el asunto vaya a terminar pronto. De hecho, Netanyahu se siente aún más dispuesto, pues el respaldo de Donald Trump lo anima a actuar aún más radicalmente. En la primera etapa del actual genocidio fueron alrededor de cincuenta mil los muertos por obra de la despiadada ofensiva israelí. Todo indica que el primer ministro de Israel y sus cómplices tienen en mente sobrepasar de nuevo esa horrorosa cifra.
Sorprende que haya gente aplaudiendo semejante matanza. Se fundan en el ataque de Hamas del 7 de octubre de 2023, el que a su juicio merece ser respondido con la mayor contundencia posible. La campaña mundial de la poderosa infraestructura mediática israelí, y el profundo entramado con que cuenta en los Estados Unidos y Europa, hace prácticamente imposible opinar algo con alguna independencia al respecto.
Lo que no puede obviarse, pues está comprobado de mil maneras, es que la masacre continua de los palestinos por los israelíes ha sido implacable desde hace más de 75 años. Apenas fundado por ellos mismos el estado de Israel en las tierras palestinas, llevaron a cabo la Nabka, que significó el destierro por la fuerza del crimen para 750.000 habitantes milenarios de ese territorio, que fueron despojados de todo sin la menor compasión.
Desde entonces han sido permanentes la persecución y el despojo. En Google se encuentran las repetidas declaraciones de uno y otro primer ministro israelí, o de cualquiera de los miembros de sus gabinetes, en las cuales expresan sin la menor vacilación, que los palestinos son seres inferiores, animales, bestias humanas que no merecen la vida, mientras que ellos representan al pueblo elegido por Dios, la raza superior que tiene pleno derecho a obrar como lo hace.
Una sola afirmación en ese sentido debiera despertar el repudio y la condena universales. Pero, por alguna razón de peso, la realidad es que el incesante coro sionista no origina una sola voz en contra de parte de los grandes poderes mundiales, que se ufanan de sus ideales de democracia y derechos humanos. Peor incluso, esos poderes le suministran los recursos económicos, el armamento y el respaldo político pleno. Se llaman Estados Unidos, Canadá y la Unión Europea.
Pueden hasta estar peleados entre sí, como sucede ahora con Trump en la presidencia y el rechazo de Canadá a la anexión propuesta. O como sucede con la Unión Europea con relación a Groenlandia y el fin de la guerra en Ucrania, opciones que rechazan de plano, concibiendo en el último caso planes para rearmarse y continuar la conflagración. En el apoyo a Israel, en cambio, no existe ninguna fisura entre ellos, todos a una, como Fuenteovejuna.
Miles de millones de seres humanos que no están de acuerdo con ellos, así no porten en sus manos un alfiler para enfrentarlos
Tendrán todo el dinero del mundo, podrán poseer los medios de comunicación y las redes sociales más alienantes de la historia, contarán con los ejércitos, la aviación, los portaviones y la tecnología militar más avanzada, pero no ganarán nunca esa empresa. Es más, ya la perdieron, porque existen miles de millones de seres humanos que no están de acuerdo con ellos, así no porten en sus manos un alfiler para enfrentarlos. Su única arma se llama moral, cosas que jamás pueden aceptar.
En apariencia, quizás en la realidad, el siglo XXI se nos presenta como un caos incomprensible, de donde se pudiera desprender que todo principio, empezando por la más elemental decencia, ha desaparecido arrollada por la fuerza de la violencia, la corrupción, la avaricia y la mentira reinantes. Paradójicamente, no es así. La reacción ante los abusos del poder crece y se reproduce de modo incontenible. Se agiganta el desprestigio de los pretendidos amos.
La podredumbre del discurso dominante va resultando insoportable para la mayoría. Por todos los rincones del mundo se levanta la inconformidad, extendiendo sin parar la voz por un basta, ya no más de esto. La gente ya no come del cuento. Y eso vale para todo. Sólo los áulicos de poder se atreven a afirmar hoy que la culpa es de los palestinos, o de los cubanos por haber soñado con una patria libre y soberana, o de los venezolanos por seguir a Chávez y sus sueños.
O que la culpa es de Petro y la ignorancia del pueblo colombiano. Puede haber tropiezos, como cuando un niño comienza a dar sus primeros pasos. Pero se aprenderá a caminar y llegar bien lejos.
Del mismo autor La moda que imponen de echar abajo los principios