La izquierda se equivoca al “solidarizarse” con el régimen de Nicolás Maduro, cuando debería asumir, fiel a sus principios ideológicos, la defensa de los derechos de la población venezolana, agobiada por la crisis social, humanitaria y de desplazamiento de millones de ciudadanos hacia otros países del continente, así como la violación sistemática de los derechos humanos. Mientras en Venezuela hay una elite, especialmente en la casta chavista y las Fuerza Armadas Bolivarianas, protegida desde el Palacio de Miraflores, que se beneficia de los privilegios que le puede ofrecer el gobierno para comprar su lealtad y la defensa incondicional del régimen antidemocráticamente instaurado, no se puede responsabilizar a agentes externos por la crisis social.
No es posible justificar ante la opinión pública, esgrimiendo argumentos como la “autodeterminación de los pueblos”, a un gobierno que rompiendo todo los principios democráticos limita los derechos de los ciudadanos, controla la independencia que deben tener órganos como el tribunal Supremo de Justicia, manipula los procesos electorales y controla al Consejo Nacional Electoral, desconoce la legitimidad de la Asamblea Nacional —elegida democráticamente por más de 13 millones de ciudadanos venezolanos—, crea y arma los colectivos chavistas o brigadas paramilitares, bajo el pretexto de defender la revolución bolivariana de la injerencia norteamericana, pero que tienen como propósito reprimir violentamente las protestas ciudadanas.
La resistencia de la oposición y de la mayoría de los venezolanos al régimen; el reconocimiento cada vez mayoritario de países de la región y de la comunidad europea a Juan Guaidó como presidente interino legítimo de Venezuela; la negativa de Nicolás Maduro a convocar a elecciones presidenciales libres, transparentes y creíbles, con la presencia de observadores de organismo internacionales como Naciones Unidas y la OEA; la persecución y encarcelamiento de dirigentes de la oposición y de la ciudadanía participante en las movilizaciones, y la censura a los medios de comunicación colocan a la izquierda en una incómoda posición de seguir. Tozudamente están defendiendo algo que es indefendible, la dictadura del régimen de Nicolás Maduro en Venezuela, haciéndole el juego al gobierno usurpador en contra de la población, corriendo el riesgo de quedar solos y aislados, sometiéndose a un revés político en las próximas elecciones de octubre, como consecuencia de avalar una dictadura, olvidándose que otrora se denunciaban, con vehemencia, esos regímenes por antidemocráticos y violadores de los derechos humanos.
Ha sido tradicional en sectores ortodoxos defender la ideología de izquierda, justificando ese tipo de regímenes, basados en principios revolucionarios de la moralidad, la dictadura del proletariado y la lucha antiimperialista en el continente, ignorando factores como el respeto a la democracia y al pluralismo político que da derecho al disentimiento y hacer oposición al sistema instaurado. Lo cierto es que el totalitarismo no tiene justificación alguna en cualquier régimen, así como la búsqueda de la restitución de la democracia a través de la violencia o la injerencia militar de otros países, alternativas que solo tienen como propósito real la ambición por concentrar mayor poder y control de la riqueza, mientras que millones de venezolanos sometidos a esa dictadura claman por una fuerza social capaz de restaurar los valores democráticos y de la moralidad en la gestión pública, de solución a la crisis económica y social, más allá de las ideologías de derecha o izquierda.