No podía ser peor el epílogo del gobierno Duque. Se equivocó Uribe en su propósito de gobernar indefinidamente en cuerpo ajeno. Pues para asegurarse extrema obediencia y no repetir la experiencia de Santos escogió al más dócil de sus copartidarios sin contar con que su inexperiencia e ineptitud podrían precipitar el final de las dos décadas de su influencia protagónica en la política del país.
El locuaz expresidente Cesar Gaviria e Iván Duque tienen una característica en común: la presidencia les cayó inmerecidamente del cielo. Al primero, porque asumió las banderas del Nuevo Liberalismo ante el asesinato de Luis Carlos Galán. Y al segundo, porque cargarle la maleta al entonces presidente Uribe mientras era profesor en la Universidad de Georgetown en Washington y comer hamburguesas con él durante sus correrías por Estados Unidos cuando trabajaba en el BID le valieron para ser invitado a ser el séptimo renglón en la lista al Senado por el Centro Democrático. Y ante su disciplina legislativa y forma de ser afectuosa y divertida se ganó la postulación como candidato presidencial ante unos competidores de su partido absolutamente impresentables.
Hacer magia y piruetas con un balón, cantar y bailar fueron actividades que predominaron en su campaña presidencial, y que conquistaron a buena parte de un electorado determinado a votar más por las formas y la imagen deleitable que por propuestas de fondo que aseguraran buen vivir para las mayorías. Precisamente, esa carencia de ideas frente a las necesidades del país, hizo que Duque se negara a participar de debates frente a su principal contradictor Gustavo Petro, y que solo asistiera a entrevistas y espacios prepagados para exaltar su imagen, que era lo único que tenía para mostrar.
Recuerdo la entrevista que Luis Carlos Vélez, director de la FM radio, le hizo al entonces candidato Duque en la que jugó con él a identificar el nombre de varias canciones de Rock. O en la que el entonces periodista de RCN radio, hoy asesor de comunicaciones de la presidencia Hassan Nassar le preguntó: “¿Cuánto calza el presidente Uribe?, ¿cuántos pares de Crocs tiene?”.
Ese hombre frívolo y banal fue el que llegó a la presidencia. Desde sus primeras decisiones cumplió órdenes de Uribe. El gabinete ministerial con que inició fue un completo desastre: un comerciante al frente de la cartera de defensa y una señora inexperta en el plano político en la cartera de Justicia. Ambos salieron prontamente por la misma ineptitud de su jefe que los nombró: el primero por ordenar el bombardeo de un campamento de disidentes donde se encontraban niños; y la segunda, por su sucesión de errores que hicieron que la reforma a la justicia se cayera, tal como las otras que ha intentado Duque.
El gobierno siempre ha estado pegado con babas. Ante cualquier tormenta política van saltando del barco por incompetencia los funcionarios nombrados, algunos de ellos, con el único mérito de haber compartido pupitre con el presidente mientras hacia sus estudios en la Universidad Sergio Arboleda. En este momento de crisis ya cuatro se han ido, y vienen otros esta semana. Llama la atención la renuncia del comisionado de paz y designado negociador del gobierno con el comité del paro, que dimitió ayer en plena negociación por desautorizaciones del expresidente Uribe. Seguramente, volverá a su cargo directivo en la Sergio Arboleda de donde lo sacó el presidente para que incendiara el naciente proceso con el ELN y la implementación del acuerdo con las Farc.
Pero más daño que la ineptitud de Duque y su obediencia militar al expresidente Uribe es su absoluta tozudez y falta de lectura política de la realidad del país. Desoír a todos los sectores, incluidos los de su propio partido que le solicitaron que retirara la reforma tributaria. Y en todas las movilizaciones que lleva en su trienio (que no han sido más porque se metió la pandemia) ha pisoteado a los jóvenes: primero negándoles una audiencia porque prefirió atender a un cantante antioqueño de reguetón, y antes de esta movilización, porque prefirió discutir el contenido de la reforma con Tomás y Jerónimo Uribe que con el movimiento estudiantil.
Y ahora, en un género periodístico que yo desconocía, “la autoentrevista”, sale Duque a achacarle en inglés la culpa a Petro de todo lo que está aconteciendo en Colombia. Pretendía que la comunidad internacional lo respaldara. Su imbecilidad tampoco le ha permitido ver que en prácticamente todas las capitales europeas ha habido movilizaciones en contra de su Gobierno. Y que, Estados y ONG de derechos humanos han señalado como gravísima la situación de Colombia.
Entretanto, a juzgar por la más reciente entrevista del presidente Duque, en su concepto todas las reivindicaciones que piden los jóvenes y los sectores populares ya se concedieron por este gobierno. Lo que indicaría que millones de colombianos son idiotas en reclamar lo que ya tienen, o que el presidente es un completo imbécil. Yo descarto la primera, y le doy total crédito a la segunda.